—Buenos días, Enzo. —¿Qué se supone qué es esto, Emilio. Soy el CEO de la empresa y me entero de una reunión, un minuto antes. ¿Cómo te atreves a pasar por encima de mí? —espeta, visiblemente irritado con la presencia de su hermano en la empresa que él lidera.—Siéntate, Enzo. —dice Emilio con voz cordial e imperturbable.— Llegas sobre la hora pautada para dar inicio a la reunión. —hace la pequeña observación que lleva a Enzo al límite de sus expectativas. El CEO jala la silla, se deja caer pesadamente en esta, cruza una de sus piernas sobre la otra que reposa en el piso, luego entrelaza sus brazos a la altura de su pecho, en una posición absoluta de rechazo y cerrándose por completo a lo que se le avecina.Mira fijamente y con repulsión a su hermano. Aunque sabe que aquello tiene que ver con los problemas financieros de la empresa, lo que menos espera es lo que Emilio tiene planeado hacer. —Bien, ya que estamos todos presentes, quiero dar comienzo a esta reunión con carácter
La inesperada reacción de Yolanda deja aturdido a Ignacio. —¡No, Ignacio! Mi niña, no. —Se refugia en sus brazos. —Cálmate Yolanda, tienes que calmarte. —contesta, pensativo. —Tenemos que llamar a la policía, Ignacio. —¡No! —responde con severidad— podrían hacerle daño a Sofía. Es mejor esperar a que nos contacten. Aquella situación comienza a escapársele de las manos a Ignacio. Cuando estaba decidido a contarle a Enzo, sobre la idea de Emilio de llevarse a Sofía a Alicante, terminó desistiendo. Quería esperar un poco y sacarle algo más de dinero al empresario; incluso llegó a pensar que negociar con Emilio, le resultaría mucho mejor. Ahora que acababa de quedarse sin la gallina de los huevos de oro, no sabía que hacer para salirse de aquel embrollo sin quedar expuesto.¿Pero por qué Enzo había cambiado el plan original de esa manera? Un escalofrío le recorre el cuerpo pensando en el fin que pudiera darle a la pequeña. —¿Qué vamos a ser Ignacio, qué? —pregunta entre sol
—Sofía es hija de su padre, Ennio Ferrer. —¿De qué está hablando, Yolanda? Emilio queda perplejo ante aquellas palabras, recuerda entonces el testamento que la esposa del abogado le entregó, en el cual se refería a una cuarta heredera. Ahora las piezas comienzan a encajar perfectamente. Tampoco estaba equivocado cuando notó la incomodidad de Yolanda días atrás en el comedor. —Ahora lo entiendo todo, era por ello que Enzo insistía en decir que la conocía. ¿Por qué no me dijo nada? ¿Por qué se quedó en silencio esa mañana? ¿Qué estaba tramando, eh? —No podía decir nada, su hermano me amenazó, que no entiende que mi vida y la de Sofía estaba en peligro. Si yo hubiese dicho algo en ese momento, él le hubiese hecho daño a mi niña. —Esto no puede ser, debe haber un error. Enzo no es capaz de hacerle daño a una niña. ¿Cómo sabe que fue él? —Él es el único que podría hacerle daño a la niña. Dígame si puede ayudarme o no. Sofía corre peligro, mientras usted se empeña en dudar de mi
Rebecca termina su primer bloque de clase, se levanta de su asiento y sale del auditorio. Mientras camina por el pasillo, alguien se acerca a ella. Sin voltear a ver de quien se trata, acelera el paso.—Hola —dice la chica algo agitada, quien tuvo que correr para darle alcance a su compañera— ¿Te llamas Rebecca? —pregunta. Rebecca voltea a verla y antes de que ella le conteste, la pelirroja añade:—Soy Romina. —Hola, Romina —contesta amablemente— Sí, soy Rebecca. —¿Eres nueva en la ciudad, verdad? —¡Sí! ¿Cómo lo notaste? —En Alicante todo el mundo se conoces. La mayoría de la gente vive aquí hace muchos años. ¿Tomamos un café juntas y así nos conversamos mejor?—Sí, por supuesto. Ambas jóvenes se dirigen al cafetín del campus universitario. Romina y Rebecca toman asiento, piden su café, mientras platican sobre la clase de Psicología Clínica que recién acaban de presenciar.Repentinamente, Rebecca se siente agitada una sensación de aturdimiento parece invadirla. —
