JohnDías atrás...―John, necesito hablar contigo. ―Demandó Sarah con voz firme.Me giré sobre mi silla para contemplar su rostro saturado en molestia. Ella posó sus manos sobre el escritorio mientras me observaba con frialdad.―Habla entonces.―Okey... ¿Cuáles son tus intenciones? Me hice el desentendido cuando claramente sabía a qué se refería.―No sé de qué me hablas. ―Dije encogiéndome de hombros.―Oh si, tu sabes muy bien de lo que estoy hablando, John... ―Hizo una pausa, sus ojos me miraron fijamente―. Keith... Todo me dió mala espina desde el día ese del gran escándalo con la otra secretaria.―Ah... Eso... ―Emití, cogiendo una botella de Brandy que estaba en mi escritorio para verter el líquido en un vaso de cristal muy fino―, verás... ¿Recuerdas a la chica que te mencioné por teléfono hace años?Ella se lo pensó por varios minutos hasta que calló en cuenta de que sí lo recordaba.―Ajá... ¿Y qué tiene que ver Keith en todo esto? ―Inquirió arqueando una ceja.―Era ella, Keith...
KeithDesde la noche anterior me sentía mal, cómo si una especie de remordimiento me carcomiera por dentro.¿Hacía lo correcto al querer hablar con Howard?No lo sabía, pero mi conciencia y mi corazón me dictaban que hiciera lo posible por olvidar los rencores.Centrarme en el presente. EN MÍ PRESENTE.Para que mi futuro no fuese afectado por la marea de emociones y pensamientos negativos.Por eso, le pedí a Pablito que me diera el número de Howard en la mañana. Antes de ir al trabajo hablé con él y le mencioné acerca de lo que pensaba hacer, tenía que intentar averiguar más sobre ese hombre, y para mí suerte comenzó a frecuentar ese Café, e incluso se había hecho muy amigo de Pablito.Según el encantador de Pablito; Howard era a una maravilla de hombre.Pero yo creo que era más porque Pablito era gay y se sentía atraído. Le gustaba.Y bueno, como dicen por ahí: El amor es ciego.―¡Hola Keith! ―La voz de John resonó en mi oídos, alcé el mentón para verlo―. Keith, hoy saldré temprano,
KeithEntré a un bar repleto de personas que bailaban —después de dejar atrás al odioso y antipático guardia de seguridad que estaba en la entrada—, la muchedumbre gritaba y reía, pasé entre cuerpos sudorosos hasta que reparé en dirección a la barra la espalda de un hombro musculoso que apoyaba su cabeza contra la superficie de madera.Su mano estaba levantada y vislumbre su reloj de oro favorito, —el que siempre llevaba a su trabajo—, y sujetaba en su mano un pequeño vaso vacío.Di unos pasos hasta que llegué a la barra, el batender que allí estaba me hizo señas para que me llevara a John de ahí, entonces; continuó limpiando con un pañuelo la madera. Se alejó un poco y atendió a toras personas. Entre tanto, me dediqué a tratar de levantar a John de ahí.Pero no podía ni con su alma.La cogorza que se cargaba era demasiado grande.Y para colmo ÉL, era demasiado grande.—¡John! —Grité porque la música retumbaba provocando que las personas gritaran aún más—. ¡Reacciona, John! —Volví a g
Keith.Salimos del auto y tuve que pagarle al señor, ya que, el idiotita de John olvidó su billetera en quién sabe dónde.«Demasiado descuidado», pensé.Si iba a un bar, para emborracharse, mínimo debía procurar no perder nada importante.Pero bueno, "cada cabeza es un mundo".El cielo nocturno estaba tan estrellado que me hubiera gustado hacer un campamento y contemplarlas cómo solía hacer con papá de niña.Inhalé hondo e intenté no ponerme tan sentimental al pensar en mi padre.―Esta es mi humilde morada, señorita. ―Habló John, vacilante.Puse una cara de seriedad, y advertí que no era una pequeña casita, no... Para nada. Era todo lo contrario.Era realmente, ingente.De tamaño descomunal.Grandes ventanales y que irradiaba una luz proveniente de su interior; un pequeño camino empedrado guiaba hasta la enorme puerta de cristal; un amplio jardín lleno de una gran diversidad de plantas ornamentales de ubicaban a los alrededores de tan ostentosa residencia.Oh.Por.Dios.Cuántos lujos d
