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¿Quién es él?

Escuché la molesta alarma sonar y maldije internamente; me senté en la cama, mirando a la nada, apagando el sonido estrepitoso después de un tiempo, dándome cuenta que eran las seis y treinta de la mañana. Decidí levantarme y darme un baño para que no se me hiciera tarde de nuevo.

Entré al baño con toda la lentitud habida y por haber, decidiendo que lavaría mi cabello. Me demoré unos veinte minutos allí adentro, deseando remover la sensación inquietante que me invadía. Al salir, me alisté con rapidez, bajando a desayunar al haber terminado.

- Buenos días, hija. - Mi madre sonrió al verme entrar a la cocina. - Veo que te levantaste temprano hoy. - Le sonreí de vuelta, asintiendo en silencio. 

- Supongo que no quiero que, Ben, llegue tarde de nuevo. - Me senté en una de las sillas del comedor, pensando en todo. - Mamá, hoy comienzo a trabajar. - Ella me miró con cierta sorpresa, algo extrañada.

- ¿Y eso? Sabes que no necesitas hacerlo, hija. Tu padre y yo... - Asentí sin dejarla terminar.

- Lo sé, mamá, pero quiero hacer algo mientras espero y me tomo mi tiempo. Además, no está mal querer ayudarles a ustedes y tener mi propio dinero, ¿no crees? - Ella sonrió, dejando un beso en mi cabeza y asintió, sin decir nada más. 

- Hola, Gabi. - Sentí los brazos de mi hermano rodear mis hombros, causando que dejara un beso en su mejilla; sonreí.

- Hola, Ben. ¿Listo para irnos? - Me miró, asintiendo en silencio, separándose de mí.

- Antes de irse, desayunen. - Mi madre nos miró con advertencia, haciéndonos sonreír pero hicimos caso a su pedido.

Luego del desayuno, fuimos a lavar nuestros dientes, tomé un pequeño bolsito de mi habitación y salí con Benjamin hacia el instituto.

Nos íbamos a pie, ¿por qué? Pues porque me daba flojera esperar el bus y prefería al menos hacer ese deporte, ya que soy bastante antideportiva. Benjamin iba molestando en todo el trayecto, riendo a carcajadas, haciendo un mini espectáculo mientras avanzábamos, haciéndome reír y sentir tranquila.

Después de unos treinta minutos caminando, llegamos al instituto, y decidí acompañar a mi hermano a su salón.

- ¿Vendrás por mí? - Me miró expectante, haciéndome negar con ironía. 

- No, Ben. Me olvidaré de que existes y me iré del país. - Rodé mis ojos, escuchando su risa ante mis palabras.

- No es necesario el sarcasmo. - Me abrazó. - Te quiero, Gab; nos vemos más tarde. - Asentí, colocándome levemente en puntas para dejar un pequeño beso en su mejilla.

- También te quiero, Ben. Pórtate bien. - Asintió, separándose de mí. 

Lo vi entrar a su salón, causando que diera media vuelta para salir de allí y dirigirme hacia la cafetería; me sentía un poco emocionada al hacer algo nuevo y diferente. A los pocos minutos comencé a caminar con rapidez, sintiendo que alguien me pisaba los talones, causando que mirara alrededor, sin ver a nadie. Al llegar al restaurante, la señora de ayer me recibió con una sonrisa. 

- Hola, querida. ¿Cómo amaneces? - Sonreí.

- Buenos días. Muy bien, gracias por preguntar... - Esperé a ver si me decía su nombre.

- Oh, cierto, no nos hemos presentado. - Sonrió, nevando en silencio. - Soy Eleanor Black, cariño. Es todo un gusto conocerte al fin. - Estrechamos manos mientras la miraba con curiosidad.

- Gabriella White. - Me regaló una sonrisa amable y asintió, soltándonos con suavidad.

- Sé quién eres. - La miré con algo de confusión, viendo que su sonrisa no desaparecía. - Ven, te mostraré el lugar y lo que debes hacer.

