Tras varios minutos metiéndole la cabeza en el excusado, Diablo le sacó el rostro para que respirara. En medio de la tos, el negro pudo llenar sus pulmones de aire y aliviar su sensación de asfixia por algunos momentos.
—Pedazo de %*&#!, maldito mono africano —le dijo Diablo sin dejar de sostenerle el rizado cabello— ahora dime, ¿Dónde es que los Chacales tienen a mi novia?—No sé… no sé nada…Ante esta respuesta, Diablo le volvió a introducir la cara en el inodoro mientras Jack y el quinto biker le propinaban patadas en las costillas y los testículos. Diablo le sacó la cara del agua de nuevo.Los gritos de la negra Shaminna no dejaban duda de lo que Venom y Jeff le estaban haciendo.
—¡Déjenla en paz! ¡Ella no sabe nada!—¡Cállate hijo de perra macaco! ¡Dime lo qVirginia, en medio del espantoso infierno en que estaba, recordaba como había llegado allí. Todo comenzó dos semanas antes de Navidad, en una fiesta de su trabajo…Se encontraba en una fiesta navideña de su oficina, compartiendo con sus jefes y compañeros. La fiesta fue realizada en un hotel de lujo, como correspondía a una de las empresas de juguetes más ricas del mundo. Mientras Virginia consumía un trago más de ron que le bajaba por su garganta ácidamente embotándole más los sentidos, y entumeciéndoles etílicamente los nervios, su jefe aprovechaba su distracción para observarle los voluptuosos senos que se ajustaban ante el traje negro de una sola pieza de minifalda y tirantes que le descubría las piernas y los brazos.—Esta compañía tiene muy buenos planes para ti —le dijo el jefe conforme su empleada colocaba golpea
El asesinato perpetrado en el Restaurante Dragón de Oriente había sido uno de los más sangrientos y morbosos que el investigador del Poder Judicial, Marco Navarro, había visto en mucho tiempo. La anciana pareja china dueña del local había sido amordazada y maniatada, tras lo cual les proporcionaron torturas horribles antes de matarlos. Sin duda, resultaba un caso monstruoso y siniestro, además de desconcertante.Después de la recolección de evidencias forenses y de las rutinarias indagatorias con potenciales testigos que fueron totalmente fútiles, Marco dejó el área acordonada e iluminada por la intermitente luz de las patrullas para dirigirse a la cena familiar que lo esperaba en casa de su hermano Roberto.Imbuido en su trabajo que le había vuelto una persona taciturna, Marco nunca se casó y no tenía hijos. Sus familiares más cercanos eran, casualmente, su hermano Roberto y su cuñada Cindy, una guapa mujer oriental adoptada por nacionales —por lo que no resguardaba n
—Bienvenida a tu nuevo hogar, Martínez —me dijo uno de los dos guardias que me custodiaban palmeándome el glúteo derecho. —Pronto te daremos un recibimiento apropiado, ricura.Dicho esto me empujaron dentro de la celda. Allí había otras dos mujeres, una era tremendamente gorda, de piel morena y origen latino como el mío. Hedía a sudor rancio y usaba una especie de franela fuertemente atada en la frente. La otra era una mujer de cabello negro, mucho más joven y atractiva que la gorda, pero de mirada sádica.—¡Uy! —dijo la mujer obesa acercándoseme— ¿A quien tenemos aquí?—Me… me llamo Jessica Martínez —respondí. La gorda me quitó la caja de las manos y la lanzó al suelo despilfarrando mis posesiones por la estrecha celda, la cual tenía dos camastros tipo camarote c
