—Mia, tenemos que hablar— dijo mi mamá despertándome. Era domingo y me negaba a levantarme de la cama—. Tenía que hablar con tu papá...— comenzó a explicar
—No. No quiero escucharlo. Él no es mi papá. No entiendo que hacías con él después de todo lo que nos hizo pasar, después de lo que hizo; y no hay nada que puedas decirme que me haga entenderlo. Solo te pido, que la próxima vez me avises, y me evites el susto de no conseguirte y la molestia y la pena de tener que escuchar su voz.
En nuestra relación madre e hija yo siempre he sido la adulta, pero como todo, se había acentuado desde que mi padrastro la traicionó. Incluso, fui yo quien lo echó de la casa, porque mi mamá estaba en el piso llorando, sosteniéndose el corazón como si quisiera mantener las piezas en que se había roto, unidas.
La frialdad de mi voz le quitaron las ganas que tenía de hablar conmigo, lo pude sentir cuando tragó grueso y asintió sin rechistar.
—¿Podemos hablar entonces del chico de tatuajes que está acostado en el sofá?
¡Mierda!
Abrí los ojos con brusquedad y me reincorporé con rapidez. Después de que logré calmarme anoche Rámses insistió en quedarse, de esa misma forma que me dejaba claro que si me negaba tendría que sacarlo a rastras de la casa. Así que cenamos, tocando temas superficiales para mantenerme distraída de mi llantén, y preparé el sofá para que pudiese dormir lo más cómodo posible. Y con las pocas ganas que tenía de enfrentar a mi mamá me olvidé por completo de que un chico desconocido para ella, dormía en el sofá.
—Es un compañero de clases—expliqué con rapidez—. Me acompañó para que no me quedara sola y se hizo muy tarde para que pudieran buscarlo— improvisé, porque la verdad era que en ningún momento vi la más mínima intención de Rámses de marcharse, mucho menos de que llamase para que lo viniesen a buscar.
Me bañé y cambié con rapidez, me cepillé los dientes y anudé mi cabello, antes de bajar. Por suerte seguía dormido, hubiese sido muy incómodo que él hubiese despertado antes que yo. Mi menté divagó por un momento en la posibilidad de que el subiese a mi cuarto a despertarme y me ruboricé con la sola idea. Estaba desparramado en el mueble, como si él fuese muy grande para el pequeño sofá. Una pierna guindaba hasta el piso, tenía la sabana enrollado en su otra pierna, un brazo sobre sus ojos y el otro sobre su pecho. Me acerqué con cautela para despertarlo. Mi mamá se había ofrecido a hacernos desayuno, perdiéndose dentro de la cocina.
—Rámses—susurré varias veces hasta que por fin comenzó a refunfuñar un poco— Despierta—insistí.
Me doblé para quedar más cerca de su rostro y cuando me dispuse a seguir despertándolo, me tomó por el brazo y me haló haciendo que cayese acostada sobre él, con sus manos abrazándome con fuerza. Mi cara quedó a centímetros de la suya. Sus ojos seguían cerrados pero mi corazón martillaba con tanta fuerza que no lograba escuchar su respiración, quizás si la hubiese podido escuchar, me hubiese dado cuenta de que estaba despierto. Sus parpados, a pesar de estar cerrados comenzaron a moverse con rapidez y su boca poco a poco se curvó en una sonrisa, hasta que no pudo contenerla más.
Abrió los ojos y pude ver sus grandes ojos caramelos, más claros de los que los había visto antes, como si fuesen distintos incluso, me miraban con detenimiento, su sonrisa aún en el rostro permanecía inmutable
—Bonjour Bombón- Buenos días Bombón—me dijo en un pequeño susurro, regresándome a la realidad, lejos de esos ojos caramelos.
—¿Te volviste loco? Mi mamá está en la cocina—dije soltándome de su agarre y poniéndome en pie.