Asentí, sintiéndome extraña pero ella comenzó a darme un recorrido, mostrándome cada cosa que podía.

No era un espacio demasiado grande pero tampoco era pequeño. En total eran quince mesas, donde podían caber alrededor de unas ocho personas, más o menos. Me presentó a algunos del personal también mientras, ellos, me daban la bienvenida con mucha hospitalidad. Me llevó a la parte trasera del establecimiento, acercándome a uno de los locker, sacando y mostrándome el uniforme que debía usar; mi mente gritaba que no podía ser capaz de usar algo como eso pero debía hacerlo si quería comenzar a trabajar y mantener mi nuevo puesto.

El uniforme estaba compuesto por una falda negra, dos dedos por encima de mi rodilla, una blusa azul celeste, un delantal blanco con rayas amarillas que casi no se veían, y unas converse negras que lo complementaban. Vale, no es el mejor conjunto pero tampoco está horrible.

Sí, claro. Me produce ganas de vomitar con tan sólo verlo. Mejor no digas nada, no vaya a ser que suceda de verdad.

Después de haberme cambiado, me acerqué a la señora Eleanor para informarle que estaba lista para iniciar. 

- Estoy lista, señora Eleanor. - Ella me miró con una sonrisa tierna y asintió.

- Dime Eleanor, querida. Sólo Eleanor. - Asentí un poco apenada, viéndola extender un pequeño bloc de notas y un lapicero hacia mí. La miré algo confundida nuevamente. - Es para que tomes los pedidos, cariño.

- Oh, claro. - Qué torpe soy. Me golpeé mentalmente con la barra y asentí con una medio sonrisa. 

Me separé de ella, comenzando mi turno, acercándome a atender a la gente que ya había llegado, sintiéndome tranquila y un poco contenta. Agradecía no ser la única chica trabajando aquí; por lo menos eran dos o tres chicas más moviéndose por el lugar. 

No sé cuánto tiempo había transcurrido pero comenzaba a sentirme algo exhausta; nunca había estado tanto tiempo de pie ni moviéndome de un lado a otro con bandejas sobre mis manos. Me acerqué a la barra, tomando asiento en una de las sillas, dándome un tiempo para descansar, cuando escuché que abrían la puerta, haciendo que girará levemente mi rostro para poder ver a nuestros nuevos clientes.

Casi me caigo de la silla al verlos.

Cinco chicos, todos altos y bien fornidos, se ubicaron en una de las mesas más alejadas del lugar, charlando entre risas y juegos entre ellos. Intenté levantarme de donde estaba para atenderlos, pero al mismo tiempo me sentía intimidada por su causa, así que me quedé en mi lugar, ignorando todo aquello. 

Que los atienda otra, yo me quedo aquí. ¿¡Vas a desaprovechar a semejantes bombones!? No hables. No quiero ir hasta allá.

- Gab, cariño, - levanté mi mirada, encontrándome a Eleanor, viendo la mirada suplicante que me daba - ¿podrías ir a atender a los chicos? Las demás chicas están ocupadas atendiendo al resto de gente. - Asentí con una sonrisa, no queriendo parecer una mala empleada o una estúpida. 

Ella se dio la vuelta mientras yo suspiraba con rendición, levantándome con lentitud, acomodando mi uniforme y tomando aire con profundidad. Comencé a caminar hacia ellos, con los nervios a flor de piel y mi respiración casi cortándose. Los latidos de mi corazón estaban frenéticos y listos para escapar de mi pecho. Al estar cerca, tomé una última respiración profunda y hablé. 

- Bienvenidos al restaurante de Bishop's. ¿Qué les puedo ofrecer? - Intenté que mi voz sonara lo más normal posible pero hasta un niño podría notar el nerviosismo en ella; sonreí lo mejor que pude, manteniendo la calma. 

Los cinco chicos dejaron de hablar, fijando sus miradas sobre mí, intimidándome un poco más de lo que ya estaba con sus presencias, haciéndome sentir cohibida.

