El sol brillaba sobre las colinas del pequeño pueblo costero donde Marco y Bianca habían encontrado refugio. Desde afuera, su vida parecía idílica: la casa sencilla, los días tranquilos junto al mar, y las noches compartidas bajo las estrellas. Pero para Bianca, esa paz tenía una grieta, una que se hacía más evidente con el paso de los días.
Marco comenzaba a desaparecer por horas, a veces sin explicación. Su teléfono sonaba en momentos extraños, y aunque siempre encontraba una excusa, algo en sus respuestas parecía forzado. Bianca intentaba convencerse de que solo era su imaginación, pero no podía ignorar el peso de la duda.
Una mañana, mientras Marco estaba en el jardín, Bianca decidió revisar discretamente su teléfono. Lo encontr&oa
La vida en el tranquilo pueblo costero parecía un respiro de la tormenta, pero el pasado siempre encuentra la manera de abrirse camino. Una mañana, mientras Luca reparaba una cerca en su jardín, un coche desconocido se detuvo frente a su casa. Luca se tensó al instante. El hombre que salió del vehículo era alguien que conocía bien: Marco, un antiguo asociado de sus días en Milán.Marco se acercó con paso nervioso, mirando alrededor como si temiera ser observado. Luca dejó caer las herramientas y se cruzó de brazos, su expresión endurecida.—¿Qué haces aquí, Marco? —preguntó con un tono que dejaba claro que no estaba para juegos.—Luca, no tengo a quién más acudir —respo
El aire fresco y salado del pequeño pueblo costero comenzaba a ser familiar para Bianca, aunque todavía sentía que el lugar no la acogía por completo. Habían pasado semanas desde que se instalaron, y mientras Luca lidiaba con sus propios fantasmas, ella decidió que necesitaba salir de casa y encontrar su lugar en esta nueva vida.Al principio, los habitantes del pueblo eran amables pero reservados. La llegada de una mujer tan elegante y claramente de fuera despertaba curiosidad, pero también cierta desconfianza. Sin embargo, Bianca no se rindió. Se esforzaba por visitar el mercado local, saludar a los vecinos y participar en pequeños eventos comunitarios.Fue en una de esas visitas al mercado cuando conoció a Marco, un hombre que vendía pescado fresco junto al muelle. Era un hombre de media
El sol se reflejaba en las aguas cristalinas del pequeño pueblo costero mientras Bianca y Luca caminaban juntos por el muelle. Era una rutina que habían adoptado en las últimas semanas, una forma de desconectarse del pasado y reconectar entre ellos. El aire salado, los colores vibrantes de las casas y el sonido del mar se habían convertido en un bálsamo para sus almas.Bianca sostenía la mano de Luca, sintiendo una calma que hacía tiempo no experimentaba. Él, por su parte, había comenzado a relajarse en esta nueva vida, aunque los ecos de su pasado seguían acechándolo en los momentos más inesperados.—¿Te imaginas que esto sea todo lo que necesitemos? —preguntó Bianca de repente, mirando al horizonte.Luca la mir&oa
El sonido del cartero dejando correspondencia en el buzón no solía llamar la atención de Marco, pero aquel día, una carta sin remitente lo inquietó. La tomó con cuidado y la abrió mientras Tao preparaba café en la cocina. Lo que leyó lo dejó frío: una amenaza velada acompañada de detalles sobre su paradero actual, información que nadie debería tener."Sé quién eres y dónde estás. Si no quieres que todos lo sepan, estarás dispuesto a pagar un precio. Nos encontraremos pronto."Marco arrugó la carta con fuerza. El pasado que tanto había intentado enterrar estaba, una vez más, acechándolo. Miró hacia la cocina, donde Tao tarareaba una melodía mientras servía las tazas. No podía preoc
El aire fresco del amanecer en el pequeño pueblo costero tenía algo especial. Era un nuevo día, un nuevo comienzo. Bianca y Tao caminaban de la mano hacia una antigua casa de piedra que habían decidido comprar. Había estado abandonada durante años, con ventanas rotas y una estructura que parecía al borde del colapso, pero ambos vieron algo en ella: una oportunidad para construir un hogar, juntos.—¿Estás segura de esto? —preguntó Tao, observando las grietas en las paredes y la maleza que crecía descontrolada en el jardín.—Absolutamente —respondió Bianca, con una sonrisa decidida—. Esta casa somos nosotros: tiene sus cicatrices, pero con esfuerzo y amor, puede ser hermosa de nuevo.Tao rió ante su analogía, pero no pudo evitar sentirse conmovido. Estaba dispuesto a hacer de ese lugar un símbolo de todo lo que habían
El sol apenas despuntaba sobre el horizonte del pequeño pueblo costero cuando Bianca despertó con una sensación extraña. No era el cansancio habitual de las últimas semanas, ni las náuseas que había intentado ignorar. Algo dentro de ella parecía diferente. Sin decirle nada a Marco, salió temprano hacia el consultorio médico local, con el corazón latiendo acelerado por una mezcla de esperanza y miedo.Horas después, Bianca sostenía entre sus manos el resultado de la prueba. Positivo. Su mente giraba en espirales de emociones: alegría, nerviosismo, y un atisbo de temor. Este bebé no solo cambiaría sus vidas, sino que también sería una prueba definitiva de que habían dejado atrás el caos del pasado.Cuando llegó a casa, encontró a Marco en el jardín trasero, reparando una cerca que había sido dañada
El tren serpenteaba por el paisaje italiano mientras Bianca miraba por la ventana, absorta en sus pensamientos. Volver a su ciudad natal no era fácil; cada kilómetro que la acercaba parecía añadir peso a su pecho. Desde que había elegido a Marco, la relación con su familia había estado marcada por reproches, silencios y un distanciamiento que a menudo dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir. Pero ahora, con un bebé en camino, sentía que era el momento de enfrentar esas heridas.Cuando llegó, la casa familiar estaba igual que siempre, con su fachada de piedra y las buganvillas trepando por los muros. Bianca respiró hondo antes de tocar la puerta. Fue su madre quien abrió, y aunque su rostro mostró sorpresa, también hubo un destello de calidez en sus ojos.—Mamá —dijo Bianca, sonriendo con timidez.—Bianca... no esperaba v
El sol comenzaba a descender sobre el pequeño pueblo costero, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados. Bianca miraba por la ventana de la sala, observando cómo los habitantes comenzaban a reunirse en la plaza principal para una celebración organizada en su honor. La noticia del bebé que esperaba había corrido por el pueblo, y la comunidad, que inicialmente los había recibido con cautela, ahora se volcaba en mostrarles su apoyo.Luca entró en la sala, ajustándose la camisa blanca que Bianca le había insistido que usara. Parecía nervioso, lo que era poco común en él.—¿Estás listo? —preguntó Bianca, girándose hacia él.Luca asintió, aunque sus manos se movían inquietas.—No estoy acostumbrado a esto —admitió, mirando hacia la plaza donde los sonidos de risas y música comenzaban a