—Tomaré nota que no te molestó que te acostara sobre mí, solo que tu mamá pudiese descubrirnos—dijo sentándose en el sofá y estirándose como un gato.
—¿Qué? No...—comencé a decir cuando la cantarina voz de mi mamá anunció que la comida estaba lista
—La comida estaba deliciosa señora Maggio—dijo Rámses, haciendo gala de una educación que me tenía impresionada
Acabábamos de terminar el desayuno y aunque en realidad había estado divino, dejando en evidencia lo culpable que mi mamá se sentía, no podía dejar de mirar estupefacta a este ser que tenía a mi lado. Siendo galante, cortes y educado como nunca pensé que podría serlo. ¡Ni siquiera ha visto su teléfono ni una vez!. Después de que mi mamá insistiera que la tuteara y que saliese a sus clases de yoga, volvimos a quedarnos a solas. No tenía muy claro que hacer ahora, pero el sonido del timbre interrumpió mis pensamientos mientras lavaba los platos sucios y Rámses, ahora si revisaba su teléfono, como si fuese una droga y él hubiese estado abstinente.
—Está abierto—anunció y yo ahogué un pequeño grito en mi garganta.
—¿Estás loco? ¿Y si es un sádico, un ladrón o un violador?—pregunté asomándome por la puerta de la cocina con miedo
—Ninguno de ellos tocaría la puerta—dijo como si nada—, además, es Gabriel, aunque no puedo asegurar de que él no sea nada de lo que dijiste.
—Bom Dia- Buenos días—saludó Gabriel entrando en la cocina con su característico paso seguro.
Estaba recién bañado y su cabello aún estaba húmedo. El aroma mentolado de su shampoo llegó hasta mí cuando se acercó para darme un beso en la mejilla al tiempo que respondía su saludo.
—¿Te sientes mejor hoy?—preguntó viéndome a los ojos, incluso agachándose un poco para quedar a mi altura. Su sincera preocupación me hizo ruborizar, y solo pude asentir con rapidez y dedicarle una pequeña sonrisa—. ¿Y este imbécile te trató bien?—preguntó señalando a su hermano
—Lo que pasa en la habitación se queda allí, pero ya que insistes, la traté muy bien—respondió Rámses, y yo me ahogué con mi propia saliva cuando intenté negarlo. Gabriel me dio golpecitos en la espalda mientras yo me debatía entre la vida y su muerte y negaba con rapidez.
—Tranquila, ya reconozco sus chistes—dijo Gabriel fulminándolo con la mirada—. Nada bom irmão- Nada bien hermano—lo reprendió
La mirada molesta de Gabriel no me pasó desapercibida y por un segundo la idea de que pudiese estar tan siquiera un poco celoso, me cruzó por la mente. Pero aparté ese pensamiento cuando recordé que era el chico que le gustaba a mi mejor amiga. Y repitiéndome eso como un mantra, me giré para continuar lavando los platos.
—Ya termina con eso—me dijo Gabriel, tomando los pocos platos sucios que quedaban de mi mano. El roce de su piel tibia con mis manos húmedas y frías me dio escalofríos por los brazos—. Ve a prepararte que llegaremos tarde.
—¿Prepararme para qué?—pregunté mientras era empujada fuera de la cocina.
Rámses emitió un sonoro suspiro y como claudicando ante una batalla que no sabía que se estaba llevando a cabo me dijo: —Iremos a la playa.
Pasamos buscando a Marypaz por su casa antes de dirigirnos a la playa. No sé en qué momento lo planificaron, pero Pacita lucía tan confundida y asustada como yo, y eso me reconfortó. Ambas amábamos la playa y cada vez que podíamos nos escapábamos para pasar el día en ella, pero solas. Nunca nos atrevimos a ir con nadie más para restregarles nuestros complejos; ella que se sentía demasiado flaca y yo que estaba pasada de peso. Y sin embargo, contra todo lo que habíamos jurado estábamos en aquella camioneta negra, último modelo, dirigiéndonos con dos chicos guapos, uno de ellos el que nos gustaba, directo a la playa.
