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¿Qué me sucede?

Desperté de un salto, mirando el reloj de mi mesita de noche: faltaban diez minutos para las seis de la mañana y, no queriendo que se me hiciera tarde, me metí al baño a darme una ducha caliente.

Al estar lista, con ropa y todo, decidí salir de mi habitación, bajando las escaleras, dirigiéndome a la cocina. Luego de haber estado un tiempo sola, escuché que alguien bajaba las escaleras, acercándose a la cocina.

- Hija, ¿qué haces despierta tan temprano? - Conecto mis ojos con los de mi madre, viéndola acercarse a mí para darme un abrazo.

- Mala noche, nada más. No tenía sueño así que decidí bajar y desayunar temprano. - Sonreí levemente, viéndola separarse de mí. 

- ¿Y se puede saber qué fue lo que te hizo pasar una mala noche? - Me tensé levemente, pasando en seco, pensando en qué decir.

- No es nada, mamá. Sólo fue una tontería. - Le sonreí lo mejor que pude, esperando que me creyera. Ella suspiró y asintió, no muy confiada. - ¿Ben está listo?

- Sí, pero ¿podrías decirme qué rayos le sucedió en el ojo? - Sentí que mis ojos se abrieron levemente por la ansiedad. Si Benjamin no le había dicho, ¿debería hacerlo yo?

- Mmm, ¿qué te dijo? - Mi madre se cruzó de brazos, analizándome con su mirada.

- Que se había tropezado, cayendo al suelo y se había golpeado sin querer con una silla o algo así, que no recuerda bien. - Mamá me miró de manera acusatoria, notando la tensión de mi cuerpo.

- Pues eso me dijo a mí. - Levanté mis hombros, viéndola entrecerrar sus ojos, sabiendo que no me creía.

- Gabriella White. - Rodé mis ojos y suspiré con rendición. Es caso perdido con ella.

- Lo hizo por defender a una chica, mamá. - Ella abrió sus ojos y boca con algo de sorpresa, asintiendo en silencio al comprender qué había sucedido. 

- Pobre mi niño. - He ahí el instinto maternal.

- No le digas que te dije. - La miré con advertencia pero ella asintió con una sonrisa, guiñándome uno de sus ojos. Miré el reloj, viendo que eran las siete y quince de la mañana. - ¿Benjamin se demora?

- No, voy a buscarlo. - Mi madre se acercó a la entrada de la cocina y antes de salir, me miró con cierta disculpa. - Por cierto, Gabi, iré a recoger a tu hermano hoy. Tendrás que venirte sola, lo siento. - Suspiré con suavidad, asintiendo con resignación.

- Supongo que no puedo hacer nada contra eso. - Ella negó con una sonrisa y desapareció de mi vista.

Bueno, viéndolo de una manera positiva, al menos podré trabajar todo el día sin interrupciones ni distracciones.

A los cinco minutos, mi madre bajó con Benjamin, quien tenía levemente hinchado su ojo; sonreí un poco recordando el motivo.

- Hola, Ben. - Lo miré con ternura, viéndolo acercarse a mí, dándome un abrazo.

- Hola, Gab. - Sonreí, acariciando sus brazos.

- ¿Cómo amaneciste? - Se separó de mí, guiñándome su otro ojo, haciéndome sonreír levemente.

- Mejor que nunca, ¿no lo ves? - Sonreí, asintiendo en silencio.

- ¿Listo para irnos? - Ben iba a responder pero mi madre le ganó.

- Primero debe desayunar, Gabriella. - Mi madre me miró como si hubiese perdido la razón y le di una sonrisa de disculpa, desviando mi mirada.

Benjamin no se demoró nada en desayunar, levantándose al poco tiempo para ir por su mochila; hoy no quería caminar, así que le pregunté a mi padre si podía dejarnos en el instituto, y él aceptó con gusto. El camino fue corto e íbamos riendo y molestando entre los tres.

Al llegar, nos despedimos de papá y le deseamos un buen día; acompañé a mi hermano a su salón, sintiéndome curiosa.

