Fernando fue a abrir la puerta, Fernanda esperaba en la sala y, al escuchar la solicitud de una voz muy conocida, la adolescente decidió salir corriendo.Pero no podía ir a un lugar seguro, pues, si intentaba dejar la sala, sería vista por quien no quería que la viera, así que se encaminó a la cava y se sentó en el piso a esperar a que Emma se fuera.Por su parte, Fernando estaba anonadado de que esa, que creyó jamás le permitiría acercarse a ella, ahora estuviera en su puerta pidiendo ayuda.Emma estaba preocupada y un tanto indecisa, pero no se retiraría, necesitaba ayuda, a eso había ido y lo conseguiría costara lo que costara.—Tienes que ayudarme, por favor —pidió Emma al borde de las lágrimas, temblando cuál gato callejero en pleno invierno.—Ven, tranquilízate —pidió Fernando invitándola a pasar y, aunque su intención era llevarla a la cocina, Emma se dirigió a la sala donde, sorpresivamente, no había nadie.Eso le sorprendió a Fernando, que buscó a su hija con la mirada incluso
A la mañana siguiente, Fernanda abrió los ojos y se encaminó a la cocina por un vaso con agua. Gracias al cielo las náuseas, aunque volvieron, no eran demasiado fuertes, no al punto de hacerla vomitar, al menos.Al pasar por el pasillo vio a su padre hablando por teléfono, parecía un poco consternado. Ella fue por el agua, estaba segura de que ese líquido fresco le asentaría el estómago.Fernanda llegó a la cocina y comenzó a beber a traguitos el líquido transparente que se guardaba en el vaso que sostenía.“Tengo que salir de dudas” fue ese el pensamiento en su cabeza que fue interrumpido por la voz de su padre.—Buenos días, hermosa —dijo él—, ¿vas a la prepa? —Fernanda asintió y le dio otro trago al agua—. ¿Tienes planes para el fin de semana? —le preguntó y la otra abrió los ojos enormes, entonces, sin dejar de mirarlo fijo, asintió después de apartar el vaso con agua de su boca.—Sí —dijo después de tragar—, visitaré a Regina.—¿En serio? —preguntó Fernando, muy contrariado, y ell
Fernando volvía de su reunión, y corrió por el pasillo al escuchar el fuerte llanto de su hija. Entró corriendo a su habitación y se encontró con la chica sentada en el suelo, detrás del sofá, en la sala de la suite en que se quedaban.—¡Fernanda! ¿Qué pasó? —preguntó el hombre, aterrado por ver a la joven tan destrozada—. ¿Qué te pasó?, ¿por qué lloras?El hombre sentía que su corazón se hacía pedazos. La chica que le miraba completamente aterrada le hacía doler el alma de una peor manera de la que le había dolido cuando se fue, dejándola a ella y a su madre atrás.Antes no pudo protegerlas, y había creído que ahora estaba calificado para hacerlo, pero, al ver a su pequeña hecha añicos, comenzaba a dudar de que pudiera hacerlo alguna vez.» Fer, hermosa —habló el hombre, hincado frente a su hija, tomando sus manos para quitarlas de sobre el rostro que cubría—, dime lo que te pasó, por favor.Fernanda no pudo hablar, pero, buscando consuelo, se tiró a los brazos de ese que esperaba la
—Está bien ahora —respondió Fernando para la mujer al otro lado del teléfono—. Pero me ha costado mucho tranquilizarla. A ratos comenzaba a llorar de la nada, luego se tranquilizaba y luego volvía a llorar. Si esto son las hormonas me alegra solo un poco haberme perdido tu embarazo.Emma suspiró. Ese comentario, que terminó en una risita de parte del hombre no le causaba ninguna gracia, mucho menos después de haber escuchado la noticia del embarazo de su pequeña hija.—¿Por qué las cosas terminaron de esta manera? —preguntó Emma, recargada a la pared de la habitación de sus hijos que ya dormían—. Siento que todo es por mi culpa, por no poder defenderla, por no poder cuidarla y amarla como ella necesitaba.—No es tu culpa —aseguró el hombre sentado, en la silla frente a la cama donde su hija dormía, agotada de tanto llorar—, hay cosas que nadie puede controlar. La vida de los otros, por ejemplo.—Yo no estoy muy segura de eso —refutó Emma, casi con amargura—, Regina dictó nuestros camin