- Eres nueva, ¿no? - Miré al moreno, ojos cafés, que me miraba con una sonrisa, casi, burlona. Noo. ¿Quién te dijo? ¿Acaso no es obvio que lo soy? Rodé mis ojos con disimulo y asentí con una leve sonrisa.

- Así es, soy nueva. Ahora, ¿qué les traigo? - Vaya, ¿de dónde salió esa valentía tan repentina? Ni idea pero ojalá me dure.

- ¿Cómo te llamas? - Miré al chico blanco, ojos verdes, que me miraba con curiosidad.

- Gabriella. - Sentí que mis mejillas se entumecían por el intento de sonrisa que mantenía, colocando mis ojos sobre el pequeño bloc que mis manos temblorosas sostenían. - Entonces, ¿qué les puedo traer?

- ¿Acaso tienes afán? - Me estremecí ante la rudeza y profundidad de su voz, levantando mi vista para ponerla en el chico pelinegro, ojos ¿grises?, con tonalidades azuladas y una mirada algo ¿intimidante? 

Negué en silencio pero, él, sonrió de una manera que me hizo estremecer, haciéndome sentir extraña. Un pequeño corrientazo descendió por mi espina dorsal, causando que tratara de disimularlo con rapidez, negando en silencio. 

- Sólo quiero traer sus pedidos, no es más. - El tono de mi voz se fue perdiendo llegando al final de mis palabras.

- Ty, deja a la pobre chica tranquila. - Miré al moreno que me había defendido, sonriendo con nerviosismo, viéndolo inclinarse hacia el frente. - Traenos, a los cinco, unas hamburguesas dobles con unas gaseosas.

Asentí mientras anotaba con rapidez, enredándome con mi propia letra.

- Enseguida. - Me alejé de ellos, escuchando que iniciaban una nueva conversación, sintiendo la mirada del susodicho "Ty" pegada a mi espalda, queriendo ignorarla con todas mis fuerzas. 

Me acerqué a la barra y pedí la orden sin dudarlo. Mientras esperaba, tomé asiento nuevamente en una de las sillas de la barra, suspirando con suavidad, intentando mantener el control de mis propios nervios que me comían en vida.

- Hey, tranquila. - Miré a la chica que me hablaba, viendo su sonrisa que intentaba infundirme calma. - Ellos se ven aterradores y pueden producir algo de miedo cuando los tienes cerca pero son divertidos y muy buenos chicos. - Sonreí, asintiendo. - Soy Leslie, por cierto. - Me extendió su mano y la estreché, soltándola enseguida.

- Gabriella. - Ella asintió con una sonrisa amigable, dando una suave palmada sobre mi hombro, viéndola alejarse de mí, atendiendo otras mesas. 

Leslie es linda; tiene cabello castaño oscuro, ojos color miel, piel canela, una sonrisa bastante blanca y muy amable.

- Hey, Gabi, reacciona. - Parpadeé varias veces, volviendo mis ojos a Phill, quien me miraba con una sonrisa paciente. - Ya está lista la orden. - Sonreí con algo de vergüenza.

- Lo siento, Phill. - Él sonrió, negando en silencio, perdiéndose en la cocina nuevamente.

Me levanté de mi lugar, tomando otra buena respiración profunda, recogiendo sus pedidos, llevándolos a su mesa. Al estar frente a ellos, les serví con cuidado mientras me miraban de manera curiosa, haciéndome sentir nerviosa; al estar lista, les dejé la cuenta y me retiré, sintiendo que sus ojos me acechaban sin piedad.

Al acercarme a la barra, miré el reloj que estaba sobre la ventana de las entregas, observando la hora: las manecillas marcaban las dos y cuarenta y tres. Ben sale en media hora, así que es mejor que me vaya alistando. Me acerqué a Eleanor, viendo su sonrisa al notar mi cercanía.

- Eleanor, debo salir a recoger a mi hermano. ¿Habría algún problema con eso? - Ella sonrió, negando. 