- Ben, ¿qué harán con mamá hoy? - Él me miró sin poder explicarme. Sus ojos mostraban lo desinformado que estaba. 

- No sé, Gab. Dijo que pasaría por mí y que no sabía si acabaríamos temprano. - Pasó su maleta al frente, abriéndola y sacando algo de ella; comprendí al ver su nintendo. - Me hizo empacarlo, sólo por si acaso. - Dejó sus ojos en blanco, haciéndome reír con suavidad.

- Supongo que no llegarán sino hasta la noche. - Mi hermano rodeó mis hombros con sus brazos, dándome un abrazo tierno.

- Haré todo lo posible para que mamá no se demore, lo prometo. - Sonreí y asentí, separándome de él, dejando un beso en su mejilla, recordándole que debía comportarse y evitar peleas, viéndolo asentir con una sonrisa, alejándose de mí para encontrarse con sus compañeros. 

Después de salir del instituto, comencé mi recorrido hacia la cafetería con el mismo sentimiento que me venía persiguiendo hace días. Simplemente decidí ir a paso lento, ya que no me sentía con mucho ánimo; la verdad era que tenía sueño y me sentía algo adolorida del cuerpo por causa de aquella pesadilla que, aunque no fue real, se sintió como si lo fuese.

Al llegar a mi destino, miré la hora, viendo que faltaban diez minutos para las ocho; suspiré con resignación y frustración, ya que abrían un poco pasadas las ocho de la mañana.

Decidí sentarme en el suelo, no queriendo irme lejos para llegar tarde después. Me coloqué mis audífonos, recogiendo mis piernas y dejé que el tiempo pasara mientras esperaba a que alguien llegara y abriera. El frío que se sentía en el aire era sorprendente; a pesar de estar abrigada, podía sentir el frío atravesar mi piel y refugiarse en mis huesos, estremeciendo mi cuerpo de manera leve. 

Pasado un tiempo, sentí que alguien me movía del hombro con cuidado y abrí mis ojos, encontrándome con Eleanor.

Me levanté del suelo con rapidez, quitándome los audífonos, dándole una leve sonrisa.

- Llegaste muy temprano, cariño. ¿Sucedió algo? - Negué con rapidez, intentando explicarme.

- Sólo madrugué bastante y me vine para acá apenas dejé a mi hermano en el instituto. - Ella asintió con una sonrisa mientras abría la puerta. - Por cierto, - me miró expectante - no debo ir por mi hermano hoy, así que podría quedarme a trabajar hasta más tarde.

Eleanor sonrió nuevamente, aceptando mis palabras, abriendo la puerta del restaurante, haciéndome entrar primero. Entre las dos comenzamos a organizar las mesas y limpiarlas, barrer, trapear, arreglar un poco la cocina y demás. Apenas todo estuvo listo, me envió a cambiarme y asentí, dirigiéndome a la habitación trasera para poder quitarme mi ropa y colocarme el uniforme.

Al estar lista, salí de allí, encontrándome con el chico moreno de ayer, viéndolo hablar con Eleanor; apenas me vieron aparecer en sus campos visuales, hicieron una especie de silencio repentino e incómodo. Eleanor me miró, regalándome una sonrisa, indicándome con su mano que me acercara; lo hice con inseguridad mientras, un montón de dudas, revoloteaban en mi cabeza.

- Querida, no sé si ayer se presentaron pero, hoy, lo hago formalmente. - Los miré a los dos en silencio, sintiéndome un poco apenada. - Él es mi hijo, Dustin Black.

Miré al chico con cierta sorpresa y asentí sin saber qué decir. Él extendió su mano hacia mí, causando que la tomara en silencio.

Al hacerlo, el contacto con su piel me hizo estremecer, dejándome sentir su tacto bastante caliente; o quizás soy yo, que parezco un témpano de hielo por haberme quedado sentada afuera.

- Hola, Gabriella. ¿Qué tal estás? - Me regaló una sonrisa amable y sonreí algo tímida.

