Una muchacha joven y de belleza discreta los miraba con expresión de horror, parada a unos cuantos metros de ellos. Se cubrió el rostro y salió corriendo hacia el interior de la casa.—Joder —exclamó Sheily, jadeante—. ¿Esa era tu novia?—Yo no tengo novia —dijo Zack, divertido—, pero acabamos de traumatizar a la cocinera. Sheily rio, ya pasado el espanto de ser sorprendida en tan íntimo momento y volvió a la acción, como si nada hubiera pasado. Zack tendría que agregar el término «resiliente» a la larga lista de calificativos que tenía para definirla.Lo hicieron rápido y se corrieron a gusto, sin procurar ser silenciosos pese a que ya no estaban solos en casa. Sheily descansó sobre el pecho de Zack y él la abrazó, luego de cubrirla con la manta. —¿Alguna queja? —preguntó él y Sheily volvió a reír por su fanfarronería—. Lo digo en serio, la comunicación es fundamental y me gusta que seas tan frontal y descarnada al respecto, así que dispara, mi ego de hombre se ha fortalecido desde
Zack dejó a Sheily dormida plácidamente en la cama y fue a la cocina, donde Iris picaba unas verduras. La mujer lo oyó llegar, pero no se dignó a mirarlo. —¿Ella se quedará a comer?Era una pregunta, pero se oyó como un reproche. —Sí. Quería disculparme por lo que viste, Iris. Olvidé avisarte que estaba aquí y que estaba acompañado. —Cuando vi tu auto, pensé que habías faltado al trabajo por estar enfermo y me preocupé. Bastante te había durado lo de ser un hombre responsable, no sé por qué me sorprende —echó las verduras a la olla y se lavó las manos. —Es la primera vez que falto. Trabajo hasta las seis de la tarde, ¿sabes lo que es estar nueve horas en una oficina? —frunció el ceño al ver que ella rodaba los ojos—. Ni siquiera sé porqué te estoy dando explicaciones.—Tal vez porque algo de decencia te queda todavía. Aunque era de esperarse que tarde o temprano acabaras llenando esta casa de mujeres.—¿Cuáles mujeres? Sheily es la primera que viene —explicó con indignación y más
Zack estaba muy serio sentado tras su escritorio y Sheily, haciendo gala de la misma seriedad, se sentó frente a él.—Tú dirás, Zack. Te escucho.—Volviste a votar en contra —le reprochó él.—Y di mis razones, ¿no te parecieron claras o sensatas? Para nada es algo antojadizo, menos caprichoso. Esa reducción de presupuesto es un error, así de simple.Él se reclinó en su silla y la observó hasta que Sheily se impacientó y frunció el ceño. —Pensé que ahora... sería diferente —repuso él, adquiriendo su expresión relajada y cómplice y Sheily rodó los ojos.—Ya estás mezclando de nuevo las cosas, Zack. Que puedas tener mi coño no significa que vayas a tener también mi voto —dijo ella con simpleza y Zack se relamió.Harta de estar sentada para una conversación inútil, se puso de pie y caminó hacia el ventanal, con la elegancia que la caracterizaba. Zack se paró tras ella y, con ganas de seguir mezclándolo todo, empezó a repartirle besos por el cuello.—Que hables de ese modo tan vulgar me p
Sheily soltó un suspiro y aferró el pantalón de Zack para quitárselo ella misma. —No importa, tengo mis exámenes al día, me los hago cada seis meses y estoy completamente sana. —¡Pero yo no! —él le apartó las manos—. Nunca me he hecho ningún examen y soy un cerdo promiscuo —lamentó. Jamás creyó que se arrepentiría de la vida licenciosa y despreocupada que había llevado hasta el momento y de la que se sentía tan orgulloso. Ahora todo era diferente. Respetaba a Sheily y como la posibilidad de follar en la compañía se había vuelto real, tendría que guardar un buen contingente de preservativos en su maletín. —¡Dios, Zack! Eres tan indisciplinado —se cubrió la cara con fastidio, mientras se enfriaba lentamente como la lava—. Espera. ¡Esta es una farmacéutica! Las bodegas deben estar llenas de preservativos —dijo y Zack se levantó de un brinco y fue a su escritorio. Regresó sonriendo con una caja de preservativos. —Son los que trajo Melanie para que los probáramos. ¿Quieres algún colo