—¿Dónde estabas? —preguntó la furiosa mujer, que veía a su nada querida falsa hija entrar en su casa.—En Barcelona —respondió Fernanda, sin ápice de miedo, descontento o descontrol.Ahora que sabía que tenía todo el apoyo de Fernando, y todo el amor de sus dos padres, no temía nada más.—¿Cómo diablos saliste del país? —cuestionó Regina, en un tono algo elevado de voz—, eres menor de edad. No puedes salir del país sin permiso.—Bueno —habló Fernanda—, yo tenía el permiso de mi padre.—¿Braulio te dio permiso? —preguntó Regina, contrariada.No se imaginaba que ese hombre hubiera hecho un favor para esa chiquilla que no había tenido en cuenta jamás.—Sí, él también —dijo la chica, pretendiendo ir hasta su habitación.Ahora que sabía que su hermana, en realidad, era su mamá, y que había hecho tanto por ella, quería recuperar algunas cosas que no pudo tirar a pesar de haber decidido odiarlas por haberlas recibido de Emma, pero que fueron su único conforte en esa casa.—¿Cómo que él tambié
—¿Crees que repensó las cosas y decidió que en realidad nos odia? —preguntó Emma a Fernando, al borde de una nueva crisis nerviosa, pero Fernando negó con la cabeza a pesar de que, dentro de sí, esa duda también taladraba.» ¿Por qué demonios no dijo a dónde iba? —cuestionó la joven madre—. Si iba a buscar a Alexander pudimos haberla ayudado. ¿Por qué es tan idiota?—Debe ser genético —sugirió Fernando y Emma le miró con furia.—A mí no me estés insultando —renegó enojada Emma y Fernando no pudo evitar sonreír, molestando más a una que era un montón de emociones reluciendo a momentos.—Me refería a mí —aclaró él, sin poder ocultar su sonrisa.Emma se sonrojó, luego respiró profundo y volvió a dejar que fuera la preocupación la que hablara por ella.—Ojalá tú no fueras su padre —dijo de pronto la joven mujer, sin querer dañar al otro, pero haciéndolo pedazos. Y, cuando se dio cuenta del mal que había provocado en el padre de su hija, se golpeó internamente y se obligó a explicar lo que
Fernanda abrió los ojos sin ser capaz de fijar la vista en nada, el fuerte dolor de cabeza le hizo cerrar los ojos casi de inmediato y llevar su mano a su frente, arrepintiéndose de haberla tocado.—Demonios —musitó y comenzó a llorar, sin saber la razón de ello.Seguro eran sus hormonas, o esa manía de esperar lo peor; aunque también podría ser tremendo golpe en su frente.Pero llorar no era para menos, pues definitivamente no podía esperar nada bueno cuando lo último que recordaba era haber perdido la consciencia justo antes de estrellarse contra el respaldo de un sillón.—¿Está usted bien? —preguntó una mujer, que entraba a la habitación en que Fernanda había despertado.—No —respondió Fernanda, mirando a esa mujer de, posiblemente, un par de años menos que Regina—. Me duele tanto la cabeza que creo que voy a vomitar.—Se ha golpeado fuerte, tiene un chipote en la frente —explicó la mujer y Fernanda apartó la mirada para poder llorar con un poco menos de pena, pues odiaba ser vista
Fernanda recibió, del médico que la revisó, la medicación necesaria luego de considerar su condición, dejándole un poco más tranquila y, al paso de las horas, su dolor de cabeza disminuyó lo suficiente como para permitirle dejar la cama y desplazarse por el lugar sin ser vista por nadie.No le fue difícil, en esa casa no parecía haber mucho personal.—Voy a tomar tu teléfono —susurró la chica luego de ver a su posible aliado entrar a bañarse y adentrarse en la habitación donde antes lo hubiera escuchado.Fernanda ya había revisado toda la casa, y no había encontrado ningún teléfono, así que fue a pedirle a Diego y, justo antes de entrar a la habitación, escuchó el agua de la regadera comenzar a caer.» Sí —celebró la adolescente tras acertar la contraseña.Diego no era tan desconocido para ella; de hecho, si no hubiese hecho tan buenas migas con Alexander, probablemente se hubiera enamorado de él.—¿Quién es? —preguntó Emma, atendiendo a un número desconocido en su teléfono.—Soy Ferna