- ¿Pizza? –Una esporádica risa afloró en su rostro. Esta vez la pude ver con más claridad. Un halo brillante iluminaba su ser.Creo que él deseaba llevarme a uno de los restaurantes que suele visitar con frecuencia, ya lo había hecho un par de veces, pero me incomodaba sobremanera la forma en que esas personas me miraban y siempre terminábamos cenando en este rinconcito de comida rápida, aunque él no probaba bocado, espero que esta noche si le apetezca.- Sí, es que… Nunca he probado la pizza de ese lugar y me gustaría saber…–volví a mirarlo sonriente– ¡Cuál es su sabor! –Moví las manos dibujando una pizza imaginaria– ¿Se siente el queso?, ¿A qué sabe la mozzarella?, ¿Es cierto que se estira como en los comerciales? –Desvié mi rostro hacia él, quien me miraba estoico. Me sentí avergonzada y empecé a morder mis uñas, la ansiedad me invadió–. O mejor, lléveme a casa de una vez.- No –recalcó frenando el auto en medio de dos avenidas–. Te llevaré a cenar, no has comido nada en todo el dí
Nunca antes me habían hablado así. La mayoría de las mujeres que decían estar enamoradas, solo buscaban mi dinero; me di cuenta de eso porque siempre estaban pidiéndome cosas, que las llevase a lugares caros y reuniones de sociedad, las que no me gustaban para nada. Por eso dejé de buscar amor en ellas y me centré en el placer que podían concederme. Pero con Vanesa todo fue diferente, incluso con la comida. Esta noche me atreví a probar aquello que ella siempre come, y estuvo realmente delicioso. Creí que terminaría vomitando, pero no fue así, disfruté cada bocado.Yo la había traído a este lugar con una sola intención:Arrebatarle aquel tesoro natural que la mayoría de hombres desean.Pero no imaginé que algo semejante sucedería. Nunca pensé escuchar desbordarse un alma, y menos proferir palabras tan abrigadoras y cálidas.Ella era tan joven, hermosa, cándida, frágil. Capaz de enamorar cualquier corazón.¿Por qué tendría que elegir a un viejo lobo como yo? Aunque ya conocía que ella
- Lo amo –besé su cuello–. Permítame estar a su lado, por favor.- Vanesa –exhaló sin moverse–. ¿Me amarás cuando no pueda caminar? ¿Acaso vas a soportarme cuando me convierta en un anciano inútil?- La edad son solo pretextos suyos –enfaticé rozando mi nariz con la fina textura de su cerviz.- Tengo 40 años.- ¿40? ¿Años? –Susurré estupefacta. Creí que tenía 30, 33 como máximo. El tiempo había sido benévolo con él.- ¿Te asustaste? –Una ligera risa osciló su cuerpo–. ¿Sigues pensando lo mismo que antes? –Sentí claramente como sus brazos estrujaron mi pecho. Tenía miedo que cambiara de opinión.- Sí –volví a rodearlo, dándole aquella seguridad que le arrebaté sin querer–. Lo amo Mr. Stevens. Ahora, respóndame usted ¿Quiere ser mi enamorado? –Sentí claramente arder mis mejillas. Él se levantó, sonrió y mirándome a los ojos, me besó con delicadeza.Una extraña y desesperante delicadeza que me hacía desearlo más.No entendí bien lo que este beso significó, pero no podía exigirle más; cre
Coloqué la bandeja sobre la mesita de noche y sentándome en el borde de mi cama, me dispuse empezar sin perder tiempo.Quería borrar este sentimiento que se adueñaba de mí, quería volver a ser el de antes; después de una lujuriosa sesión, seguro todo quedaría en el pasado. Olvidaría todas esas bobadas del amor.¿Yo enamorado de una chiquilla? ¡En que diablos estaba pensando! Hasta decirlo suena ridículo, el amor no está hecho para mí y yo no deseo tenerlo.Ellas se quitaron la ropa entre coqueteos. Tocándose entre sí, pretendían encender esa tóxica flama libidinosa, pero solo conseguían asquearme. Sus cuerpos eran demasiado voluptuosos, sus rostros estaban exageradamente maquillados, la ropa que usaban, solo resaltaba sus defectos.En otros tiempos, lo que Marilyn y su acompañante hacían, me hubiera excitado sin pensarlo dos veces; ahora solo las comparaba con mi Vanesa y eso no estaba bien.Con sumo esfuerzo, ahogué esos pensamientos que me estancaban e impedían disfrutar del momento