- Claro que no, querida. Vete y mañana te espero aquí, a la misma hora. - Asentí con una sonrisa agradecida y me fui a cambiar.

Al estar lista, salí de la cafetería con la mirada de aquel chico fija en mí. No presté atención y me dirigí al instituto en busca de mi hermano. Al llegar, comencé la caminata en busca del salón de Benjamin.

Al encontrar a mi hermano, éste estaba cabizbajo, sentado frente a la puerta, dejándome ver las lágrimas que escapaban de sus ojos, rodando por sus mejillas; me acerqué con rapidez a él, mirándolo con preocupación.

- ¡Ben!, ¿qué sucedió? - Al darse cuenta que estaba a su lado, se movió con lentitud, dándome un abrazo fuerte. - Aquí estoy, Ben. ¿Qué pasó?

- Nada. - Su voz salió en un susurro bastante roto, así que me separé de él, tomando su rostro entre mis manos, dándome cuenta que uno de sus ojos se veía algo hinchado y enrojecido; fruncí mi ceño, obligándolo a mirarme.

- Benjamin, dime qué sucedió. Y quiero la verdad. - Inclinó su cabeza hacia el suelo, evitando mi mirada. Levanté su rostro conectando nuestros ojos; tal vez vio en mi mirada que, si no me decía, lo lanzaría al suelo y le haría una llave dolorosa. Suspiró y habló a un tono bajo.

- Un compañero me golpeó porque defendí a una chica de sus abusos. La estaba molestando, empujándola de manera brusca y no me gustó. - Sonreí con comprensión, abrazando a mi hermano, dejando un beso en su sien.

- Estoy orgullosa de ti, Ben, pero ¿por qué lloras? No entiendo. - Un suspiro pesado escapó de sus labios. 

- Porque dolió que la chica me rechazara después de eso. - Sonreí al escuchar que, mi hermano, había sido rechazado por una linda chica. - Dijo que no necesitaba de nadie para defenderse y que yo no era nadie para hacerlo. 

Me separé levemente de su cuerpo, acariciando su mejilla con cuidado y sonreí. 

- No llores, Ben. Ella no sabe de lo que se pierde. - Sequé sus lágrimas, dejando un beso en una de sus mejillas. - Ahora: vamos a casa. Te dejaré comer mi postre. - Vi cómo una sonrisa brillante reemplazaba las lágrimas y asintió, secándose la humedad debajo de sus ojos.

Nos levantamos de allí, saliendo del instituto, hablando de cualquier cosa que se nos pasaba por la mente, cuando sentí otro corrientazo recorrer mi espalda, causando que mirara a todos lados de manera disimulada, encontrándome con sus ojos grises azulados que me observaban desde el otro lado de la calle, con sus brazos cruzados sobre su pecho. Su mirada penetraba cada parte de mi rostro, haciéndome sentir incómoda. 

Ni siquiera mi mirada molesta y fulminante le hicieron apartar sus ojos de mí. Por el contrario, una sonrisa petulante cruzó sus labios, haciéndome bufar con fastidio, sintiendo la mirada curiosa de mi hermano sobre mí. Dirigió sus ojos hacia donde yo lo hacía, sintiendo que se tensaba levemente, causando que lo mirara con curiosidad. 

Negó en silencio al ver mi mirada e ignoramos todo aquello, deseando llegar a casa y olvidar aquel extraño suceso. 

Al llegar a casa, almorzamos juntos en un silencio que no era nada normal; cuando terminamos, le dije a Benjamin que fuera a hacer sus deberes mientras yo limpiaba. Organicé lo que ensuciamos y luego me dirigí a mi habitación, dándome un baño, colocando mi pijama apenas salí.

Me acosté en mi cama, pensando en aquel chico raro y cómo sus ojos me miraban con cierta sorna pero algo de precaución también. Sin darme cuenta, me fui quedando dormida entre pensamientos curiosos. 