El viaje lo hicimos escuchando música, y ante el monopolio que pretendía tener Gabriel, llegamos a la decisión de que cada uno escogería un set de cinco canciones. Me sorprendí cuando le tocó el turno a Rámses, porque aunque me lo imaginaba por su aspecto escuchando heavy metal, sus cinco opciones fueron pop y electrónica. Gabriel en cambio se decantó por el Regueaton y Pacita por unas boy bands y girl band que ya sabía yo que adoraba. Yo fui la última en escoger canciones.
Sé que era una tontería, pero me sentí presionada, y estuve todo ese tiempo pensando en que canciones colocar. Decidí escoger de las bandas que más me gustaban, y canciones que quizás todos debían conocer. Cuando Twenty One Pilots comenzó a sonar con Ride, los hermanos O'Pherer se giraron a mirarme sorprendidos e hicieron lo mismo con las otras cuatro elecciones. Creo que mi apariencia no era de escuchar rock alternativo o nada que se le pareciese.
El viaje de casi una hora fue bastante agradable pero cuando llegamos en la playa estábamos todos deseosos de bajarnos a estirar las piernas. La brisa marina inmediatamente inundó mis fosas nasales y solo pude cerrar los ojos e inspirar todo lo que mis pulmones eran capaz de resistir. Gabriel había pensando en todo, así que bajamos varias bolsas cargadas de bebidas y distintos aperitivos. La playa estaba perfecta, con un oleaje suave, una brisa agradable, un sol reluciente y su agua cristalina. Caminamos un poco buscando un sitio despejado y lanzamos sobre la caliente arena las cosas.
Había llegado el momento de la verdad. Miré a mi amiga buscando apoyo, tenía tan pocas ganas de quedarme solo con el traje de baño puesto como ella, pero no podía quedar como tonta después de llegar hasta aquí. Gabriel se quitó la camisa apenas llegamos, era delgado pero con su musculatura definida. Debía hacer algún tipo de ejercicio. Tragué grueso y aparté la mirada. Comenzó a insistir para que lo acompañáramos a nadar y la verdad sea dicha, me moría por hacerlo, quería ir a nadar y quería ir con él. Una puntada de culpabilidad me hizo espabilarme.
Pacita se había cerrado a toda posibilidad de levantarse y mucho menos de bañarse en cuanto vio a Gabriel, y podía entenderla. Yo no tenía ninguna oportunidad con él, así que no había nada que mi sobrepeso pudiese arruinar, pero en cambio ella sentía que sí, aunque no tuviese nada que reprocharle a su cuerpo, se lo había dicho tantas veces que hasta le compuse una canción.
Le dediqué una mirada suplicante y ella me respondió con una rotunda negativa. Conocía a mi amiga, no se pararía de allí, ni mucho menos se atrevería a quedarse en traje de baño. Gabriel seguía insistiendo y fue cuando dijo que no habíamos conducido todo ese camino para quedarnos sentados en la arena, cuando claudiqué. Solté el aire que estaba conteniendo de los nervios y comencé a quitarme con lentitud temerosa el pantalón y la camisa. Rámses había ido a pagar las sombrillas que alquilaron y regresó justo en el momento en que alcé las manos quitándome la camiseta.
—¡Wow!—exclamó en cuanto llegó a nuestro lado.
Me atreví a mirarlo a los ojos, sin embargo los suyos recorrían con demasiada lentitud mi cuerpo. Me acaloré de tal manera que pude haber entrado en combustión espontánea. Crucé mis brazos de forma inconsciente sobre mi cuerpo y fijé mi vista en un punto cualquiera.
—¡Muy bien, vamos!—dijo Gabriel arrancándome de la vergüenza que estaba sintiendo. Me tomó de la mano y me hizo trotar hasta la playa.
