ADIÓS A CODALU

Ella se acercó a mi lado sin titubear. Rodeándome con sus brazos, confortó mi alma consumida por la amargura. Poco a poco, sentí como la ira dejaba mi corazón hasta desaparecer completamente.

- No me dejes solo nunca –sumergí mi rostro en su seráfico pecho–. Mi niña. Te amo –una osada timidez ruborizó mis mejillas.

Sin la mínima intención de hacerlo, le declaré mis más profundos sentimientos. Sí, la amaba y no me avergüenzo de decirlo. Sé que, para ella, estás palabras tienen una importancia que supera al valor del oro, y al igual que él, no se devaluarán nunca.

- Stevens –una tímida sonrisa floreció en su joven rostro–. Yo también lo amo.

Me besó con tal ímpetu, que caímos de espaldas al suelo. Sus labios no dejaban un solo espacio libre en mi boca; me arrebataban el oxígeno, estaba a punto de desmayarme por falta de aire, pero no importaba. Esa angustiante sensación me recordó que aún estaba vivo y no había razón para desplomarme por una estupidez como la acaecida.

- Vanesa…–Exhalé
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