- Lo amo –besé su cuello–. Permítame estar a su lado, por favor.- Vanesa –exhaló sin moverse–. ¿Me amarás cuando no pueda caminar? ¿Acaso vas a soportarme cuando me convierta en un anciano inútil?- La edad son solo pretextos suyos –enfaticé rozando mi nariz con la fina textura de su cerviz.- Tengo 40 años.- ¿40? ¿Años? –Susurré estupefacta. Creí que tenía 30, 33 como máximo. El tiempo había sido benévolo con él.- ¿Te asustaste? –Una ligera risa osciló su cuerpo–. ¿Sigues pensando lo mismo que antes? –Sentí claramente como sus brazos estrujaron mi pecho. Tenía miedo que cambiara de opinión.- Sí –volví a rodearlo, dándole aquella seguridad que le arrebaté sin querer–. Lo amo Mr. Stevens. Ahora, respóndame usted ¿Quiere ser mi enamorado? –Sentí claramente arder mis mejillas. Él se levantó, sonrió y mirándome a los ojos, me besó con delicadeza.Una extraña y desesperante delicadeza que me hacía desearlo más.No entendí bien lo que este beso significó, pero no podía exigirle más; cre
Coloqué la bandeja sobre la mesita de noche y sentándome en el borde de mi cama, me dispuse empezar sin perder tiempo.Quería borrar este sentimiento que se adueñaba de mí, quería volver a ser el de antes; después de una lujuriosa sesión, seguro todo quedaría en el pasado. Olvidaría todas esas bobadas del amor.¿Yo enamorado de una chiquilla? ¡En que diablos estaba pensando! Hasta decirlo suena ridículo, el amor no está hecho para mí y yo no deseo tenerlo.Ellas se quitaron la ropa entre coqueteos. Tocándose entre sí, pretendían encender esa tóxica flama libidinosa, pero solo conseguían asquearme. Sus cuerpos eran demasiado voluptuosos, sus rostros estaban exageradamente maquillados, la ropa que usaban, solo resaltaba sus defectos.En otros tiempos, lo que Marilyn y su acompañante hacían, me hubiera excitado sin pensarlo dos veces; ahora solo las comparaba con mi Vanesa y eso no estaba bien.Con sumo esfuerzo, ahogué esos pensamientos que me estancaban e impedían disfrutar del momento
En realidad, no la modifiqué como pensaba, pero si abrí las persianas de la ventana que colinda con el exterior –la cual estaba cerrada–, para que la claridad del día ilumine sus quehaceres; limpié su estante, tiré los papeles de su cesto de basura y acomodé los documentos en su escritorio.- Buenos días, jefecito –escuché decir a una de las secretarias.¡Estaba cerca!¡Por fin!Corrí hacia el ascensor que estaba a punto de cerrarse y me subí en él. Quería estar presente cuando vea cómo había limpiado su lugar de trabajo. Mi emoción fue tal que las personas dentro empezaron reír y mirarse entre sí, como intentando descifrar que era lo que estaba ocurriendo, entre ellos, el joven Henderson quien me observó desconcertado. Mr. Stevens se paró frente a las puertas y pude apreciar su varonil rostro por unos escasos segundos, antes que la entrada se cerrara para empezar a subir. Iba perdido revisando mensajes en su celular, por lo que dudo que haya logrado verme.Dentro de poco me diría lo
Mis manos se dirigieron al cierre de su negruzco pantalón y lo abrieron con parsimonia, disfrutando cada segundo con la idea de saber que al final podría palparlo.Él deslizó sus brazos a mi cintura y se quedó allí sin hacer nada más que besarme; el rubor había hecho mella en nuestras mejillas.Yo esperaba que hiciera algo más.- Basta –musitó deteniendo mis osados dedos. Su respiración era entrecortada y profunda. Su agobiante aliento me excitaba–. Aún eres muy joven para esto.- Vamos, ya soy mayor de edad. Estoy lista –pronuncié entre suspiros–. Hagamos el amor ahora, por favor. Mi Príncipe.- Vanesa…–Dijo reposando su mentón en mi hombro–. Dulce encantadora –aspiró con fuerza mi perfume.Estuve a punto de sucumbir ante la sugestiva tentación de sus atrayentes palabras, la suave seducción de sus manos, su atractivo rostro; ese delgado y provocativo cuerpo suyo, en el que no estaba seguro si era correcto dejar mi huella o permitir que alguien más lo hiciera. Todo esto me había hecho
