El amanecer en París traía consigo una sensación de falsa tranquilidad, un velo delicado que ocultaba el caos que se avecinaba. Bianca había comenzado a acostumbrarse a su nueva rutina en la ciudad, refugiándose en los pasillos del museo donde trabajaba. El arte había sido su escape, un refugio para su mente mientras su corazón seguía dividido entre su amor por Luca y la vida que intentaba construir lejos de Milán.
Pero ese día, algo se sentía diferente. Mientras caminaba hacia su apartamento tras una larga jornada, notó una sombra que la seguía de cerca. Al principio lo ignoró, pensando que era solo su mente jugándole una mala pasada. Pero cuando se giró por tercera vez y vio a los mismos hombres que había visto minutos antes, su corazón se aceleró.
Intentó mantener la calma, apretando el paso sin parecer demasiado obvia. Lleg&oac
La atmósfera en el apartamento era pesada, como si el aire estuviera cargado de palabras no dichas y emociones contenidas. Bianca miraba por la ventana, observando cómo las luces de Milán parpadeaban en la distancia. Desde que había regresado de París, su mente no había encontrado descanso. Aunque amaba a Luca con todo su ser, las sombras que lo rodeaban parecían imposibles de disipar.Luca entró al salón, con su camisa aún desabrochada tras un día lidiando con los restos de su organización. La mirada cansada en sus ojos era un reflejo del peso que llevaba sobre sus hombros. Se detuvo al verla, notando la tensión en su postura.—¿Qué ocurre? —preguntó en voz baja, aunque ya intuía la respuesta.
El sol apenas despuntaba cuando Luca se preparó para la reunión más arriesgada de su vida. Frente al espejo, ajustó su corbata, con la mente fija en las palabras que tendría que usar para convencer a sus enemigos. Las sombras bajo sus ojos revelaban noches de insomnio y una tensión acumulada que parecía estar desgastándolo. Sabía que estaba jugando con fuego, pero también sabía que esta tregua
El sol de París iluminaba la sala de estar de la casa de la familia de Bianca, pero la calidez de la mañana no podía atravesa
El amanecer en Milán traía consigo una calma engañosa, como si la ciudad misma presintiera la tormenta que estaba a punto de desatarse. Luca estaba de pie frente a una mesa llena de mapas, armas y documentos, rodeado por Tao y otros hombres de confianza. La tensión era palpable en el aire, y aunque todos hablaban en susurros, las miradas eran de acero.Bianca observaba desde la puerta, su presencia tan firme como su decisión de quedarse. Desde que había regresado, no había dejado de insistir en que estaría con Luca, sin importar el peligro. Él había intentado persuadirla, incluso suplicado en momentos de vulnerabilidad, pero su determinación había sido inquebrantable.—Si piensas que voy a quedarme aquí mientras tú arriesgas tu vida, no me conoces tan bien como c
El sol comenzaba a salir sobre Milán, pero para Luca y Bianca era más que el inicio de un nuevo día. Era el amanecer de una nueva etapa en sus vidas. Después de la brutal batalla que había puesto fin a la guerra, la ciudad estaba tranquila, como si incluso sus calles estuvieran aliviadas por el fin del conflicto. Pero para ellos, la calma no era suficiente. Sabían que quedarse significaba arriesgarse a que el pasado volviera a atraparlos.Luca observaba la ciudad desde el balcón de su penthouse. Sus ojos estaban fijos en el horizonte, pero su mente estaba en un torbellino de pensamientos. Milán había sido su hogar, el lugar donde había construido su imperio, pero también el escenario de todas las pérdidas que había sufrido. Detrás de él, Bianca lo observaba en silencio, sabiendo que ese momento era cruci
El sol de la mañana se filtraba por las ventanas de la pequeña casa que Marco y Bianca habían alquilado en un pueblo costero del sur de Italia. El sonido de las olas rompiendo suavemente contra la orilla llenaba el aire, un contraste absoluto con los ruidos de la bulliciosa Milán que habían dejado atrás. Bianca estaba en la cocina, preparando un café con movimientos lentos, casi ceremoniales, mientras Marco se encontraba en el jardín, inspeccionando la mesa de madera que había comenzado a construir días antes.A pesar de la paz del lugar, ambos sentían el peso de la transición. Habían huido del caos y del peligro, pero la incertidumbre de esta nueva vida comenzaba a hacer mella en ellos.Bianca miraba el mar desde la pequeña terraza de la casa. Su taza de café
El sol brillaba sobre las colinas del pequeño pueblo costero donde Marco y Bianca habían encontrado refugio. Desde afuera, su vida parecía idílica: la casa sencilla, los días tranquilos junto al mar, y las noches compartidas bajo las estrellas. Pero para Bianca, esa paz tenía una grieta, una que se hacía más evidente con el paso de los días.Marco comenzaba a desaparecer por horas, a veces sin explicación. Su teléfono sonaba en momentos extraños, y aunque siempre encontraba una excusa, algo en sus respuestas parecía forzado. Bianca intentaba convencerse de que solo era su imaginación, pero no podía ignorar el peso de la duda.Una mañana, mientras Marco estaba en el jardín, Bianca decidió revisar discretamente su teléfono. Lo encontr&oa
La vida en el tranquilo pueblo costero parecía un respiro de la tormenta, pero el pasado siempre encuentra la manera de abrirse camino. Una mañana, mientras Luca reparaba una cerca en su jardín, un coche desconocido se detuvo frente a su casa. Luca se tensó al instante. El hombre que salió del vehículo era alguien que conocía bien: Marco, un antiguo asociado de sus días en Milán.Marco se acercó con paso nervioso, mirando alrededor como si temiera ser observado. Luca dejó caer las herramientas y se cruzó de brazos, su expresión endurecida.—¿Qué haces aquí, Marco? —preguntó con un tono que dejaba claro que no estaba para juegos.—Luca, no tengo a quién más acudir —respo