—¿Dónde estabas? —preguntó la furiosa mujer, que veía a su nada querida falsa hija entrar en su casa.—En Barcelona —respondió Fernanda, sin ápice de miedo, descontento o descontrol.Ahora que sabía que tenía todo el apoyo de Fernando, y todo el amor de sus dos padres, no temía nada más.—¿Cómo diablos saliste del país? —cuestionó Regina, en un tono algo elevado de voz—, eres menor de edad. No puedes salir del país sin permiso.—Bueno —habló Fernanda—, yo tenía el permiso de mi padre.—¿Braulio te dio permiso? —preguntó Regina, contrariada.No se imaginaba que ese hombre hubiera hecho un favor para esa chiquilla que no había tenido en cuenta jamás.—Sí, él también —dijo la chica, pretendiendo ir hasta su habitación.Ahora que sabía que su hermana, en realidad, era su mamá, y que había hecho tanto por ella, quería recuperar algunas cosas que no pudo tirar a pesar de haber decidido odiarlas por haberlas recibido de Emma, pero que fueron su único conforte en esa casa.—¿Cómo que él tambié
—¿Crees que repensó las cosas y decidió que en realidad nos odia? —preguntó Emma a Fernando, al borde de una nueva crisis nerviosa, pero Fernando negó con la cabeza a pesar de que, dentro de sí, esa duda también taladraba.» ¿Por qué demonios no dijo a dónde iba? —cuestionó la joven madre—. Si iba a buscar a Alexander pudimos haberla ayudado. ¿Por qué es tan idiota?—Debe ser genético —sugirió Fernando y Emma le miró con furia.—A mí no me estés insultando —renegó enojada Emma y Fernando no pudo evitar sonreír, molestando más a una que era un montón de emociones reluciendo a momentos.—Me refería a mí —aclaró él, sin poder ocultar su sonrisa.Emma se sonrojó, luego respiró profundo y volvió a dejar que fuera la preocupación la que hablara por ella.—Ojalá tú no fueras su padre —dijo de pronto la joven mujer, sin querer dañar al otro, pero haciéndolo pedazos. Y, cuando se dio cuenta del mal que había provocado en el padre de su hija, se golpeó internamente y se obligó a explicar lo que
Fernanda abrió los ojos sin ser capaz de fijar la vista en nada, el fuerte dolor de cabeza le hizo cerrar los ojos casi de inmediato y llevar su mano a su frente, arrepintiéndose de haberla tocado.—Demonios —musitó y comenzó a llorar, sin saber la razón de ello.Seguro eran sus hormonas, o esa manía de esperar lo peor; aunque también podría ser tremendo golpe en su frente.Pero llorar no era para menos, pues definitivamente no podía esperar nada bueno cuando lo último que recordaba era haber perdido la consciencia justo antes de estrellarse contra el respaldo de un sillón.—¿Está usted bien? —preguntó una mujer, que entraba a la habitación en que Fernanda había despertado.—No —respondió Fernanda, mirando a esa mujer de, posiblemente, un par de años menos que Regina—. Me duele tanto la cabeza que creo que voy a vomitar.—Se ha golpeado fuerte, tiene un chipote en la frente —explicó la mujer y Fernanda apartó la mirada para poder llorar con un poco menos de pena, pues odiaba ser vista
Fernanda recibió, del médico que la revisó, la medicación necesaria luego de considerar su condición, dejándole un poco más tranquila y, al paso de las horas, su dolor de cabeza disminuyó lo suficiente como para permitirle dejar la cama y desplazarse por el lugar sin ser vista por nadie.No le fue difícil, en esa casa no parecía haber mucho personal.—Voy a tomar tu teléfono —susurró la chica luego de ver a su posible aliado entrar a bañarse y adentrarse en la habitación donde antes lo hubiera escuchado.Fernanda ya había revisado toda la casa, y no había encontrado ningún teléfono, así que fue a pedirle a Diego y, justo antes de entrar a la habitación, escuchó el agua de la regadera comenzar a caer.» Sí —celebró la adolescente tras acertar la contraseña.Diego no era tan desconocido para ella; de hecho, si no hubiese hecho tan buenas migas con Alexander, probablemente se hubiera enamorado de él.—¿Quién es? —preguntó Emma, atendiendo a un número desconocido en su teléfono.—Soy Ferna