Apostaría que la hija de Thomas Edwards, es joven y soltera. Tengo miedo. No puedo hacer nada, solo esperar a que regrese y recibirlo con una sonrisa.Si le pedía que se quedara conmigo, quizás se hubiera enojado y no soportaba verlo enfadado; sobre todo porque me gusta escucharlo reír, me encanta que bese mis labios y prefiera estar a mi lado que con otras mujeres.¡Ah!¡Mr. Stevens!¡¿Por qué tiene que hacerme sufrir de esta manera?!Bajé las escaleras y me senté en la cafetería de la Empresa. Saqué mi táper y empecé a comer.Todos alrededor parecían felices, algunos reían; creo que se burlaban de mí por estar sola con dos almuerzos sobre la mesa y un frasco de agua hervida.Tenía ganas de llorar, pero debía hacerme a la idea que sería siempre así. Él debía velar por los intereses de su Empresa, como todo buen “Hombre de Negocios”, esta no sería la primera, ni la última vez en la que se iría a comer o de viaje con sus socios, futuros socios o clientes. - ¿Por qué tan triste? –Dijo
Al salir del restaurante, apagué el celular para que no me saturaran con llamadas. Prendí el automóvil y encaminé los senderos hacia mi departamento.Debía arreglar todo para aquel encuentro tan especial, ella debía sentir que…¿La amaba?Sí…La amaba.Le prepararía la cena, cambiaría las sábanas de mi cama y el colchón –no quería que su puro cuerpo, se contaminara con el sudor de las mujeres que antes se revolcaron ahí–, luego llenaría de espuma el jacuzzi, así podríamos relajar nuestros cuerpos después de amarnos y al final, dormiríamos juntos hasta el día siguiente.Arreglar todo fue más trabajoso de lo que pensé. Me llevó horas terminar. Habíamos quedado en que la recogería temprano, y ya eran las diez.Estoy seguro que no saldría de la oficina sin que yo se lo permitiera, además, teníamos un acuerdo:Ella esperaría hasta que llegue a la Empresa y la recoja.¡Vaya sorpresa que se va a dar!Cuando llegué a CODALU, no había nadie más que los vigilantes y el personal de limpieza, qu
- Yo…–Por primera vez en mi vida no quería estar a su lado, tenía pánico. Cada mirada suya era como un mortífero golpe al corazón–. Quiero ir a casa.- Como si fuera a dejar que eso sucediera –respondió bufando como un toro embravecido.- Por favor –froté mis dedos cerrando los ojos temerosa–. No me lastimes… Tengo mucho miedo.El automóvil se detuvo de improviso. Si no me aferraba al asiento, en estos momentos tendría que llevarme de emergencia al Hospital, para que suturen la herida en mi frente, producida por los vidrios que se romperían en mi cabeza.Ahora estaba más aterrada.Volteé para abrir la puerta y salir corriendo, pero no logré hacerlo; el único que podía abrirla, era el conductor.Mr. Stevens giró su rostro con parsimonia hacia mí. Estaba muerta.¿Qué podía hacer?Se quitó el cinturón de seguridad y apagó el coche.Su exagerada respiración revolvía su largo flequillo. Podía notar las venas de su cuello y frente, palpitar inflamadas de furor. Creo que esta vez no podría c
Dudé unos instantes si seguir con lo que había planeado o detenerme; quizás me precipité por algo sin importancia, debí dejarla explicar el…¡No!¡Basta!¡Deja de ser tan débil!Acaba con esto de una vez.Ahogué el sufrimiento que me producían sus alaridos. Mordí mis labios hasta hacerlos sangrar solo para traerme al presente, y no dejarme embaucar una vez más por la dulzura de sus frases. Separé sus finas piernas colocándome en medio de sus tibios muslos.Introduje mis dedos bajo su pantalón y empecé a acariciarla. Vanesa emitió un sutil gemido que encendió mi lívido. Bajé como un lobo hambriento por sus pequeños pechos, solté sus manos y arranqué el sujetador que los aprisionaba.Era maravillosa, su rosada piel hacía juego con el rojo intenso de sus mejillas. Quedé extasiado observándola. Era perfecta. No podía hallar un solo defecto en su cuerpo. Ella solo me miraba, mientras lágrimas rodaban por sus ardientes pómulos.Intentó cubrirse, pero no se lo permití. Inmediatamente atrapé