(Narra Amira) Cada uno de los estruendos de la batalla estremece mi alma. Luego de tanto sufrimiento, pensé que encontraría la felicidad, pero ya veo que me he equivocado. La mente de Basima se va y vuelve a ratos. Me aterra que, en el momento más inapropiado, grite o eche a correr y llame la atención de los atacantes. Eso sucederá. Me llamo Amira Salem. La mala suerte es parte de mi código genético. Debo tomar una ruta alternativa para salvar a mi amiga. Yo soy la Lumbrera de Ruhit, el único premio importante en verdad. En medio de la oscuridad del angosto escondite, palpo los delgados brazos de mi amiga. Estos meses han sido penosos para su salud. Ha bajado unas cuantas libras. —Le prometí a Ghaaliya que siempre cuidaría de ti. —Poco a poco, voy sentando las bases para poner en marcha el plan algo loco que se gesta en mi cabeza. —También que te enamorarías y serías feliz. Hasta donde recuerdo, eso no fue parte del juramento, solo una petición de parte de mi nana. Nunca he busca
Tras unos segundos de duda, André estira su brazo hasta que se aferra al mío. Aprieta con fuerza, dejando bien claro que aquí es él quien lleva las riendas de la situación. —¡Ay! —chillo cuando sus dedos traspasan la piel. No, no la han perforado; pero siento como si lo hubiesen hecho. Él continúa incrementando la fuerza de su agarre. ¿Acaso pretende llegar hasta el hueso? Quiero decirle que lo que está aquí presente es un ser humano —más bien, dos—; pero me consta que le no le interesa. Al contrario, disfruta haciéndome daño. Sus dedos se resbalan dentro de mi escote. No habría imaginado que fuese tan tonto como para tomarme aquí y ahora, pero cuando su minicerebro recibe una orden de su pene, deja de pensar. En este instante, es el deseo quien le gobierna. ¡Jodida m****a! Esa mirada que me recorre no es digna de duda. Aunque quiero mostrarme valiente, tiemblo de miedo pensando en lo que nos sucederá. La mera presencia de ese hombre me hace estremecer, pero sentir sus manos me pr
En algún momento, he perdido la consciencia. Solo recuerdo que mi cabeza ha colgado en el aire como el fruto de un árbol. No tenía donde apoyarla, ni deseaba hacerlo. André desprendía un olor a sudor y tabaco mascado. Antes, no me había dado cuenta porque los miedos han tenido a mis nervios en ascuas; pero, luego de mi redición, se han ido relajando, hartos de pelear contra lo inevitable. Al menos, he logrado mantener a Basima fuera de sus manos. Eso, de por sí, es una victoria bien pequeña. El estrés sostenido podría dañar a mi bebé. Creo que aún vive. No he sentido una hemorragia brotar de dentro de mí, solo dos o tres gotas viscosas que se han pegado al interior de mis muslos. Me duele cada milímetro de mi cuerpo. Aunque me encuentro acostada en una cama confortable, no me siento cómoda. André ha esposado mis dos manos al retablo trasero. Cuento los segundos que se tarda en regresar porque son los únicos que tengo para elaborar un plan de escape que salve a mi bebé. No puedo esper
Nunca había imaginado que un día Abdul Salem llamase a un médico varón para revisar mis partes más íntimas y, mucho menos, que esa persona viviese en algún sitio de mi misma casa. Pronto comprendo, sin que nadie me lo explique con puntos y comas, que es el encargado de dar los primeros auxilios a las chicas escondidas en el sótano luego del contacto físico nada romántico de mi padre o alguno de sus socios. Tal vez, también, de los abortos clandestinos y la ligadura obligatoria de las Trompas de Falopio. Una vez que mi cabeza se echa a volar, no encuentro sitio en el que reposar. Algo late dentro de mis sienes. Es el retumbar de una manada de elefantes en estampida. El doctor me indica que me acueste y abra las piernas. Obedezco sin chistar aunque sé que eso sacará mi secreto a la luz. En cuanto él palpe el cuello de mi útero, dictaminará mi embarazo. Luego, la vida de mi hijo quedará en manos de un asesino: mi propio padre. —¿Y bien? —pregunta Abdul aún antes de comenzar examen gine