Desperté asustada en mi habitación, lavada en sudor, sintiéndome extraña. Podía jurar que había alguien observándome pero no había nadie en mi habitación que pudiese cumplir con aquel sentimiento. Me levanté de la cama con cuidado, acercándome a la ventana, observando el panorama: afuera, la forma de un hombre que miraba hacia mi habitación me hizo estremecer; sabía que era sólo una sombra porque no podía ver más que eso, y sabía que era hombre por su contextura. 

Enseguida lo vi pegar un salto bastante alto hacia mí, causando que ahogara un grito, haciendo que me alejara de la ventana con rapidez, viéndolo estrellarse contra esta, notando cómo se hacía añicos frente a mí, dejándome ver al lobo enorme dentro de mi habitación, caminando sobre aquellos cristales rotos. Sus dientes filosos se notaban con la poca luz que había, dejándolos ver blancos en perfección; no podía acertar el color de su pelaje pero el de sus ojos era de un amarillo aterrador: me miraban con deseo, como si le perteneciera. 

Abrí mis labios queriendo gritar, pero mis labios no respondían a mis órdenes; sentí que mi espalda chocaba contra la puerta del armario, viéndolo lanzar un gruñido feroz mientras mis lágrimas comenzaban a escapar por temor a que me hiciera daño. Comenzó a acercarse de manera sigilosa a mi cuerpo y, justo ahí, mi voz decidió obedecer.

Pegué un grito tan fuerte, que creí que se había escuchado hasta lo más profundo de la tierra, estremeciendo sus bases.

Justo en ese momento, desperté en mi habitación, totalmente sola y completamente lavada en sudor. Me sentía sucia y asqueada, así que me levanté de la cama, analizando todo mi alrededor. La luna desprendía un halo de luz que entraba a mi habitación, dándole un poco de claridad al lugar, aunque se veía algo ensombrecida por causa de las nubes que la rodeaban.

Miré el reloj de mi mesita de noche, viendo que marcaba las tres de la madrugada. Suspiré con cansancio, esperando no sentirme zombie el resto del día, ni trabajar con sueño; sería fatal.

Salí de mi habitación con cuidado y bajé las escaleras, llegando a la cocina, sirviéndome un vaso con agua, tomándolo con necesidad. Decidí salir a la parte trasera de la casa para sentarme en la banca colgante, dejando que el aire frío se llevara el calor que sentía mi cuerpo, ya que no quería darme un baño a esta hora.

- ¿Qué haces aquí afuera, Gab? - Pegué un leve salto en la banca y miré a mi padre con mis ojos abiertos como platos, sosegando mi pulso. 

- ¿Era necesario el susto? - Él sonrió, sentándose a mi lado, colocando una de sus manos sobre mis manos.

- Lo siento, hija, pero ¿podrías decirme qué haces aquí? - Miré hacia el bosque sintiendo una intensa curiosidad por entrar ahí y, al mismo tiempo, que alguien nos observaba desde adentro. Levanté mis hombros, restándole importancia.

- La noche se ve maravillosa; sentí ésta necesidad por salir a pensar y refrescarme. - Mi padre iba a hablar pero fue interrumpido por un aullido que se escuchó demasiado cerca. Me tensé con rapidez.

- Es mejor entrar, hija. Debes ir a trabajar y no creo que quieras estar hecha un asco mientras te mueves. - Sonreí, negando en silencio, notando la tensión en el cuerpo de mi padre. - Vamos, Gab.

Papa se levantó, ayudándome a mí; me dejó entrar primero y cerró la puerta con seguro. Me acompañó a mi habitación, despidiéndose de mí; cerré la puerta, acercándome a mi cama, acostándome en ella, sin sueño alguno.

Me levanté, tomando mi celular, colocando algo de música, tratando de relajar mi cuerpo. Mis pensamientos se sentían extraños, dándole vueltas al mismo chico de ayer; ¿por qué de pronto siento ésta necesidad por conocerlo? ¿Por saber más de él? 

No sé cuánto tiempo pasó pero caí rendida, pensando en aquel chico que comenzaba a atormentarme más de lo normal. 

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