Nunca había imaginado que un día Abdul Salem llamase a un médico varón para revisar mis partes más íntimas y, mucho menos, que esa persona viviese en algún sitio de mi misma casa. Pronto comprendo, sin que nadie me lo explique con puntos y comas, que es el encargado de dar los primeros auxilios a las chicas escondidas en el sótano luego del contacto físico nada romántico de mi padre o alguno de sus socios. Tal vez, también, de los abortos clandestinos y la ligadura obligatoria de las Trompas de Falopio. Una vez que mi cabeza se echa a volar, no encuentro sitio en el que reposar. Algo late dentro de mis sienes. Es el retumbar de una manada de elefantes en estampida. El doctor me indica que me acueste y abra las piernas. Obedezco sin chistar aunque sé que eso sacará mi secreto a la luz. En cuanto él palpe el cuello de mi útero, dictaminará mi embarazo. Luego, la vida de mi hijo quedará en manos de un asesino: mi propio padre. —¿Y bien? —pregunta Abdul aún antes de comenzar examen gine
Vivir en la habitación de la torre ha sido como regresar a la jaula de cristal, pero mucho peor. Cada amanecer es una carga tan pesada que preferiría no despertar. Extraño las sonrisas de Basima y sus graciosos dichos fuera de contexto. Extraño los amorosos regaños de Ghaaliya. Y extraño la compañía de Ahmed. Despertar lejos de su abrazo es la peor manera de comenzar el día. ¡Cuánta angustia inunda mi alma cuando me descubro encerrada y con la amenaza inminente de la separación del bebé! Él es la única razón que me hace sonreír en las mañanas. Cuando se mueve, dentro de mi panza, comprendo que en realidad no estoy sola. No ceso de preguntarme cómo será su futuro luego que nos separen. Solo le pido a Dios que el señor Salem no le moldee a su imagen y semejanza. Entonces, todos mis sacrificios habrían sido en vano. Me he perdido su reacción cuando el médico le ha dicho que espero un varón. Ser el falso padre de un niño llenará su ego de alegría inmerecida. Pero no me ha quedado otro ca
—¡Deja ya esas lágrimas he dicho! A todos nos conviene que des a luz a un niño sano, pero a ti aún más. No querrás que tu padre le deseche en la basura. Las manos de mi madre se aferran en mis hombros y me zarandean de un sitio a otro. Luego, con dos cachetadas de mediana intensidad, me seca los restos del llanto. Su método no ha funcionado. En lugar de calmarme, se acrecientan mis nervios. Estoy en shock. ¿Cómo podía ser diferente? Los que me torturan son mis padres. ¡Mis padres! Bien me hubiese sido haber nacido huérfana. —Pareces el vómito de un aura tiñosa, Amira. Asume las consecuencias de tus actos. En lugar de andarte con chillidos de adolescente, ¡vístete de mujer! Si lo fuiste para abrirle las piernas al enemigo del clan Salem, continúalo siendo. Con hipidos, me trago los restos del llanto. En algún sentido, ella tiene razón. Debo ser consecuente con mis actos. Ya sabía en lo que me metía cuando hice llamar a Ahmed al Mercado de Esclavas. Pero mi madre se olvida de la mise
Cada uno de los rincones de esta casa me cuenta una historia, y yo me quedo lela, con los ojos desparramados dentro de las órbitas hasta que las palabras se tornan ideas sin sentido. Es entonces cuando me acomodo el cerebro dentro de mi cabeza vacía y espero la llegada de mi hijo. Ya no hay secreto que desconozca de los cimientos de la familia. Aunque mi padre se haya empeñado en mantener la boca cerrada, los hilos de una verdad demasiado densa se han atado por sí mismos. Él pasará a la historia como el dictador esclavista de los Salem. Jamás nadie le recordará con amor, sino con desprecio. Desde que he conocido la faceta oculta de mi madre, sonrío a escondidas cuando estoy a solas. La esperanza centellea en mis pupilas azules. Me alimento mejor y salgo a tomar el sol sin que me arrastren. A veces, siento deseos de cantar. Si no lo hago, es para que mi padre no sospeche la causa de mi inusual alegría. Estoy en los días cercanos al alumbramiento y me siento casi feliz. El espíritu de