El agua estaba fría a mi contacto, aunque a juzgar por la cara de las demás personas era yo, quien con mi vergüenza la sentía helada. Cuando nos adentramos lo suficiente como para que mi objeto de complejo —mi barriga—, quedará cubierta, me permití relajarme.
—¿Siempre es así de penosa?—preguntó Gabriel refiriéndose a Marypaz
—Quisiera decirte que no, pero te estaría mintiendo—confesé—.
—¿Y si nos ve divertirnos crees que se relaje lo suficiente?—dijo esperanzado.
—Podemos intentarlo. No tenemos nada que perder.
No había terminado de responderle cuando Gabriel me tomó por la cintura y me alzó por los aires para luego soltarme. Caí de forma nada agraciada en el agua hundiéndome hasta el fondo. Cuando emergí lo vi carcajeándose y no pude evitar salpicarlo. El respondió y comenzamos una guerra, donde terminé tragando la mitad del mar. Cuando pedí que parase y me atreví a abrir los ojos, no estaba por ningún lado. Giré buscándolo entre la cara de los otros bañistas y pegué un grito cuando lo sentí nadar por dentro de mis piernas y se reincorporó, para que yo quedase sentada sobre sus hombros.
Grité como niña, debo confesar, por una serie de pensamientos que se arremolinaron en mi cabeza. Desde que tenía un chico guapo entre mis piernas—sí, lo pensé—, mi peso que podía hacerle daño en sus hombros, o que él me estuviese sosteniendo con fuerza por mis muslos. Agradecí que desde donde él estaba, no pudiese verme, porque sentía mi cara roja como un tomate.
Caminó conmigo sobre él hasta un grupo de chicos que jugaban con una pelota de playa y antes de que pudiese decir nada, me lanzaron la pelota para que participara. Estoy segura de que Gabriel no tenía ni idea de lo torpe que era para los deportes, aunque el objeto fuese una pelota de playa inmensa y de colores. Sin embargo y por lo que entendí ¿ganamos?.
—¿Lista?—preguntó girando su cabeza tratando de hacer contacto visual conmigo.
—¿Para qué?—contesté. El torció su boca en una sonrisa que me acaloró más que el sol inclemente, me dio un beso en la parte interna de mi muslo y antes de que pudiera decir nada se dejó caer hacia atrás.
Una vez más me hundí en el agua y agradecí que su frescura niveló el acaloramiento que me había ocasionado. Cuando salí a la superficie me miraba divertido. Pero un borrón negro a su espalda llamó mi atención, me asomé por sobre el hombro de Gabriel y vi a Rámses dirigiéndose a nosotros con el ceño fruncido y su ropa húmeda pegada al cuerpo. Para estar caminando dentro de la playa con el mar en contra, daba fuerte y potentes zancadas.
—J'ai vu le baiser- Vi el beso — siseó a Gabriel fulminándolo con la mirada, aunque el aludido solo se atrevió a ensanchar su permanente sonrisa y responderle un seco "Bem" (Bien).
Miré el intercambio de mirada entre los hermanos sin entender ni un poco lo que había dicho Rámses.
—Le iré a hacer compañía a Pacita— dijo mientras me guiñaba un ojo y se fue nadando hasta la orilla.
Rámses se giró hacía mí, aun con el ceño fruncido, pero se recompuso en cuanto vio mi cara de extrañeza.
—¿Qué le dijiste?—cuestioné
—Que fuese a hacerle compañía a Pacita, por supuesto— respondió, pero no le creí
—¿Por qué tú hablas en Francés y él en Portugués?—pregunté curiosa mientras dejaba que mi cuerpo flotase en el agua
—Son nuestros idiomas maternos—dijo flotando como yo—¿Sabes nadar?—me preguntó cambiando el tema
—No me ahogo por lo menos—respondí. Él sonrió y me indicó con la cabeza que lo siguiera.
Nadando como ranas nos fuimos adentrando más en el mar. La playa estaba delimitada con claraboyas que indicaban hasta donde podían llegar los nadadores. No me daba miedo nadar, así que lo adelanté sonriéndole y llegué hasta la claraboya primero que él.
