Capítulo 5

CAPÍTULO 5.

EMMA.

—Tú.

La señora de ojos verdes que ahora era nuestra coordinadora me llama con un movimiento de dedo. Me había parecido extraño que a todos les hayan asignado una habitación y yo había quedado en el olvido.

Nadie me había asignado nada y eso me estaba poniendo nerviosa. 

Me acerco con timidez mientras ella me analiza de arriba abajo.

—Vamos a mi despacho, Emma. Tenemos varias cosas que aclarar—me informa con seriedad.

La sigo con desconfianza hasta que me siento en su sofá de cuero marrón y ella al otro lado del escritorio. Ha cerrado la puerta.

—Emma, percibo que eres una joven muy reservada y lo vinculo por lo que te han hecho tus padres —me comenta con tranquilidad mientras se quita el sobrero para posarlo en el suelo. Tiene el cabello corto y blanco —. Quiero que me cuentes por qué tus padres decidieron hacer lo que hicieron contigo.

Enarco una ceja, desconfiada.

—No voy a dar ningún tipo de explicación que pueda poner en peligro a mis padres —le respondo.

La mujer deja caer su espalda sobre el respaldo de su enorme asiento y une sus manos, asintiendo con lentitud.

—Supuse que dirías eso. Y estaré aquí cuando quieras desahogarte…

—No necesito desahogarme. Mis padres no me han hecho nada, solo han intentado protegerme de cualquier hombre que desee tomar mi mano sin que yo lo quiera. 

Decido callarme en vez de criticar al sistema que quizas podría matar a toda mi familia. No sé hasta que punto podía comernos el pueblo y era triste saber que nadie en la historia (o al menos alguien que conociera) había podido librarse de todo esto.

—Bueno, para evitar todo tipo de conflicto entre nosotras, quiero contarte que alguien de aquí ha decidido pagar la habitación más lujosa del palacio —le cambia el semblante y me sonríe con cierto entusiasmo.

Frunzo el ceño.

—¿Quién? 

—Me gustaría decírtelo Emma pero esa persona ha pedido confidencialidad. Es normal aquí que se pague la habitación más lujosa para cortejar a la dama o el caballero.

—¿Puedo rechazar la habitación?

Michelle me mira, sorprendida.

—Emm sí, sí puedes querida.

—Entonces la rechazaré. Me quedaré con una de las habitaciones iguales al resto.

Michelle comunica mi petición y a los dos minutos tengo a uno de sus ayudantes ingresando al despacho.

—Señorita Queen, venga conmigo para que le enseñe su habitación —me sonríe el hombre, cordial.

Me levanto de mi asiento sin perder contacto visual con Michelle y tomo mis maletas.

Me doy la vuelta y camino junto al hombre hacia la salida.

—Emma —me llama Michelle antes de cruzar el umbral.

La miro.

—Es común aquí que personas deseen cortejarte con obsequios anónimos, es un buen presagio ya que significa que tienes más candidatos de los que piensas. Y la persona que haya elegido regalarte una de las suites más costosas que tenemos es porque ese alguien que tiene muchísimo dinero.

—Yo ya tengo dinero, gracias —me limito a decirle y me marcho con las maletas en la mano.

Varios asistentes se ocupan de llevar mis maletas, pero insisto que no es necesario. Subimos las escaleras mientras soy escoltadas por personas que desconozco y que no paran de ser amables conmigo.

No paro de agradecerles por ayudarme.

Mientras subo los escalones que dan al segundo piso vuelvo a observar el sitio donde vi al hombre de cabello rubio y me llevo cierta desilusión al no verlo allí.

El palacio está en silencio, supongo que la mayoría está ocupándose de acomodarse en sus habitaciones.

Caminamos por largos pasillos hasta que el hombre que me guia se posiciona en la habitación cincuenta y tres.

—Señorita Queen, esta es su habitación —me anuncia con una agradable sonrisa —. Tome su tarjeta electrónica y en caso de perderla también le doy una llave.

Tomo ambas cosas y asiento.

—Gracias.

Depositan mis maletas junto a mí y los veo marchar, dejándome sola una vez más. Tomo una bocanada de aire y me obligo a estar bien. Este sitio te mantiene tan mimada que no te dan ganas de marcharte, por ahora.

Ingreso a la habitación y me quedo boquiabierta. Es monstruosamente gigante. Paso por el pasillo que al final contiene una puerta y de mi lado derecho ya encuentro la cama quinsay con respaldo altísimo con detalles de color oro.

El dosel deja caer un precioso tul sobre ella, dándole un color delicado con su transparencia. Las sábanas se mantienen blancas y el piso encerado me refleja.

Camino hacia el inmenso ventanal que tiene un pequeño jacuzzi afuera en su balcón y una preciosa vista al lago del pueblo con árboles y gigantescas montañas.

Varios balcones se encuentren conectados y solo hay una división de un pequeño muro entre ellos. Veo a varios postulantes fumar hierba mirando el paisaje y varias chicas riéndose mientras hablan por teléfono y fuman también.

Pero el cuchicheo y las miradas perdidas se dirigen hacia mí en cuanto me ven con los codos sobre el barandal del balcón. 

Me siento intimidada al instante y decido ingresar nuevamente a mi nueva habitación.