—¿Segura que te vas a la casa conmigo? —preguntó Adrián a Emma luego de que ambos se despidieran de Fernando Báez y Fernanda en la puerta del departamento de ese hombre.—¿Quieres que pase la noche aquí? —cuestionó, más confundida que contrariada, Emma.—¡No! —respondió el hombre, perdiendo, por al menos un par de segundos, esa imperturbabilidad que le caracterizaba—. No toda la noche, pero puedes quedarte más tiempo, o traerla con nosotros si eso te hace sentir tranquila.—Está bien —aseguró Emma, negando con la cabeza como si fuera su subconsciente el que dijera que, en realidad, no estaba nada bien—, yo solo necesito saberla a salvo para estar tranquila. Además, no sé si no te diste cuenta, pero, de los dos, no soy yo su favorita.Las últimas palabras de la mujer se quedaron atrapadas en un nudo que estaba en su garganta, por eso salieron a medias, lo que salió completo fueron sus lágrimas, que no pudo contener ni ocultar de su marido, que solo tomó su mano, de nuevo, asegurándole q
—Sigue durmiendo —dijo una voz tenue, que Fernanda alcanzó a escuchar entre sueños—, ¿debería levantarla a comer algo?Era la voz de Fernando Báez, la adormilada joven estaba setenta por ciento segura de ello.—No, cuando necesite comer va a despertar. Ahora necesita más descansar —dijo la clara voz de Emma.—Uno no puede descansar cuando cuchichean en su habitación —farfulló Fernanda, abriendo los ojos, con dificultad, para ver los sorprendidos rostros de sus padres—. ¿Necesitan algo?—¿Cómo te sientes? —preguntó Emma, andando hasta ella, pero sin acercarse demasiado—. Pensé que si estabas despierta y habías comido ya, podíamos ir a casa de Alana.—¿Comido? —cuestionó Fernanda, bastante confundida—, ¿qué hora es?—Pasa poco de medio día —respondió Fernando.—¿Y por qué no me despertaste antes? —cuestionó la casi joven, casi molesta.—Yo lo intenté, tú gruñiste y yo me asusté —explicó el hombre y Fernanda abrió la boca haciendo una enorme O mientras entrecerraba los ojos—. Pensé que po
Las manos de Fernanda sudaban frío, y en su estómago estaba esa sensación ya muy conocida, estaba cien por cientos segura de que vomitaría en cuanto su respiración perdiera ese marcado y lento ritmo que había tomado desde que subió al auto de su padre para ir a casa de Alexander.—Toca de una vez —casi ordenó Emma, tras casi un par de minutos en que la chica, frente a la puerta de la casa de su exnovio, no hiciera siquiera por moverse—, me estás matando de los nervios.Fernanda volvió la cabeza y le miró aterrada, como justo en ese momento sentía, y sus labios temblaron mientras sus ojos se aguaban y su estómago empujaba algo por su garganta.—No puedo —balbuceó la chica casi de manera inentendible—, tengo mucho miedo de lo que va a pasar.—¿No que habías visto todos los escenarios? —cuestionó la mayor de las dos, andando hasta la chica para tocar la puerta por ella.—¡No! —pidió Fernanda llorando ya, atrapando el brazo de su hermana para detenerla—, por favor, no.Emma miró a su peque
—¿Fernando? —preguntó Alana, sorprendida de ver a un hombre que pensó no vería nunca más, luego de que él saliera huyendo del planeta, a causa de la mujer para la que ambos trabajaban.—Hola, Alana —saludó un joven ya no tan joven como la mujer recordaba—. ¿Puedo hablar con tu hijo Alex?Tal petición le desorbitó los ojos a la mujer. Ella ni siquiera pensaba que él recordara a uno que apenas si había conocido cuando bebé.—¿Cómo es que lo conoces? —preguntó Alana, decidida a no dejarse llevar por especulaciones que podrían terminar poniéndola en la respuesta incorrecta.—Bueno, él es… o, más bien, era el novio de mi hija Fer —corrigió el hombre y quien le escuchaba abrió los ojos enormes.—¿Sabes de la niña Fernanda? —preguntó ella, casi en susurro y el hombre asintió sonriendo solo un poco—. ¿Cómo? Pensé que ella era algo de lo que nunca te enterarías.—Bueno —comenzó a hablar el cuestionado—, hemos pasado demasiadas cosas, la mayoría muy desastrosas y, para evitarnos otro puño de cos