Mi nombre es Marie Belmont y he sido marcada por la tragedia y la maldición. La sociedad de mi Francia natal durante finales del siglo XIX era ya de por sí una sociedad cruel y dura, al menos para los que éramos pobres, pero cuando haya terminado de relatarles mi mórbida historia coincidirán en que la providencia se ensañó conmigo prodigándome las peores desgracias.Tenía treinta años cuando mi esposo murió de tuberculosis y me quedé sola en el mundo con nuestra única hija de once años y una cantidad abrumadora de deudas. Incapaz de pagar, decidí ir a la oficina del prestamista, monsieur Abramovich, para rogarle por clemencia.Su despacho se localizaba en los altos de un derruido edificio de madera carcomida, cuyos escalones crujían cuando uno subía por ellos. Al final del pasillo del segundo piso estaba la puerta donde el usurero atend&iacut
Afueras del Condado Lamarche, Gran BretañaUna candorosa pareja se entrelazaba en apasionados abrazos y besos, ignorando el intermitente aguacero que asolaba el exterior. La joven era una mujer de cabello rizado castaño, con un provocativo vestido rojo, y bastante atractiva. Su pareja era un joven de cabello negro y corto, con hoyuelos en sus mejillas.—¿Escuchaste algo? —preguntó súbitamente la joven mujer, separándose de momento de las eróticas caricias de su compañero sentimental.—No, nada.—¿Seguro?—Sí... continuemos —dijo reanudando el encuentro sexual. Sin embargo, los oídos de la joven percibieron un nuevo sonido extraño.—¡Escuché algo! mejor vámonos de aquí...—No seas tonta. Debes haber visto demasiadas películas de te
Vietnam, 1957.Marisa observaba por entre su parapeto en la selva el campamento militar francés apostado en las tierras indochinas, cuya función primordial era salvaguardar los intereses coloniales del Imperio francés en Vietnam. El lugar era una fortaleza militar de difícil acceso, aunque no demasiado grande ni especializada.Todos los días —como ella había observado cuidadosamente ya durante varios días— se suscitaba el mismo ritual. Una joven y hermosa prostituta vietnamita, en algunos casos no mayor a los once o doce años, llegaba a aquel contingente militar y era registrada por los dos guarias que cuidaban la entrada principal del lugar.Esa lluviosa tarde no fue la excepción. Marisa estaba empapada pero ignoró este hecho y se concentró en observar a la muchacha vietnamita, de unos veinte años, que llegaba en bicicleta a la zona y dejaba su
Todo comenzó cuando una adinerada pareja de millonarios decidieron hacer una fiesta de disfraces. El dueño de la mansión y de la mayor parte de la fortuna, era un sujeto de unos cuarenta años a quien el ocio había engordado considerablemente. Su esposa, una guapa joven de veinte años de muy buen ver, era la hija de un ministro y provenía de una acaudalada familia.La fiesta se realizó como se esperaba y los invitados fueron llegando uno a uno, engalanados con sus mejores disfraces. El anfitrión se había colocado un atuendo de Tarzán, aunque sus libritas extras le daban un aspecto ridículo. Parecía un Tarzán en pésima condición y más asemejaba un cavernícola que había comido demasiados mamuts. Su esposa, en cambio, ataviada con el traje de Jane, un selvático bikini amarillo y moteado como si fuera piel de pantera, se veía muy sexy y mostraba generosamente su esbelto cuerpo. Más y más invitados acudían a la fiesta, pero el as
Alfredo viajaba en su vehículo con toda tranquilidad, transitando por la carretera justo al anochecer, utilizando su sencillo vehículo liviano de color plateado y modelo 98. Justo cuando llegaba a la entrada de la provincia porteña observó a una joven pidiendo aventón.La muchacha era veinteañera, de largos cabellos rubios y ojos azules, vestía una camiseta blanca sin mangas, unos jeans negros y mullidos, zapatos tennis y anteojos oscuros. Era muy atractiva.El auto de Alfredo se detuvo para ofrecerle el servicio de transporte a la muchacha, ésta se introdujo al vehículo sin mayor trámite o reparo.—Buenas... ¿a dónde vas? —preguntó el improvisado chofer.—A la próxima ciudad, por favor, gracias —respondió.—Vamos para allá. ¿Cómo te llamas?