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—No es mi culpa que no quisieras hablar conmigo. Podría haberte dicho que todo lo que hice fue actuar como si supiese de lo que estaba hablando cuando amenacé con emprender acciones legales —.

Cuando la conversación se estancó, Belinda se acercó a la máquina de café y comenzó a prepara una cafetera de algo que olía celestialmente bien. Edmond observó la cafetera con codicia y cuando ella le ofreció una taza con el líquido caliente momentos más tarde, se la bebió con avidez, sin importarle que le quemara la garganta.

Edmond se dio cuenta de que Belinda le daba la espalda desde cuando había empezado a hacer el café y aún no había vuelto a darle la cara. Después de unos minutos, era evidente que lo estaba haciendo a propósito.

—Oye,— se acercó por detrás de ella y la tocó suavemente. —¿Todavía quieres patearme el culo?—

—Tal vez.— Su tono era severo, pero juguetón y Edmond sabía que estaba a punto de conseguir caerle en gracia de nuevo.

—Lo siento,— susurró.

—No.— Belinda se volvió y le
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