JohnParecía irreal, literalmente.Keith compartiendo el mismo techo que yo, (aunque fuera en distintos cuartos). La sincera verdad, es que me agradaba; y no por el hecho de que aún sintiera algo por ella, porque sinceramente; no sentía amor por ella.Pero si una gran atracción sexual.Además de que quería cobrarle algunas cosas.Quería que ella durmiera en mi habitación.Fantaseaba con tocarla por todo su cuerpo tan hermoso, acariciar su rostro, besar sus labios, sentir su desnudo cuerpo encima del mío.Pero, sabiendo lo difícil que era ella, pues... Sería una misión imposible.O más bien: Casi Imposible.―Es muy linda esa muchacha. ―Comentó Micaela, sobresaltado mis sentidos.Acelerando mi corazón de repente.―Micaela, a veces te pareces tanto a mi madre... Hasta para entrar en mi habitación sin antes tocar te pareces a ella. Igualita. ―Refunfuñé volviendo a acostar mi torso desnudo sobre el colchón.―¿Y? Yo vivo aquí, no hay privacidad. Volví a levantarme para fulminar con la mira
Keith¿Qué haría si un día me encontrará envuelta en medio de una situación CRÍTICA con un hombre guapo y soberbio como John, flirteando conmigo?Mis primer instinto sería:1) Darle una bofetada.2) Seguirle el juego.3) Ó, fingir repentinamente una tos feroz.La opción 1 y 3 eran las más viables, pero, tendría que escoger una sola, por ello cuando John comenzó a coquetear conmigo en el desayuno, comencé a toser haciéndoles creer a él, a Micaela, y Rachel (otra empleada de John) que me había atragantado con un pedazo de pan tostado.Continué con mi actuación la cuál creyeron al instante, hice la dramatización perfecta y para completar; me levanté de la silla de madera finamente esculpida, posando mis manos sobre el espaldar de la misma y tosiendo como si de un ataque de asma se tratase.―¡Oh por Dios! ―Expresó Rachel, alarmada.John rápidamente cogió un vaso con jugo que había en la mesa, la cuál estaba repleta de variados bocadillos para desayunar, croissant, ensalada de frutas, jueg
MichaelMientras caminaba de un lado a otro en la pequeña sala de mi departamento (que aunque pequeño, era sin lugar a dudas un lugar muy acogedor). Pasé mi mano por mi cabello el cuál ya había crecido bastante.Ojeé entonces, el cuadro donde estaba la foto de mis pequeñas, ubicado en una de las paredes.Entonces dí unos pocos pasos hasta echarme en el cómodo y largo sofá gris que yacía en medio de la sala junto con otros dos que eran individuales, recosté mi torso sobre el mismo mientras me sumergía en un sola cosa: Keith.Hacían varios días que la quise llamar, intenté el día después de comportarme como un idiota, pero su teléfono al parecer estaba apagado y deduje que tal vez estaba molesta.Habían pasado unos días desde entonces, y me moría por hablar con ella, por oír su voz, por verla otra vez.Mi teléfono sonó desde la pequeña mesita que se encontraba en el centro de la sala ―rodeada por los sofás grises con pequeños cojones negros―, lo cogí y contesté de inmediato:―¿Aló?―¡Mi
Keith.Ayer una alegría inmensa me lleno por dentro. No solo por el hecho de que ya me estaba llevando mejor con John y que comenzábamos tener una bonita amistad, sino también; Michael.¡Él iba a regresar muy pronto!―Te ves muy feliz. ―Habló Susana desde su lugar de trabajo.La observé y ella me sonrió con afabilidad; gesto que le regresé.―Si, lo estoy. ―Afirmé sin quitar la sonrisa de mi rostro, entre tanto, acomodaba unas carpetas que le entregaría a John.―Me alegra, Keith... ―Dijo en una suspiro casi melancólico―. Reggie volvió a pelear con su compañero de clases, ayer hablé con su profesor y me informó que se había estado comportando de una forma agresiva estos últimos días. ―Agregó con un semblante de preocupación.Susana me comentó sobre sus dos hijos: Lina y Reggie. Su hija era la mayor y la más madura, Lina estaba pasando por esos cambios de ánimo propios de la adolescencia y podía llegar a importunar mucho así madre con sus acciones de adolescente rebelde. En cambio su hi