Un poco cansada por el trayecto me sujeté con fuerza y dejé que los músculos de mis piernas descansaran. Él se colocó al lado mío y permanecimos en silencio viendo los barcos que navegaban en la distancia.
—¿No tienes calor con esa ropa?—pregunté al rato
—Si tanto quieres verme desnudo, solo debes pedirlo—dijo con arrogancia.
Mas envalentonada de lo que nunca me había sentido me atreví a responderle: —Bien, quítatela.
Su ceja se alzó casi hasta el nacimiento de su cabello, y yo alcé la mía desafiándolo. La guerra de miradas la gané yo, porque Rámses se quitó la camisa y me dedicó una mirada de suficiencia. Su nívea piel se encontraba tatuada, no por uno solo como lo había pensado, sino por varios tatuajes. En uno de sus brazos llevaba un trivial de flores de loto con tonos grises y rosas, como una enredadera. En su otro brazo, en tonos grises y azules había una frase en letra estilizada "vit ou meurt à essayer" - vive o muere intentandolo donde las letras "o" eran flores de loto.
—¿Qué dice?—pregunté curiosa
—Vive o muere intentándolo—respondió un poco perdido en sus pensamientos, con una voz queda y lejana.
—Pensé que solo tenías uno—confesé—. Aquel día en la casa te ví uno en la espalda cuando...—y no pude decir nada más porque me miraba divertido enarcando las cejas con picardía.
Se inclinó sobre la claraboya para elevar su torso. Abrí mi boca sin disimulo ante el tatuaje. Era una brújula inmensa, antigua, con una flecha que sobresalía del diseño. Los cuatro puntos cardinales estaban marcados en la misma letra del tatuaje del brazo, y donde debía estar el norte estaba otra flor de loto, en muchos colores brillantes. Me acerqué para apreciarlo de cerca, de forma inconsciente, atraída como imantada por los colores del tatuaje. Dentro de la flor había una minúscula letra "K", tan pequeña que pasaba desapercibida a menos de que estuviese tan cerca como yo lo estaba.
Con ese razonamiento me alejé con rapidez. Mi nariz casi había rozado la piel de su espalda.
—Es bellísimo—titubeé—.¿Por qué una flor de loto?
Él se sumergió en el agua sin responderme. Duró más tiempo de lo que yo hubiese podido hacer y cuando salió sus largos mechones de cabello estaban peinados hasta atrás, sus rasgos angulosos y perfilados destacaron. Sus ojos eran oscuros, ya no eran caramelo como otros días.
—Es hora de regresar—dijo ignorando mi pregunta. No quise insistir, porque su semblante se volvió frio y distante.
Él no esperó mi respuesta y se alejó a grandes brazadas. Nadaba detrás de él cuando un calambre me paralizó la pantorrilla, doliéndome una barbaridad.
—Rámses—lo llamé con la voz entrecortada y comenzando a sentir pánico.
El dolor se agudizó subiendo por mi pierna. Moví con fuerzas mis otras extremidades para mantenerme a flote, pero comenzaba a cansarme y los nervios me traicionaban. Volví a llamarlo con más fuerza, mientras chapoteaba desesperada. El agua comenzaba a entrar por mi boca y mi nariz sin que pudiera tener mayor control de la situación. La pesadez de mi cuerpo me halaba hasta abajo y llevé mi cabeza por instinto hasta atrás, para tratar de mantenerla a flote. Cuando me sumergí por completo el pánico se apoderó de mí y solté un grito que me hizo botar el poco aire que tenía retenido cuando unos brazos fuertes me sujetaron por la cadera, y me subieron hasta la superficie. Tomé grandes bocanadas de aire para aliviar el ardor de mi pecho. Mi garganta quemaba con el agua salada que había ingerido, así como mis fosas nasales. Rámses me giró para que quedase frente a él, sus ojos otra vez caramelos me escrutaban preocupado.