Vivir en la habitación de la torre ha sido como regresar a la jaula de cristal, pero mucho peor. Cada amanecer es una carga tan pesada que preferiría no despertar. Extraño las sonrisas de Basima y sus graciosos dichos fuera de contexto. Extraño los amorosos regaños de Ghaaliya. Y extraño la compañía de Ahmed. Despertar lejos de su abrazo es la peor manera de comenzar el día. ¡Cuánta angustia inunda mi alma cuando me descubro encerrada y con la amenaza inminente de la separación del bebé! Él es la única razón que me hace sonreír en las mañanas. Cuando se mueve, dentro de mi panza, comprendo que en realidad no estoy sola. No ceso de preguntarme cómo será su futuro luego que nos separen. Solo le pido a Dios que el señor Salem no le moldee a su imagen y semejanza. Entonces, todos mis sacrificios habrían sido en vano. Me he perdido su reacción cuando el médico le ha dicho que espero un varón. Ser el falso padre de un niño llenará su ego de alegría inmerecida. Pero no me ha quedado otro ca
—¡Deja ya esas lágrimas he dicho! A todos nos conviene que des a luz a un niño sano, pero a ti aún más. No querrás que tu padre le deseche en la basura. Las manos de mi madre se aferran en mis hombros y me zarandean de un sitio a otro. Luego, con dos cachetadas de mediana intensidad, me seca los restos del llanto. Su método no ha funcionado. En lugar de calmarme, se acrecientan mis nervios. Estoy en shock. ¿Cómo podía ser diferente? Los que me torturan son mis padres. ¡Mis padres! Bien me hubiese sido haber nacido huérfana. —Pareces el vómito de un aura tiñosa, Amira. Asume las consecuencias de tus actos. En lugar de andarte con chillidos de adolescente, ¡vístete de mujer! Si lo fuiste para abrirle las piernas al enemigo del clan Salem, continúalo siendo. Con hipidos, me trago los restos del llanto. En algún sentido, ella tiene razón. Debo ser consecuente con mis actos. Ya sabía en lo que me metía cuando hice llamar a Ahmed al Mercado de Esclavas. Pero mi madre se olvida de la mise
Cada uno de los rincones de esta casa me cuenta una historia, y yo me quedo lela, con los ojos desparramados dentro de las órbitas hasta que las palabras se tornan ideas sin sentido. Es entonces cuando me acomodo el cerebro dentro de mi cabeza vacía y espero la llegada de mi hijo. Ya no hay secreto que desconozca de los cimientos de la familia. Aunque mi padre se haya empeñado en mantener la boca cerrada, los hilos de una verdad demasiado densa se han atado por sí mismos. Él pasará a la historia como el dictador esclavista de los Salem. Jamás nadie le recordará con amor, sino con desprecio. Desde que he conocido la faceta oculta de mi madre, sonrío a escondidas cuando estoy a solas. La esperanza centellea en mis pupilas azules. Me alimento mejor y salgo a tomar el sol sin que me arrastren. A veces, siento deseos de cantar. Si no lo hago, es para que mi padre no sospeche la causa de mi inusual alegría. Estoy en los días cercanos al alumbramiento y me siento casi feliz. El espíritu de
(Narra Fátima) He tenido que hacerlo. Bien sé que de cada una de mis decisiones penden cientos de vidas, en especial, la mía propia. Sin embargo, no sería humana si el sufrimiento de mi hija me dejase impasible. Ya he pasado de largo demasiado tiempo por delante de su dolor, consolándome con que lucho por un bien mayor. En esta batalla he perdido mucho. He dejado de respirar para mí porque llevo el aliento de otros dentro de mis pulmones. He esbozado una sonrisa falsa, me he vestido de estatua de hielo desalmada y he dañado intencionalmente a personas inocentes como medio para obtener un fin. Hace ya mucho tiempo, había contactado, a escondidas, con un español poderoso; y pensado, pobre de mí, que pronto vería el fin de mis males, o lo que es lo mismo, del imperio de Abdul Salem. El extranjero tenía una familia preciosa, compuesta por un par de mellizos hermosos y una compañera gentil. Era un paraíso terrenal hecho realidad. En silencio acariciaba la vana esperanza de formar un hoga