Fernanda era la segunda de dos hijas, nació justo dieciséis años después que su hermana mayor, ella era un infortunado accidente que llegó a cambiar la vida de todos en la familia a la que ahora, sin haberlo pedido siquiera, pertenecía.Fernanda llegó a arruinar la vida de su familia, lo podía notar sobre todo en la actitud de su madre, quien siempre la juzgaba y solo no le daba una oportunidad; su padre no creía en su existencia, al parecer, pues, a sus ojos, ella era un mueble más en la casa; Él solo no la veía, no le hablaba, no la quería.Pero, muy a pesar de lo que sus dos padres pensaban, Fernanda siempre fue mucho mejor de lo que pudieron llegar a imaginar, aunque nunca quisieron darse cuenta, así que la joven dejó de intentar que la vieran, al menos por las buenas.En su casa, la única que siempre la quiso fue Emma, su hermana, pero Fernanda la odiaba. Aunque al principio no fue así, al principio la quiso demasiado, pues, al principio, no imaginaba que ella era la raíz de todos
—¿Por qué sigues tratándola así? —preguntó Emma, desesperada—. Madre, ella no se merece que la maltrates de esta forma, es una adolescente, necesita comprensión…—No, Emma. Lo que esa chiquilla necesita en una buena reprimenda. Se la pasa haciendo imprudencias y tonterías —argumentó la mujer.—Ella es una adolescente —repitió la joven, recalcando cada letra para que su querida madre se diera cuenta de que estaba sobreactuando con Fernanda—. No puedes tenerla castigada por siempre.Eso dijo la joven de ahora treinta y tres años, pero la señora Regina no quería entrar en razón, ella solo no tenía la paciencia de lidiar con otra adolescente, no después de tantos años; además, a su ver, Fernanda ya no era tan pequeña como para que siguiera haciendo cada niñería que se le ocurría.» ¿Por qué no puedes quererla? —preguntó Emma y los pasos de Fernanda, que justo en ese momento se dirigían a conocer la razón de tanto escándalo, se detuvieron detrás de la puerta del despacho donde su madre y he
El auto se detuvo, el hombre en él se quedó helado al golpe. No podía creer lo que acababa de ocurrir. Esa chica había salido de la nada.El hombre de cabello castaño y ojos cafés levantó la mirada para encontrar las palmas de una chica, no mayor a veinte años, fijas en el cofre de su auto.La pelinegra temblaba de pies a cabeza, respiraba pesadamente y sus hermosos ojos marrón solo veían el lugar donde sus manos se habían impactado.Fernanda tampoco se creía lo que había pasado. Al darse cuenta de la proximidad de un auto, que para ella apareció de la nada, usó sus manos para detenerlo, como si eso pudiera ser posible. Pero, supuso que un milagro pasó, pues el auto debajo de sus manos estaba completamente inmóvil.Ella estaba anonadada. Era cierto que, entre todo su dolor, había pensado que tal vez no haber nacido hubiera sido lo mejor, pero no por ello deseaba morir, al menos no justo en ese momento, y mucho menos atropellada.—¿Estás bien? —escuchó la chica cuando comenzó a recobrar
—Casi morí —informó Fernanda al que, apenas unos minutos atrás, y en contra del desacuerdo de su madre, le había dado el pase a su casa y a su habitación.—¿Qué?, ¿cómo? —preguntó preocupado el chico de cabello rubio cenizo y ojos color miel.—Casi me atropellan —explicó la pelinegra de ojos oscuros—. Salí de la casa llorando, no vi venir el auto.—¡Fernanda! —gritó el joven, molesto por la sonrisita burlona con que la chica había terminado su explicación, y luego suspiró—... eres tan descuidada.» Debes tener cuidado. Ya te dije muchas veces que no atravieses la calle sin mirar el semáforo —reprendió el chico un poco menos serio y la regañada sonrió.—Disculpa que mi vida tenga más problemas que necesidad de respetar las reglas de urbanidad —dramatizó la azabache y ambos se rieron esta vez.—Pero, ¿estás bien? —preguntó el chico cuando la risa se terminó. Ella asintió.—Solo un poco asustada —declaró Fernanda y recibió el abrazo que, ese que era su mejor amigo, le regalaba.—Peleaste