(Narra Fátima) He tenido que hacerlo. Bien sé que de cada una de mis decisiones penden cientos de vidas, en especial, la mía propia. Sin embargo, no sería humana si el sufrimiento de mi hija me dejase impasible. Ya he pasado de largo demasiado tiempo por delante de su dolor, consolándome con que lucho por un bien mayor. En esta batalla he perdido mucho. He dejado de respirar para mí porque llevo el aliento de otros dentro de mis pulmones. He esbozado una sonrisa falsa, me he vestido de estatua de hielo desalmada y he dañado intencionalmente a personas inocentes como medio para obtener un fin. Hace ya mucho tiempo, había contactado, a escondidas, con un español poderoso; y pensado, pobre de mí, que pronto vería el fin de mis males, o lo que es lo mismo, del imperio de Abdul Salem. El extranjero tenía una familia preciosa, compuesta por un par de mellizos hermosos y una compañera gentil. Era un paraíso terrenal hecho realidad. En silencio acariciaba la vana esperanza de formar un hoga
(Narra Ahmed) No hay algo más decepcionante que estar sentado a la mesa y no tener una gota de hambre. Sé que debo comer porque no me deben faltar las fuerzas para liderar a mi gente. La recuperación de mis heridas ha sido rápida y asombrosa, pero los milagros no existen. Disto mucho de sentirme bien. ¿Cómo hacerlo si aquellos a los que un día he llamado hermanos me han traicionado? ¿Cómo si he perdido a muchos amigos queridos en la batalla? ¿Cómo lograrlo si Amira ya no está? Extraño sus malas pulgas antes del amanecer, su orgullo indomable, su candente manera de besar, de sentir, de compenetrar mi alma a la suya en un segundo. Nunca hubo vuelta atrás después del frustrado secuestro en la semana previa a su boda. Fui un idiota al creer que podría levantar una barrera en mis emociones y cuando, al fin, la derribé, le perdí. No hay un día en el que no se derrame el corazón dentro de mi pecho, no existe un instante en que los recuerdos no me torturen el alma. En estos momentos, seríam
(Narra Amira) Duele. Esto que estoy sintiendo no es humano. Es como si una mano me arrancase los trozos del corazón y, aun así, continuase viva. Todavía no ha pasado media hora desde que mi madre se ha llevado consigo a mi bebé, y ya le extraño. He imaginado durante mucho tiempo sus manitas tiernas y, ahora, que le he acariciado, su ausencia es más grande. Palpo con los dedos el charco de sangre que se ha ido formando debajo de mí. Me pregunto si mi madre me habrá cosido bien o si me estaré muriendo. Quiero llamar al médico, pues tengo miedo. Sin embargo, aún no es el momento. Si doy la voz de alarma y atrapan a mi hijo, todo habrá sido en vano. Las luces que se cuelan a través de las ventanas dibujan en la colcha insólitas figuras. Me empeño en imaginar dragones y princesas, sirenas y hadas, leones alados y pegasos risueños. Hago cualquier cosa para no pensar en el futuro inmediato. A pesar de mis esfuerzos, no logro convencer al vigilante de que todo anda bien. No sé si ha sido a
Mi madre ha insistido que la caravana de autos de color oscuro que me llevará a la casa Hassim parta antes de reencontrarme con mi esposo. Aún ignoramos lo qué ha sucedido con mi padre y el resto de nuestros enemigos, pero Fátima me ha asegurado que Ahmed no regresará a casa hasta haber borrado la mansión de los Salem del mapa de la Tierra. Pienso que tardará un montón de tiempo. Abdul es un cobarde, no saldrá a la luz a menos que le sea imposible continuar ocultándose. Atravesamos un camino arenoso a baja velocidad. Es mejor ir despacio cuando uno va de prisa. De vez en vez, miro a través de la ventanilla porque todo ha sido demasiado fácil y dudo… dudo que mi padre se conforme con entregarme sin luchar. —¿Sucede algo malo, hija? Mi madre se nota algo ansiosa. Es lógico luego de tanto estrés sostenido. Ha tenido que demostrar a qué bando pertenece y, aun así, no cuenta con la total confianza de los hombres de Ahmed. Intenta sonreír e infundirme ánimos sin conseguirlo. No es su culp