El atardecer pintaba el cielo con tonos dorados y lavanda, reflejando su luz en la arena blanca. La brisa del ma
Italia tenía un ritmo diferente.Era un país de contrastes.La vida aquí transcurría entre el caos de las calles adoquinadas y la calma de las terrazas con vistas al mar. Entre el bullicio de los mercados y el silencio de los callejones iluminados por faroles antiguos.Y en medio de todo eso, estábamos nosotros.Después de todo lo que habíamos vivido, después de cada sombra que había intentado separarnos, finalmente éramos solo Sofía y Santiago.Solo esposos.Solo dos personas descubriéndose sin la amenaza de la muerte persiguiéndonos a cada paso.O al menos, eso que
El avión aterrizó con suavidad en la pista, pero dentro de mí todo se sentía como una turbulencia interminable.Después de semanas en Italia, volver a la ciudad era como despertar de un sueño demasiado hermoso, demasiado efímero.El viaje había sido una burbuja de calma, un respiro después de años de correr, de luchar, de sobrevivir.Pero la realidad siempre encuentra la manera de alcanzarnos.Santiago estaba sentado a mi lado, con la mirada fija en su teléfono, sus dedos deslizándose por la pantalla con la eficiencia de alguien que ya había vuelto a su mundo de responsabilidades y estrategias.Suspiré, apoyando la cabeza contra el respaldo d
La tensión en el aire era espesa, casi sofocante.Santiago y yo nunca habíamos sido de los que evitaban el conflicto. Nos habíamos conocido en medio de discusiones acaloradas, en un juego de poder y desafío constante.Pero esto era diferente.Esto no era una pelea más de nuestro interminable tira y afloja.Esta vez, lo que estaba en juego no era solo una decisión empresarial.Era nuestro futuro.Nuestra vida.—¿Por qué sientes que tengo que seguirte en cada cosa que decides?Mi voz sonó más cortante de lo que pretendía, pero no me
El silencio se había convertido en un tercer miembro en nuestra casa. Se movía con nosotros de habitación en habitación, instalándose entre cada conversación a medias, cada roce esquivo, cada mirada que evitábamos sostener por demasiado tiempo.Santiago y yo hablábamos de cosas prácticas: de los pagos, de la agenda de la empresa, de cenas con posibles inversionistas. Pero lo que realmente importaba, lo que estaba creciendo entre nosotros como una grieta peligrosa, no se mencionaba. No hablábamos de Londres. No hablábamos del proyecto de diseño internacional en el que yo me había inscrito sin decírselo. No hablábamos de cómo, después de casarnos, parecíamos más distantes que nunca.Éramos dos personas compartiendo una cama, una casa, una historia… pero no un presente. No ahora.Yo me levantaba antes que él. Desayunaba sola. Me refugiaba en mis diseños, en mi computadora, en los mails con el comité del proyecto. Él salía temprano a la oficina y regresaba tarde. La única señal de que aún
El reloj marcaba las siete y cuarto cuando escuché la puerta cerrarse. Supe, incluso antes de girarme, que era Santiago. Su andar era inconfundible. Preciso. Seguro. Un eco grave en la madera del suelo que siempre me había resultado reconfortante. Hasta ahora.Mi respiración se volvió más superficial mientras dejaba a un lado mi taza de té —una bebida que llevaba horas ignorando mientras ensayaba mentalmente cada palabra, cada giro posible de la conversación que llevaba semanas posponiendo.Tenía que decirle.Tenía que hacerlo ahora, antes de que esta distancia entre nosotros se hiciera tan grande que ya no pudiera salvarse con un simple “lo siento”.
Los días sin Santiago fueron un castigo que ni siquiera supe que merecía.Al principio, fue el silencio. Ese silencio espeso, cruel, como un muro entre el mundo y yo. Luego vinieron las preguntas, las dudas, las voces en mi cabeza. Las noches sin dormir, con la almohada empapada de pensamientos que no quería tener. Y finalmente, el vacío. Un hueco en el pecho donde antes habitaba su risa, su calor, su presencia.No respondía mis mensajes.No llamó.No regresó.Solo el eco de sus pasos alejándose, repitiéndose cada noche como un latido ajeno.
Despertar a su lado después de haberlo sentido tan lejos era como volver a nacer. Su respiración tranquila rozaba mi cuello, y su brazo me envolvía con firmeza, como si temiera que al soltarme, todo lo que habíamos reconstruido en las últimas horas se desvaneciera de nuevo.La mañana nos encontró entre sábanas revueltas y palabras murmuradas entre besos lentos. No hablábamos de Londres, ni del proyecto, ni de lo que vendría. Solo estábamos ahí, presentes. Viviéndonos.Pero la realidad, como siempre, tenía la costumbre de tocar a la puerta sin pedir permiso.—Tenemos que decidir qué vamos a hacer —susurré contra su pecho, cuan
La maleta azul —la que tenía una rueda floja desde hacía años pero me negaba a cambiar— fue la última en cerrarse. El sonido del cierre corriendo por los bordes me dio una sensación extraña, como si con él también se cerrara un capítulo de mi vida.Me detuve en medio del departamento. Todo estaba en cajas. Las estanterías vacías. Las paredes desnudas. El aire olía distinto… como si ya no fuéramos parte de ese lugar, como si nuestros recuerdos se hubieran retirado discretamente, dejando solo el eco de lo que habíamos sido aquí.Santiago apareció en el umbral con una taza de café humeante entre las manos. Iba descalzo, en jeans y una camiseta blanca que se pega