—Calambre—tartamudeé aún asustada, tratando de calmar a mi pobre corazón.
Él colocó mis brazos sobre sus hombros y se giró para que quedase a su espalda.
—Móntame
—¿Qué?—exclamé sin que su doble sentido me pasara desapercibido. Escuché su risa estruendosa.
—Te llevaré hasta la orilla. Súbete a mi espalda—dijo aun riéndose
—¿No era mejor decir eso que ... que te montara?—finalicé en un susurro, mientras subía a su espalda. Me sujeté a su cuello y enredé la pierna que no me dolía en su cintura.
—¿Y perderme la diversión de sonrojarte? ¡Qué va!
Tardamos mucho más, pero finalmente llegamos a donde nuestros pies tocaban el fondo. Me ayudó con mi cojera hasta que logré sentarme al lado de Pacita agotada del esfuerzo.
—¿Pero qué te pasó?—preguntó mi amiga angustiada.
—Calambre—respondí al unísono con Rámses.
Para mi asombro y el de Pacita y Gabriel, Rámses se arrodilló frente a mí y sin pedir permiso comenzó a masajearme la pantorrilla. Quise negarme, pero la verdad era que sus masajes estaban ayudando y mi dolor comenzaba a remitir. Mientras estaba allí concentrado en mi músculo, me permití contemplar los suyos, que al igual que los de su hermano se encontraban definidos, de hecho, quizás un poco más.
—¿Cuántos tatuajes tienes?—pregunté al fin. Ya había visto tres de ellos, y divisaba un cuarto sobre sus costillas izquierdas.
—Seis—respondió
—Creo que ya es suficiente—dijo Gabriel en tono serio, llegando con unas bebidas que había ido a comprar—, ya solo la estas manoseando.
La dureza de sus palabras me pasmó. Pero Rámses, ajeno a su comentario y su tono, me respondió como si Gabriel no hubiese abierto la boca si quiera.
—Tengo el de la costillas—dijo señalándome unas letras que decían "venu, vis, conquit"— vine, vi, vencí—tradujo antes de que pudiese preguntar—. El de la pantorrilla—señaló un ave fénix que traía en la boca una flor de loto en rosa brillante— y otro más que está en un lugar... íntimo que si quieres...
—No hace falta—respondí al mismo tiempo que Gabriel. Yo entorné los ojos asustados y en cambió Gabriel los giró.
Con la tarde cayendo con lentitud sobre nosotros comenzamos a recoger todas las cosas que habíamos traído. Después del masaje de Rámses los chicos ordenaron comida de almuerzo y no nos volvimos a levantar de la arena. El camino de regreso fue agotador, apoyé mi cabeza de la ventana y sin darme cuenta terminé quedándome dormida. Pero lo que fue de verdad sorprendente es que me desperté acostada en mi cama, con mis pijamas de las chicas súper poderosas puestas. No recordaba cómo había llegado hasta allí. Confundida tomé mi teléfono dispuesta a escribirle a Pacita. Tenía dos mensajes sin leer, el primero de mi mamá avisándome que no llegaría a la casa, y el segundo de un número no registrado «Doux rêves Bombón»- Dulces sueños Bombón
Pasé la noche en vela después de leer el mensaje de Rámses. ¿Significaba eso que él me había cambiado la ropa? ¡Dios mío santísimo, ¿me había visto desnuda?. Le escribí a Pacita pero por la hora en que lo hice de seguro estaba durmiendo, así que no me quedó de otra que conformarme con ver el techo de mi cuarto y las ya casi nada brillantes, estrellas fluorescentes que había pegado allí de pequeña con ayuda de mi mamá y mi padrastro.Cuando el sol entró por mi ventana, decidí que ya podía levantarme. Me di una larga ducha, incluso tuve tiempo de secarme y plancharme el cabello. Me preparé un buen desayuno mientras miraba a cada momento mi teléfono para comprobar si Pacita había respondido. Cuando me encontraba lavando el plato, después de comer, la puerta de la casa se abrió y mi mamá entró en puntillas, tratando de no hacer ruido. Con mis brazos cruzados sobre el pecho me acerqué con sigilo hasta detrás de ella.—¿Y en dónde estabas?—pregunté haciéndola dar un salto del susto al tiemp