Seguro soy una novedad para el maldito pueblo y ahora por eso todos están enfocados en mi existencia. En la habitación estoy lejos de todos esos ojos que me juzgan y me observan con curiosidad.

Me limito a meter mi ropa en los cajones y colgar mis sacos, camperas y abrigos. Mi maquillaje los dejo sobre un escritorio con espejo incluido y luces alrededor de él. 

Alguien toca a mi puerta.

Extrañada, camino hacia ella y la abro. La chica que creo que se llama Elizabeth está del otro lado.

—Tomaremos el té con unas amigas y queríamos saber si querías acompañarnos —me dice.

No distingo rasgos o tono de voz que me haga saber si está siendo una falsa conmigo. Mi madre me advirtió que cualquiera de aquí podría sacarte el ojo si te veía como una amenaza.

—Déjame que me pongo un saco y las acompaño —le respondo con una breve sonrisa.

Ella asiente sin expresión. Ingreso a mi habitación, tomo mi cartera, mi celular y elijo una campera de jeans clara que hace juego con mi corto vestido floreado. Cuando me doy la vuelta, me sobresalto un poco al ver que Elizabeth ha entrado y está observándola con detenimiento.

—La habitación de mi casa es más grande pero mi terraza no cuenta con jacuzzi —me comenta mientras sus ojos se dirigen hacia el techo —. Estar aquí te dan ganas de postergar cualquier casamiento solo para volver al año siguiente.

—El sitio es perfecto —coincido, casi sin voz, me aclaro la garganta —. Es una pena que estemos obligadas a escoger marido.

Elizabeth me clava los ojos como si hubiese soltado una blasfemia. De pronto me arrepiento de haberle dicho eso.

—Así que no deseas casarte —me dice como si hubiese pensado en voz alta —. Hay varias de aquí que tampoco lo desean.

Relajo los hombros mientras me coloco la chaqueta.

—Para mí no es un pecado no desear casarme a esta edad.

—Para mí sería un pecado no encontrar a un esposo que tenga dinero suficiente y permitirme todos los gustos.

Me quedo en silencio.

Quiero decirle que ella no necesita un esposo y tener dinero. Quiero decirle que puede ser una mujer independiente con sus propias ambiciones y alcanzarlas por si sola. Quiero decirle que todas esas ideas se la han metido sus padres apenas nació…

Pero me limito a callarme, cada quien con su destino y opinión.

—¿Nos vamos? —de pronto se ve entusiasmada y me toma de la mano.

Me parece incluso extraña que la gente sea tan interactiva.

¿Quién demonios eres Elizabeth?

ELIZABETH.

La odio. Me cae mal. Miro su cabello y me dan ganas de vomitar de lo perfecto que es. Me hace sentir insulsa, insignificante.

Sus pechos tienen la talla perfecta. Creo que tiene un noventa y cinco. El escote me hace dar cuenta de que estos son pálidos. Seguro tiene los pezones rosa. Yo amaría tener los pezones rosa.

De pronto me siento insegura con mi cuerpo. A su lado ningún hombre me elegiría. Pero a su lado también seriamos una fantasía sexual denigrante.

He venido a buscarla con la intención de integrarla a mi grupo de amigas y así sacarle información. Resulta ser que todas las graduadas de la escuela Santa Maria han venido a parar aquí y prácticamente estoy conviviendo con mis compañeras de la escuela secundaria. 

Caminamos en silencio por el pasillo de alfombra roja y cuadros gloriosos colgados en las paredes. 

Estamos tomadas de la mano y cuando pasa alguien nos quedan mirando con asombro. Si señores, estoy tomada de la mano con la chica que estuvo encerrada por años y he conseguido eso solo tocando su puerta.

Verla a ella como una amenaza baja un poco en cuanto me confesó que no desea casarse. Pero a la vez me mantiene en estado de alerta porque los hombres aman que le pongan las cosas difíciles.

M*****a sea, es perfecta para esta competencia.

Verla como amenaza baja un poco en cuanto me confesó que no desea casarse.

—Me llamo Emma —me dice con una gran timidez mientras seguimos caminando.

Le sonrío, falsamente. Por supuesto que se tu nombre perra. Todo este maldito sitio no deja de hablar de ti. Como amaria que hablen de mí. M****a.

—¿Emma? Bonito nombre —le respondo.

—El chico que estaba contigo, ese tal Sam ¿también es tu amigo? —me pregunta, curiosa.

—Sí, pero no intentes algo con él. Estamos en algo —le advierto secamente.

—Oh. Lo siento. Entiendo. No iba a intentar nada con él, solo estaba siendo amable.

Se la van a comer viva. Porque soy buena persona le advierto:

—Emma. Aquí no puedes preguntarle a una chica por un chico porque puedes terminar golpeada o envenenada. Te van a ver como una amenaza y toda eso es una porquería. La mejor se queda con algún multimillonario o mejor aún, con un billonario. Aquí nadie te dirá tampoco quiénes son tus posibles candidatos.

Ella asimila lo que le digo y asiente. De pronto siento un poco de lastima por ella. Debo mantenerla vigilada porque incluso su simple inocencia puede ser una delicia para cualquier hombre de aquí.

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