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—¡Dime a quién se la diste, maldición!—Volvió a gritar Damián, llevábamos mucho tiempo en estó.

Evelyn estaba sentada en una silla con las manos y pies atados, su primo por el contrario colgaba del techo por gruesas y grandes cadenas. En el lugar además de nosotros estaban también Hansel, Dan, Nicolás y otro que no recuerdo su nombre.

Estábamos en la casa de los guardias, en el sótano dónde Damián me había dicho tiempo atrás que mataba y torturaba.

Me sentía muy mal, sentía que mi cabeza explotaría en cualquier momento, mis sienes palpitaban y me sentía debil, asumía que esa debilidad se debía a que ya eran las ocho de la noche y yo no había probado bocado en todo el día.

Pero no tenía hambre, no podía ni siquiera pensar en comer cuando no sabía nada de mi hija; no sabía si estaba bien, sí ya la habían alimentado, sí habían cambiado su pañal... Sí seguía con vida.

Sentía que con cada segundo que pasaba mi vida se venía a bajo, las esperanzas cada vez eran menos, hoy no encontraríamos
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