En realidad, no la modifiqué como pensaba, pero si abrí las persianas de la ventana que colinda con el exterior –la cual estaba cerrada–, para que la claridad del día ilumine sus quehaceres; limpié su estante, tiré los papeles de su cesto de basura y acomodé los documentos en su escritorio.- Buenos días, jefecito –escuché decir a una de las secretarias.¡Estaba cerca!¡Por fin!Corrí hacia el ascensor que estaba a punto de cerrarse y me subí en él. Quería estar presente cuando vea cómo había limpiado su lugar de trabajo. Mi emoción fue tal que las personas dentro empezaron reír y mirarse entre sí, como intentando descifrar que era lo que estaba ocurriendo, entre ellos, el joven Henderson quien me observó desconcertado. Mr. Stevens se paró frente a las puertas y pude apreciar su varonil rostro por unos escasos segundos, antes que la entrada se cerrara para empezar a subir. Iba perdido revisando mensajes en su celular, por lo que dudo que haya logrado verme.Dentro de poco me diría lo
Mis manos se dirigieron al cierre de su negruzco pantalón y lo abrieron con parsimonia, disfrutando cada segundo con la idea de saber que al final podría palparlo.Él deslizó sus brazos a mi cintura y se quedó allí sin hacer nada más que besarme; el rubor había hecho mella en nuestras mejillas.Yo esperaba que hiciera algo más.- Basta –musitó deteniendo mis osados dedos. Su respiración era entrecortada y profunda. Su agobiante aliento me excitaba–. Aún eres muy joven para esto.- Vamos, ya soy mayor de edad. Estoy lista –pronuncié entre suspiros–. Hagamos el amor ahora, por favor. Mi Príncipe.- Vanesa…–Dijo reposando su mentón en mi hombro–. Dulce encantadora –aspiró con fuerza mi perfume.Estuve a punto de sucumbir ante la sugestiva tentación de sus atrayentes palabras, la suave seducción de sus manos, su atractivo rostro; ese delgado y provocativo cuerpo suyo, en el que no estaba seguro si era correcto dejar mi huella o permitir que alguien más lo hiciera. Todo esto me había hecho
Apostaría que la hija de Thomas Edwards, es joven y soltera. Tengo miedo. No puedo hacer nada, solo esperar a que regrese y recibirlo con una sonrisa.Si le pedía que se quedara conmigo, quizás se hubiera enojado y no soportaba verlo enfadado; sobre todo porque me gusta escucharlo reír, me encanta que bese mis labios y prefiera estar a mi lado que con otras mujeres.¡Ah!¡Mr. Stevens!¡¿Por qué tiene que hacerme sufrir de esta manera?!Bajé las escaleras y me senté en la cafetería de la Empresa. Saqué mi táper y empecé a comer.Todos alrededor parecían felices, algunos reían; creo que se burlaban de mí por estar sola con dos almuerzos sobre la mesa y un frasco de agua hervida.Tenía ganas de llorar, pero debía hacerme a la idea que sería siempre así. Él debía velar por los intereses de su Empresa, como todo buen “Hombre de Negocios”, esta no sería la primera, ni la última vez en la que se iría a comer o de viaje con sus socios, futuros socios o clientes. - ¿Por qué tan triste? –Dijo
Al salir del restaurante, apagué el celular para que no me saturaran con llamadas. Prendí el automóvil y encaminé los senderos hacia mi departamento.Debía arreglar todo para aquel encuentro tan especial, ella debía sentir que…¿La amaba?Sí…La amaba.Le prepararía la cena, cambiaría las sábanas de mi cama y el colchón –no quería que su puro cuerpo, se contaminara con el sudor de las mujeres que antes se revolcaron ahí–, luego llenaría de espuma el jacuzzi, así podríamos relajar nuestros cuerpos después de amarnos y al final, dormiríamos juntos hasta el día siguiente.Arreglar todo fue más trabajoso de lo que pensé. Me llevó horas terminar. Habíamos quedado en que la recogería temprano, y ya eran las diez.Estoy seguro que no saldría de la oficina sin que yo se lo permitiera, además, teníamos un acuerdo:Ella esperaría hasta que llegue a la Empresa y la recoja.¡Vaya sorpresa que se va a dar!Cuando llegué a CODALU, no había nadie más que los vigilantes y el personal de limpieza, qu