—Señora Emma, la buscan —escuchó por el intercomunicador de su oficina una joven mujer y Emma suspiró, no tenía ánimos de atender a nadie.—Si no se trata de mis hijos o de mi hermana no quiero recibir a nadie —respondió y dejó de presionar el botón que la comunicaba con su secretaria; entonces se recargó en su silla pensando en todo lo que estaba mal en su vida.Emma no podía dejar de reprocharse el ser tan cobarde pues, aunque tenía bien claro que no todo era su culpa, no podía culpar y reprochar a alguien que no estaba.El padre de su hija no estaba, él se había ido dejándola pelear sola una guerra que era de ambos. Aunque tampoco lo culpaba demasiado, su madre era el oponente en dicha guerra, y Regina era un monstruo al que todos temían.Todos menos Fernanda, y por eso le iba como le iba.Sin embargo, sus pensamientos no llegaron lejos, una discusión detrás de su puerta le devolvió a un presente tan malo como el pasado que había intentado revisar.—Le digo que no puede entrar, ella
“Esta será tu oficina, tu secretaría será la señorita Diana y no necesitas más que pedir que te comunique a donde quieras para que ella lo haga realidad; puedes ir a donde quieras, pero te recomiendo que antes de ello concretes una cita y, en cuanto a mi oficina, no te pares por allí jamás.”Esas fueron las últimas palabras que le dedicó Emma a Fernando después de mostrarle la empresa entera.—Así están las cosas, ¿eh? —señaló Fernando recibiendo la completa indiferencia de Emma, y se dejó caer en la silla detrás del escritorio de la que, a partir de ese momento, y por un buen tiempo, sería su oficina.Dieciocho años atrás, Fernando se había ido siguiendo un plan y, aunque sospechaba que podía no resultar tan bien como lo esperaba, no imaginó que convertirse en alguien capaz de enfrentar a Regina y pelear por Emma y su hijo le tomaría tanto tiempo; así como tampoco esperaba que, al regresar, Emma le odiara de tal manera.Pero, siendo sinceros, cuando él se fue esperando que a su regres
—¿Qué tal la fiesta? —preguntó divertido Alexander a la chica que entraba por su ventana.—Espantosa, por eso me escapé —respondió Fernanda sonriendo, y se sacudió los restos de naturaleza que le hubiera dejado el árbol por el que trepó.Alexander le miró demasiado divertido, incluso se notaba una carcajada atorada en su garganta. Eso le molestó a Fernanda.» ¿Qué es tan divertido? —preguntó ella, casi molesta por sentirse burlada.—Mi madre no está —explicó Alexander no pudiendo contener más la risa—. Pudiste entrar por la puerta.—Me hubieras dicho —reclamó Fernanda con el ceño fruncido.—¿Cómo te decía?—En un mensaje.—Sí, un mensaje diciéndote: “mamá salió, estoy solo en casa”. Eso sería muy comprometedor. Además, no sabía que ibas a venir.—¡Ay, por Dios, Alexander! ¿Cómo que no sabías? Siempre vengo. Sabes que no soporto esas malditas reuniones sin sentido, mucho menos cuando tengo que soportar a esos imbéciles críos acosándome.—Tú eres la única cría allí —recordó el rubio—, el
—Eso no fue tan fantástico como lo imaginé… pero fue hermoso —dijo Fernanda para el chico que la mantenía entre sus fuertes brazos.—¡Oye! —se quejó Alexander.—Vamos —pidió sonriendo la joven—, sé que también te imaginabas algo mucho más explosivo y perfecto.—Más explosivo y candente sí —admitió el rubio—, pero más perfecto no. No creo que algo sea más perfecto que entregarte al fin a la persona que amas.Fernanda lo miró con una nostálgica sonrisa. Ella acaba de obtener mucha felicidad, quizá mucha más de la que estaba acostumbrada a recibir, y eso la asustaba, pues eso significaba que, si lo perdía, le dolería el alma como nunca le había dolido nada.Sin quererlo, y sin darse cuenta, dejó escapar unas lágrimas, desahogando un corazón muy oprimido por el miedo, la confusión y por tantas hermosas cosas que recién habían pasado.En serio parecía demasiado peso para la que, de felicidad, nunca había cargado nada.—¿Qué pasó?, ¿te duele algo?, ¿te lastimé? —preguntó algo asustado el chi