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—Bueno, ahora sé porque no he escuchado ni pío de ti en las últimas semanas,— murmuró Berenice Gardener tan pronto como Edmond había salido por la puerta delantera de Belinda.

—Mamá, no empieces,— advirtió Belinda.

—¿No empieces? ¿Qué no empiece?— Berenice miró a Gerard. —¿Me estás tomando el pelo? Viajo hasta aquí, para encontrarme a mi hija en la cama con un hombre del que nunca he oído hablar, y no me hagas empezar sobre el hecho de que él ya tiene una familia hecha…—

—¿Ves? Estamos de acuerdo. No te hagamos que empezar,— Belinda dijo con ligereza. Miró a su padre y se sentó a su lado en el sofá. —¿Cómo estás, Papá?—

—Oh, ya me conoces. Estoy satisfecho,— dijo Gerard. Miró a Belinda y le guiñó un ojo. Conocía ese guiño. Quería decir ‘déjalo estar, niña’.

Belinda usó la excusa de su nueva condición de anfitriona para distraer a sus padres de la situación en la que le habían encontrado. Arregló su habitación, cambiando las sábanas (ignorando el comentario de su madre acerca de si deb
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