—¿Así que Rámses lo noqueó?—preguntó Pacita cuando terminé de contarle mi día anterior. Había omitido muchos detalles, como lo de mi padrastro y que continuaba detrás de la mujer con quién engañó a mi mamá, o lo de la mamá de los chicos.—No lo noqueó, pero sí logró lanzarlo al piso. Déjame decirte algo Marypaz Flores, no es la primera vez que Rámses pelea, lo hubieses visto, la forma como posicionó sus pies, sus brazos, los golpes que lanzó...—Y menos mal que no lo ví, porque esas cosas me ponen con los nervios de punta. Pero bueno, no fuiste la única con una tarde divertida el día de ayer. Después de que Gabriel supo que tenía que regresarse solo a la casa y en taxi, me invitó a comer.—¡Qué bien!—exclamé genuinamente feliz por ella. Pacita reía y sus mejillas se sonrojaron.—No fue la gran cosa, pero dijo que podíamos llamarlo una cita. "Nuestra primera cita". ¿Puedes creerlo?.Y claro que podía hacerlo. Pacita era una chica muy linda aunque insegura de sí misma, pero un día descu
Cerré con tanta fuerza la puerta que pude resquebrajar la madera. Furibunda como estaba lancé todo a mi paso.¿Cómo mi mamá podía hacernos esto? ¿En qué estaba pensando? Lancé algunos cuadernos al piso y pisoteé los lápices que cayeron por accidente. Empujé la silla del escritorio y la escuché estrellarse contra la pared. Mis lágrimas remplazaron las ganas de vomitar que había tenido. Lloraba de rabia y de tristeza. Me sentía tan traicionada por mi propia madre que no estaba ni siquiera segura de como volver verla. No quería mirarla a ella ni al idiota de Stuart.¿Qué iba a hacer ahora?. No quería vivir con él después de lo que hizo. Lo odiaba y no desea tenerlo ni siquiera remotamente cerca de mí, y se lo había dicho a mi mamá mil veces. Se lo dije llorando furiosa, se lo dije llorando de tristeza, se lo dije calmada. Lo habíamos hablado tantas veces que no pensé que llegaría el día donde estuviese en esta posición. ¿De qué me sirvió decirle? Me hubiese quedado callada la boca y por
Me costó calmarme, pero al final lo logré.Tomé varias respiraciones profundas, aun con el agua hasta las rodillas y cuando estuve segura de que no volvería a llorar como demente, a gritar como psicópata o a salir huyendo por tercera vez en menos de veinticuatro horas, me decidí a buscar a Rámses. Se merecía una explicación y mis sinceras disculpas. Aun no me sentía lista para explicarle todo lo que ocurría en mi vida, pero lamentaba profundamente haberlo tratado de esa forma. Esperaba que no se hubiese marchado, pero si resultaba que se había largado, dejándome aquí botada, me lo merecía.Sin embargo cuando me giré para salir de la playa me sorprendió verlo sentado en la orilla, con su vista fija en mí. Tenía las rodillas flexionadas y sus brazos apoyados sobre ella. Su cabello se mecía libre con el viento, haciendo que varios mechones se cruzaran sobre su rostro y él tuviese que abanicar su cara para apartarlo.Mientras más me acercaba notaba que se encontraba molesto. Sus manos est
