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Los días empezaron a pasar y con ellos la nena y yo empezamos a recuperarnos, todos los días iba a verla junto a su detestable padre y pasábamos con ella todo el tiempo que nos permitieran.

Al tercer día quitaron la manguerita de su nariz, había aprendido a respirar sola, ese día volví a besar los labios de la bestia por primera vez desde que nuestra hija nació.

Al quinto día el doctor permitió que quitaran los parches de su pecho, ya no hacía falta monitorear su corazón. El doctor no paraba de decir lo sorprendente y rápida que era su recuperación. Yo dejé de estar en peligro, ya no estaba propensa a otra posible hemorragia.

Finalmente pasó una semana y con ella el día de irnos a casa junto a la nena.

Al final Damián se salió con la suya, la niña conservó el nombre que el idiota le puso, bueno, tampoco es como sí pude haber hecho mucho. Además, no era para nada feo, lo horrible era el por qué la llamó así.

¡Era realmente un estúpido!

—Eso no va allí— dije con enojó mientras el metía
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