Liuggi sin darse cuenta rompió el vaso, la sangre se confundió con el líquido color verdoso, chorreando por sus dedos, la rabia era inmensa, la primera reacción fue tomar a Conti por el cuello y golpearlo hasta romperle el rostro y dejarlo inconsciente, para luego agarrar a Lisbani Angélica y llevársela en el hombro a la villa. Tal vez esa acción sería demasiado cavernícola, pero no soportaba verla con nadie, sentía como si le hubiesen asestado un puñal en el corazón. Antes de poderse levantar, los ojos de sus acompañantes dirigieron la vista hacia él.
—¿Qué sucedió? ¿Cómo se te ha quebrado el vaso? —preguntó uno de ellos con preocupación.
—Tranquilos, no me di cuenta cuán fuerte apretaba el vaso, no hay nada por lo cual preocuparse. Todo está bien —expresó mientras sacaba un pañuelo del traje, cubriéndose la herida, extendiendo de nuevo la mirada hacia la pista, sin poder apartar la vista de allí.
La angusti
Liuggi se mantuvo en la puerta, haciendo caso omiso de las palabras de la mujer, el rostro de cansancio y sus ojos inyectados de sangre, producto de la vigilia durante toda la noche en el estacionamiento del edificio, esperando la salida de Fabrizio, le daban un aspecto desaliñado y enfermizo, no obstante, Lisbani lo atribuyó a la noche desenfrenada que seguramente pasó con sus amigas.El hombre no pudo evitar extender la vista hacia Conti, la expresión de satisfacción en la cara, era innegable, como también lo era el de enojo de Lisbani.—Estoy esperando te apartes de mi puerta, para cerrarla —expuso la mujer con expresión fría.—Lis yo…—las palabras se le atragantaron en la garganta, quería confesarle como se sentía, la importancia de ella, sin embargo, sus palabras no pudieron ser pronunciadas porque en e
Cuando Mariana escuchó a Liuggi, pedirle ser su prometida, no lo podía creer. Le parecía un sueño hecho realidad, él era como lo había imaginado. No pudo evitar las lágrimas que de manera descontrolada comenzaron a surcarle el rostro. La emoción la embargó, haciéndola sentir la mujer más feliz del mundo. Por un momento, le vino a la mente la nube gris capaz de empañar su felicidad, sintió una opresión en el pecho, respiró profundo y se obligó a controlarse. Debía contarle la verdad sobre el artículo, porque no quería ningún secreto entre ellos, sin embargo, tenía miedo a su reacción, Liuggi era pacífico, pero una vez molesto, no era fácil de manejar. Si le contaba, tal vez no la perdonaría, eso la tenía aterrada nunca antes tuvo la oportunidad de conocer el amor, solo con él. Aunque también, estaba la opción de poder inculpar a otra persona de ese hecho, podía pedir publicaran el artículo con el nombre de otro periodista y a este si algu
Liuggi salió de la oficina muy molesto. Subió al auto sin siquiera despedirse de los hombres de seguridad, estaba indignado con Lisbani, era una necia, ni siquiera lo había dejado expresarse, él como un idiota intentando reconocer esos sentimientos por tanto tiempo guardado, pero mejor así, allí se quedarían esas estúpidas emociones, guardadas en lo más profundo del corazón. No pensaba hacer uso de ellos nunca más los mantendría en el olvido, así estaría protegido, no quería sufrir por amor como los otros. Quizás eso no significaba nada, mientras no los pronunciara a viva voz, no existían y debía tenerlo claro. “Si seguro, dejando de hablar de un tema deja de existir, cada quien merece aquello que busca, no diré más nada, trataré de mantenerme al margen sin decirte lo bueno y lo malo, o tal vez cambiar de estrategia, porque siempre haces lo contrario a mis consejos, creo estoy de adorno, llegará un día cuando quieras buscarme para