Recuperé la consciencia sintiéndome descansada a plenitud. Me estiré cuan larga era y me acurruqué a la almohada con su olor mentolado y masculino, aspirando esa esencia que me agradaba tanto.Espera... ¿Qué?Los acontecimientos del día anterior me llegaron en una película a gran velocidad. Me aferré a la almohada como si la vida se me fuese en ello. Abrí los ojos y me encontré en la habitación de Rámses, pero él no estaba por ningún lado. Me vejiga estaba llena y necesitaba ir al baño con urgencia. Me levanté de la cama y me encerré en el baño, justo cuando escuché la puerta del cuarto abrirse.Me lavé la cara y los dientes, y en la medida en que pasaban los segundos, comencé a recuperar parte de mi sensatez. Me había escapado de la casa, aunque seguía considerando que era justificado, había pasado la noche en una fiesta en una playa y el amanecer también, y había dormido en la casa de un chico que apenas conocía y con él que también compartí su cama. El calor se agolpó en mis mejill
No puedo creer que por fin, después de tanto tiempo esté por conocer a Daniel.Parece que fue ayer cuando comenzamos a escribirnos con tonterías de nuestro día a día. Y como siempre, cuando el amor toca la puerta de nuestro corazón, no sé en qué momento me enamoré de él. Parecía una locura enamorarme de una persona por solo sus letras, pero no tengo la culpa de que las suyas fuesen siempre tan acertadas. Sus continuos mensajes me hacen reír, me alegran el día, me emocionan cada vez que llegan. Me apoya todo lo que puede a través de mis exámenes, e incluso me ayuda a estudiar por llamada de Skype. Cuanto lamento que mi cámara se haya dañado, aunque nos enviamos muchísimas fotos, nunca será igual que poder hablar en video en vivo.El día que me dijo que tendría una cita, mi corazón se partió y allí fue cuando supe lo mucho que lo quería.Estuve deprimida por varios días, tratando de actuar normal cuando me escribía, pero fue imposible disimular todo el tiempo, y ese buen domingo, ¡Dios,
Desperté envuelta en los brazos de Rámses. No puedo decir que me haya sorprendido, porque la verdad era que me aferré a su cuerpo toda la noche, aunque en ningún momento él intentó zafarse. Me sentí segura, como nunca y no quería dejar ir ese sentimiento tan fácilmente.Fue el reloj despertador el que me hizo abrir los ojos para conseguirme un par de ojos intensos y caramelos mirándome con intensidad, un brillo los hacía lucir ligeramente divertidos ante mi agarre posesivo. Giré los ojos en respuesta y lo solté. Después de ir al baño y cambiarme de ropa bajé apenada hasta la cocina donde Rámses y Gabriel me esperaban para desayunar.Gabriel me trataba como si fuese normal que apareciera en la cocina de su casa a las siete de la mañana, y Rámses actuaba como si aquello fuese a repetirse todos los días. Me enseñó donde estaban los platos, los vasos y los alimentos, bajo mi mirada avergonzada. No quería familiarizarme con esta casa ajena, a pesar de que eso era justo lo que sentía.—Tene
—Tengo miedo de preguntar—dijo Rámses cuando perdimos de vista a Stuart. Sin embargo su mandíbula tensa, el siseo de sus palabras y la fuerza con la que apretaba su puño en la palanca de cambio de la camioneta, no correspondía con el miedo que decía sentir.—Entonces no preguntes—le respondí.—Tienes el brazo enrojecido, me atrevo a apostar que mañana tendrás un hematoma. Tus nudillos también están rojos. Así que repito: Tengo. Miedo. De. Preguntar—siseó con sus dientes apretados—, por lo que preferiría que me contaras, y como me digas que te puso una mano encima...Fue tanta la furia que desprendió de su boca, que no pudo terminar ni siquiera la amenaza. —No lo hizo—me apresuré a responder, una extraña vena en el cuello de Rámses amenazaba con explotar—, intentó retenerme por el brazo, pero estampé mi puño en su pecho. Corrí apenas me soltó.Después de un largo suspiro donde sus músculos comenzaron a relajarse un poco se atrevió a hablar—No tengo ningún problema en buscarte todas l