- Hola. Bien, gracias. ¿Y tú? - Asintió con confianza, mirándome con cierta duda.

- Estoy muy bien, aunque no sé si deba creerte a ti. - Lo miré confundida, al tiempo que soltábamos nuestras manos. - Bueno, tienes cara de no haber dormido mucho.

Escuché la risa suave de Eleanor, al tiempo que podía sentir a mi sangre, huyendo de mi cuerpo para venir a acumularse en mis mejillas, que en cualquier momento explotarían por la vergüenza. Desvié mi mirada, rascando levemente mi nuca, sin saber qué decir.

- Dustin, no la espantes. - Miré de reojo a Eleanor, viendo que daba una pequeña palmada en su hombro; él sólo me observaba con una sonrisa ladina.

- ¿Qué te parece si nos sentamos y charlamos un poco? Ya sabes, para conocernos mejor. - Miré a Eleanor buscando ayuda pero ella asentía con su cabeza, dándome permiso sin pensarlo y sin salvarme.

- Ve, Gabi. Todavía no ha llegado gente y puedes aprovechar esa charla para despejar tu mente. - Sonreí un poco contrariada, asintiendo en dirección a Dustin, esperando que dijera algo más.

Me hizo un leve movimiento de cabeza para que lo siguiera y así lo hice. Nos guió hasta la última mesa de todas, viéndolo sentarse frente a mí mientras yo le daba la espalda a la puerta, moviendo mis manos con cierta ansiedad, sin poder mirarlo fijamente. 

- ¿Qué tal te ha parecido el pueblo hasta ahora? - Suspiré un poco, conectando mis ojos con los suyos, sonriendo levemente.

- No lo conozco mucho. Hace poco llegamos y hasta ayer comencé a trabajar. No tengo amigos, exceptuando a Leslie que me ha tratado muy bien desde que ingresé. - Vi que su sonrisa se ensanchaba con orgullo y asentía.

- Ella siempre ha sido así: demasiado sociable pero que confía en pocos. - Su voz sonaba con cierta admiración. ¿Es mi impresión o él siente algo por Leslie? - Es poco común ver gente nueva en éste pueblo; la mayoría de los que estamos, ya nos conocemos de toda la vida.

Asentí, analizando un poco aquellas palabras, ignorando la voz de Dustin por completo. ¿Por qué no viene gente nueva? ¿Acaso los espantan? ¿Les echan veneno en la comida o qué?

Estaba tan sumida en mis propios pensamientos, que no noté la presencia de alguien más, sentado a mi lado. Al darme cuenta, pegué un leve salto en el asiento mientras una de mis manos viajó a mi pecho al ver al chico de los ojos grises azulados, sentado a mi lado, totalmente serio e impacible.

Miré a mi alrededor, saliendo de mi pequeña burbuja mental, dándome cuenta que ya había gente, esperando ser atendida. Necesitaba comenzar a trabajar pero el cuerpo de mi nuevo acompañante me impedía siquiera moverme; y salir por encima de la mesa, o por debajo de ella, no es algo que esté en mis planes en estos momentos.

- Amm, ¿podrías darme permiso, por favor? - Mi voz salió un poco nerviosa al observar su perfil perfecto, acelerando mi pulso. - Es que necesito trabajar. - Su mirada seria se posó en mi rostro, sintiendo cómo un escalofrío recorría mi espina dorsal con fuerza.

- No. - Espera, ¿qué? ¿Escuché bien?

- ¿Disculpa? ¿No te moverás? - Negó en silencio, desviando su mirada, fijándola en Dustin. También lo hice, viendo una pequeña sonrisa en su rostro, haciéndome sentir confundida; bufé con incredulidad, sintiendo una valentía extraña. - Mira, troglodita, no me importa quién eres o quién puedas llegar a ser; no te conozco ni tú a mí, así que hazte a un lado y déjame trabajar.