Al llegar al interior del edificio, preguntó en información, le indicaron la sala donde estaba llevándose a cabo la ceremonia. —Buen día —saludó, todas las miradas giraron hacia ella. —¿Qué haces aquí? —interrogó Liuggi, mientras por dentro el corazón estaba a punto de pararse, era su ángel, hermosa, celestial, divina. Verla allí provocó tantas emociones en él, por un momento tuvo la esperanza de que ella le manifestara su desacuerdo con esa boda, él sabía le había pedido ir, pero solo porque en el fondo esperaba ella le ayudara a acabar con esa falsa boda. —Señor Lombardi, vine a traerle estos documentos para la firma de las capitulaciones matrimoniales y a desearles un matrimonio feliz, permita Dios, bendecirlos con una familia numerosa. ¡Enhorabuena, Mariana! —Le entregó los documentos al hombre, dicho eso, se giró sin mirar atrás, mientras el rostro le era cubierto por gruesas lágrimas, escapando de s
Al día siguiente de la boda, Liuggi despertó cuando sintió la luz del sol colarse por la ventana, habían dejado las cortinas recogidas. Abrió los ojos con lentitud, sentía la lengua pesada y le dolía la cabeza. Giró la vista y allí desnuda dormía Mariana, sin cubrirse con ninguna sabana, recorrió con la mirada el cuerpo de la mujer y después se dio cuenta de su propia desnudez. No era necesario ser muy inteligente para estar seguro de lo allí sucedido, habían tenido una noche de bodas. —¡Eres un maldito idiota Liuggi Lombardi! ¿Cómo fuiste capaz de terminar con esta mujer en la cama, cuando estabas seguro de no hacerlo? —se recriminó. Apartando la cabeza de Mariana del brazo, se levantó, la cubrió con la sabana y caminó corriendo al baño, no podía soportar las arcadas, luego de vaciar el estómago, recostó su frente en el espejo apretando las manos en el puño, sintiéndose miserable ¿cómo vino a enredarse la vida de esta manera?
Lisbani esperaba en la ante sala del consultorio médico con muchos nervios, sus manos le sudaban, el corazón le palpitaba aceleradamente y su respiración aumentó a más de veinte por minutos, como si estuviese corriendo un maratón. Secó las manos en el pantalón, mientras rogaba al cielo en silencio, porque todo estuviera bien. Quizás lo que había hecho, no fue del todo honesto, pero era su última esperanza, tal vez era una egoísta y si Liuggi lo supiera la odiaría, ahora más, cuando se terminó casando con la mujer a quien amaba, sin embargo, solo quería una parte de él, pasar sus últimos momentos de vida con el producto de su amor. Era una tonta, lo sabía, aunque amar a una persona por ocho años, saberse que ese amor nunca sería correspondido y sobre todo tener los días contados, te llevaban a replantearte la vida completa. La voz de la enfermera llamó su atención, sacándola del ensimismamiento.
Lisbani salió de la oficina con la espalda erguida, con los ojos rojos tratando de contener las lágrimas, las cuales se agolpaban en sus ojos deseando salir, mientras Liuggi le propinaba un fuerte golpe a la pared de la rabia e impotencia.En la sala contigua los trabajadores se aglomeraban, porque los gritos de Liuggi fueron demasiado fuertes, no pasando desapercibidos para los chismosos, quienes estaban ansiosos por conocer la noticia. Todos tenían a Lisbani como la mano derecha del presidente y nunca imaginaron sería capaz de tratarla de esa manera.Cuando la joven iba caminando rumbo a su despacho, recibió miradas de lástima y de condescendencia, ella las ignoró todas, como si estuviese por encima de cualquier sentimiento, aunque por dentro, sentía punzadas filosas desgarrándole el corazón, no obstante, se mantuvo firme, no podía flaquear.A
Liuggi sintió un zumbido en sus oídos, todo comenzó a darle vuelta, se sostuvo de la pared para no derrumbarse, el estómago le dio un vuelvo y enseguida las náuseas volvieron, se giró y entró al despacho, corrió hacia el baño y expulsó todo cuánto tenía. Tomó el cepillo dental de Lisbani y se cepilló los dientes.Al salir observó sus cosas, sus libros, adornos, cuadros, una balanza de la justicia y los portarretratos sin sus fotografías. Se sentó en el escritorio pasándose la mano por la cabeza, tomó un adorno de esfera de nieve navideña con pino, se la había regalado para la primera Navidad que pasaron juntos. Sintió una opresión en el pecho, al darse cuenta de la verdad, cada uno de esos objetos, se los obsequió en un momento especial, ya sea cuando ella obtenía un logro o fechas especial