Rebecca sube las escaleras dando largos pasos, por suerte esa mañana eligió un atuendo más fresco y cómodo, pantalón de mezclilla negro, deportivos y un suéter de algodón blanco. —¡Joder que suerte tienes! —¿De qué hablas Romina? —Pues del nuevo profesor, no te aparta los ojos de encima. —dice sonriendo coqueta y mirando por emcima del hombro de su compañera, al hombre parado a varios metros de ellas.— ya supe que también es nuevo en la universidad. —susurra. —¿No me digas que te interesa? —murmura la pelicastaña.—Es atractivo y seductor. ¿No crees? —dice mordiendo su labio inferior.—Realmente no. Me parece arrogante y un poco controlador. —expone Rebecca tratando de disuadir a su compañera.—Entonces es mi tipo perfecto —ríe. —Salgamos de aquí. —dice y al voltear hacia atrás, Ricardo le guiña un ojo. Rebecca toma a su compañera del brazo y salen del auditorio. Romina en tanto, continúa exaltando al apuesto profesor, a pesar de las observaciones de alerta que ella le
Ignacio hábilmente logra acercarse al galpón. Vistiendo una braga azul curtida y manchada con restos de grasa se dirige hacia la entrada donde se encuentra el único vigilante del galpón.—Buenos días, trabajo con el Sr Enzo Ferrer y me envió para revisar algunos vehículos. —el hombre lo mira dudoso. —El Sr Ferrer estuvo hace una hora aquí y no mencionó que alguien vendría —esgrime. —Sí, es que acordamos que yo vendría hace una hora, pero se me presentó un inconveniente familiar, ya sabes, mi mujer es un poco ardiente —le da un guiño— Tuve que satisfacerla, antes de salir. —No puedo dejarlo entrar. Tengo órdenes estrictas del Sr Ferrer. Si desea entrar llámelo y que sea él quien me dé la orden. —Es que si lo llamo no me dará el trabajo, me entiendes. —No tengo nada que ver con usted ni con su ardiente esposa. Simplemente no puede entrar. —contesta de forma tajante. Ante la dificultad para ingresar al galpón Ignacio se aleja. Por ahora, lo más importante era descubrir si So
—¿Qué dices? Por favor, Ignacio no puedes entrar allí. —responde agitada la mujer. —¿Qué sucede Yolanda? —Emilio se levanta del sofá y le quita el teléfono de las manos.— ¿Qué pasa? —Ignacio se ha vuelto loco. Dice que sabe dónde tienen a Sofía y que él se ocupará de rescatarla. —Ignacio escúchame, no puede hacer eso ¿me oye? —Le advierte. Pero es demasiado tarde, ya Ignacio ha cortado la comunicación. —¡Joder! Ha cortado la llamada. ¿Tiene como comunicarse con él? —¡Sí! Este es su número móvil. Emilio comienza a marcarle pero la operadora lo lleva directo al mensaje de voz. —Creo que habrá que avisarle a la policía, Yolanda. La vida de Sofía está en juego. —No, no, por favor. Emilio no deje que le pase nada a mi niña. —Le implora. Justo cuando Emilio se dispone a contactar a los cuerpos policiales, recibe una llamada de Rebecca. Decide atenderla. —¡Es Rebecca! Yolanda se cubre el rostro con ambas manos, aunque quiera proteger a Rebecca de lo que está ocurrie
El local está envuelto en un infernal resplandor de fuego y humo, más para Emilio, su única misión es la rescatar a su hermana Sofía y sacarla de aquel lugar con vida. El sonido crepitante del fuego resuena en sus oídos, Emilio, se ve sofocado por el humo aún así no desiste.—Sofía, aquí estoy. Voy por ti —dice en voz alta para intentar calmar a la niña. —¡Emilio! —Sofía tose una y otra vez.— Ayúdame por favor. ¡Sácame de aquí! —implora. —Voy, mi niña, voy. El calor es sofocante y la densa cortina de humo dificultan su visibilidad y avance. A pesar de ello, Emilio no vacila no un sólo instante, continúa adelante, esquivando las llamas que lamen las paredes y el techo, dispuesto a todo por su hermana.Finalmente, localiza a Sofía, atrapada en la oficina. Intenta abrir la puerta pero está cerrada. Siente como los ojos le arden y le cuesta respirar. En medio de la humareda alcanza a ver un tubo de metal cerca de la puerta; se agacha y lo toma, usando éste como una especie de pa