Su mirada se volvió a fijar en mí pero, ésta vez, el miedo me martillaba el cerebro, haciéndome sentir más pequeña de lo normal. Sus ojos parecían dagas afiladas, dispuestos a atravesarme sin piedad. Me tomó del brazo con cierta fuerza, causando que un leve gemido de dolor escapara de mis labios, junto a un pequeño estremecimiento, que no me parecía nada normal viniendo de mí.

¿Estaré enferma? No lo creo. Creo que estás un poco idiota.

- ¿Cómo me dijiste? - Creo que perdió la razón, pero yo, por estúpida, abrí mi bocota, metiéndome en problemas; mi brazo comenzaba a doler ante su agarre y aunque intentaba que alguna respuesta rápida saliera de mi boca, esta sólo se abría pero ningún sonido salía de ella. 

- Basta, Tyler. La lastimas. - Logré observar a Dustin de reojo, viendo su cara de desaprobación. - Aprende a controlarte, viejo. Tú eres el mayor.

Tyler miró a Dustin con ira contenida pero yo no podía dejar de mirarlo. A pesar de estar tan enojado mi mente no podía dejar de apreciar lo hermoso que se veía. 

Pude apreciar cómo aflojaba su agarre, soltándome con lentitud, levantándose del asiento, dándome espacio para salir; miré a Dustin con algo de pena, dándole un leve gracias silencioso mientras él sonreía con algo de incomodidad, negando en silencio.

Me apresuré a llegar a la barra, anhelando trabajar para distraer mi mente de aquel suceso, acariciando mi brazo con cuidado; podía jurar que sentía su mano allí todavía. Tomé asiento en una de las sillas de la barra, respirando con suavidad, intentando calmarme.

- Hola, Gabi. - Dirigí mis ojos a Leslie, quien venía acercándose a mí y medio sonreí. - ¿Estás bien? - Asentí con rapidez.

- Sí, Les. Sólo algo cansada. Mala noche. - Ella asintió, dándome un pequeño abrazo.

- Ya vengo; iré a cambiarme. - Asentí, viéndola perderse por el pasillo.

Decidí dejar de pensar, sacudí levemente mi cabeza y me levanté de donde estaba, dispuesta a atender a la gente que ya estaba aquí, con una sonrisa amable en mi rostro, intentando disimular mis dolencias y las ganas de ir a dormir.

El día transcurrió con total normalidad; claro, si a eso se le acepta que, el troglodita, se haya quedado todo el santo día, sentado en la misma mesa, sin dejar de mirarme ni un sólo momento. Podía jurar que quería arrancarme la garganta de un mordisco o al menos intentarlo con alguna de mis extremidades.

A la hora de almuerzo, Leslie y yo, nos sentamos juntas; decidí aprovechar aquel espacio para hacer preguntas. 

- Oye, Les, ¿puedo preguntarte algo? - Ella me miró con una sonrisa y asintió. - ¿Tú y Dustin tienen algo? - Su sonrisa se ensanchó de manera disimulada y sus ojos tomaron un brillo especial.

- ¿Te dijo algo? - Negué sin dejar de mirarla pero ella asintió. - Ambos nos gustamos, Gab, pero él no ha dado el primer paso y yo no quiero parecer una loca desenfrenada. - Reí un poco, comprendiendo.

- Entiendo. - Miré hacia afuera, dándome cuenta que el día parecía sentirse demasiado bipolar.

Hará frío ésta noche.

Luego del almuerzo, ambas seguimos en nuestras labores, sin darme cuenta que, el día, había llegado a su fin; fui a cambiarme y, al estar lista, busqué a mi jefa. Me acerqué a Eleanor, viéndola sonreír al tenerme cerca.

- Creo que me iré a casa, Eleanor. Se está haciendo tarde y no vivo tan cerca. - Ella me tomó de los hombros, mirándome con algo de preocupación. 

- Si quieres le digo a Dustin que venga por ti y te deje en casa. - Negué con una sonrisa, intentando darle paz.

- Estaré bien, Eleanor. Caminar me hará bien. - Ella asintió, dando una tierna caricia a mi cabello. Me despedí y salí de ahí.