—¿Qué haces aquí, Zack? —preguntó Sheily con molestia al ver que llegaba a esas horas y sin aviso previo. —Tenemos que hablar y no contestaste mis llamadas ni leíste mis mensajes.—¿Y no se te ocurrió pensar que eso fue porque no tengo ganas de hablar contigo? Vete —intentó cerrar la puerta, pero él la frenó con sus manos.—Ahora tú estás mezclando las cosas —reclamó él—. Yo no tengo la culpa de las estupideces que haga tu jefe en el trabajo. Sheily siguió empujando la puerta, pero Zack era más fuerte y ella se resbalaba con las pantuflas. Se rindió y lo dejó entrar por fin.—¿Vienes a hablar o por sexo? —preguntó, con los brazos en jarra y el ceño fruncido antes de ir a sentarse al sillón.—En realidad me gustaría un poco de ambos —se sentó junto a ella. Sus palabras no le habían hecho a Sheily una pizca de gracia. De brazos cruzados, miraba en otra dirección.Zack empezó a acariciarle la espalda, para ablandarla. —No quiero que estés enojada conmigo —intercaló cada palabra con b
Zack se corrió con euforia poco después de que ella lo hiciera, como un hombre disciplinado. Su sangre era fuego y el corazón había estado a poco de explotarle. Jaló el cinturón de la bata y desató las manos de Sheily como si abriera un regalo. La suavidad de la tela no le dejó marcas en la piel, que él masajeó de todos modos. Se recostó, apoyándole la cabeza sobre el vientre y ella lo abrazó. Descansaron unos instantes en el silencio donde danzaban sus respiraciones jadeantes, que eran como los rumores del mar.—¿Vas a quedarte a dormir? —le preguntó Sheily.—Depende. Si tú quieres, me quedo —suspiró y ella rodó los ojos.—Tú me dejaste quedarme en tu casa, así que si quieres puedes quedarte aquí —explicó ella y Zack rodó los ojos también.—Esa reciprocidad no aplica en este tipo de asuntos. Las cosas se hacen porque así se quiere, no porque otro las hizo primero. Sólo di si quieres que me quede y lo haré. No es tan difícil. —Zack, no soy de las mujeres que necesitan abrazos despué
Sheily recibió el masaje mañanero de Zack a las cinco de la madrugada y volvió a dormirse. Despertó a las siete y él no estaba en la cama. Lo encontró siguiendo el aroma dulzón que llenaba el lugar. En la cocina, él lavaba los trastes que había usado.—Espero que te gusten los waffles. Tienes wafflera, así que supongo que sí —dijo con una radiante sonrisa.Sheily se halló pensando que difícilmente alguien pudiera decirle que no a esa sonrisa. —Me encantan. Y mi mandil te queda bien, aunque algo pequeño. Si vas a cocinar para mí, podría aceptar que apareciera el tuyo por ahí. —Te tomaré la palabra. Zack dispuso en la mesa todo para Sheily, que se dejó consentir. Empezaba a creer que a él le gustaba el asunto de «servirle». Usualmente los hombres tan atentos lo hacían con el claro objetivo de llevarse a las mujeres a la cama, pero él ya había conseguido eso hacía rato, lo que la hacía pensar qué más quería él de ella. Un mordisco le dio Sheily a su waffle y le brillaron los ojos.—¿
Sheily llamó a Zack y a su madre. Ninguno contestó, así que se fue a su oficina.—Señorita Bloom, su madre vino a visitarla, pero como estaba en los laboratorios, no pude avisarle —le dijo Ángela.—Sí, ya me enteré —se encerró en la oficina y le envió un mensaje a Liliana.«¿Podrías avisarme cuando Zack regrese?». La espera duró alrededor de una hora en que la cabeza de Sheily no dejó de llenarse de todo tipo de pensamientos desastrosos. Llegó a la oficina de Zack sin saber con qué se iba a encontrar y cuando lo vio de pie junto al escritorio, tan extrañamente serio, temió lo peor.—Por qué... ¿Por qué te fuiste con mi mamá?—Porque estaba descontrolada y no iba a permitir que hiciera un escándalo aquí. La invité a tomar un café y estuvimos charlando hasta ahora. Cree que su esposo se escapó contigo.Sheily intentó sonreír. No había avanzado un paso dentro de la oficina, seguía en la entrada, con la espalda apoyada en la puerta.—¿Te dijo sólo eso?—¿Y te parece poco? —Zack avanzó ha