- ¡Gabi, espera! - Me giré a tiempo de ver a Leslie acercarse a mí, haciéndome fruncir mi ceño.

- ¿Qué sucede, Les? ¿A dónde vas? - Ella sonrió, entrelazando nuestros brazos.

- Te acompañaré hasta tu casa. - Abrí mis ojos con sorpresa, negando con rapidez.

- Leslie, no es necesario. Me sé cuidar sola; conozco algunas maniobras de defensa y mi casa queda lejos. - Me separé de ella, negando en silencio. - Tú vives por aquí cerca y yo no voy a estar con remordimiento porque te devuelves sola. Olvídalo, Les.

Me acerqué a ella, dándole un abrazo, separándome enseguida, emprendiendo la marcha hacia casa. La escuché intentando decirme algo pero, al querer hacerlo, me alejé a paso rápido, ignorándola del todo.

Miré la hora en mi celular al haber caminado unos cinco minutos, viendo que marcaba las siete y media. Asentí, haciendo cálculos. De aquí a mi casa, a un paso intermedio, serían unos veinte minutos. Si acelero un poco más, a lo mejor sea menos.

Me estremecí con cierta fuerza al sentir una brisa helada golpearme el cuerpo, causando un temblor en todo mi ser. ¿Qué me está sucediendo? No soy chica que sufra de frío pero, éste viento, me está helando hasta los vellos del cuello. Decidí acelerar el paso, queriendo entrar en calor de alguna manera.

Llevaba diez minutos caminando a paso medio rápido, cuando comencé a entrar a las cercanías de mi casa, sintiendo cierto alivio. Mi respiración se volvió más acompasada pero, sin previo aviso, me tensé al escuchar unos aullidos que podrían romperle los tímpanos a cualquiera, escuchándolos demasiado cerca. 

Mi pulso comenzó a correr con desesperación por mis venas, martillándome todas y cada una de las partes por donde podía sentirlo con fuerza.

¿Qué hago? ¿Corro? Pues, ¿patitas pa' que las tengo? ¡Corre, estúpida!

Le hice caso a mi hermosa conciencia y eché a correr hacia mi casa con desesperación. Si alguien me viera, diría que estoy corriendo por mi vida pero, la realidad, es que soy demasiado cobarde y me da miedo que algo o alguien me salga al encuentro.

Al estar en la esquina de mi casa, apresuré a mis piernas para llegar a la seguridad de mi hogar y, al estar en la puerta, saqué las llaves de mi bolsillo, petrificándome en la entrada de mi casa al escuchar un gruñido que me heló la sangre. Me giré con lentitud, encontrándome a un lobo enorme, de color blanco con negro y algo de gris, tal vez. Sus ojos azules penetraban mi rostro y sus dientes filosos estaban expuestos, como un montón de cuchillos, listos para clavarse en mi piel si me descuidaba.

Retrocedí con cuidado, estrellando mi espalda contra la puerta de la casa. ¿¡Dónde rayos están mis padres o mi hermano cuando los necesito!?

El lobo se acercó a mí con lentitud, olfateando mi rostro; creo que soltó un bufido, ya que el aire salió de golpe, despeinándome un poco. Cerré mis ojos con fuerza y apreté mis labios para no gritar del miedo tan enorme que sentía.

Escuché el gruñido nuevamente y otro escalofrío recorrió mi espalda, haciéndome estremecer con fuerza. El lobo hundió su hocico en mi cuello, oliendo mi perfume quizás.

Por favor, que se vaya. Por favor.

No sé qué habrá escuchado pero se enderezó con rapidez mientras sus orejas se erguían más de lo que ya estaban, echándome un último vistazo, perdiéndose entre la espesidad de los árboles, al cruzar la calle solitaria.

Sentí que el mundo comenzaba a darme vueltas enormes, dejándome apreciar las luces del auto de mi madre, seguidas por las luces del auto de mi padre. Suspiré en silencio, dejándome caer al suelo sin fuerza alguna, viendo cómo el color y la claridad de la luz, se perdían detrás de mis párpados...

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