Capítulo 7

Abby

     Llego finalmente a mi departamento. Me dejo caer sobre el sofá. Me quito las zapatillas y me doy un leve masaje a mis pies algo adoloridos. Me distraigo recordando de nuevo las palabras de Galloway.

     «Qué pase al personal a firmar su renuncia»

     La sonrisa de triunfo por hacer un tercer proyecto con Hong Kong se había esfumado a unos cuantos metros cuando escuché que Galloway le daba órdenes a Sofía. Estos dos años siempre me había preguntado por qué de esta relación: jefe-empleado igual a odio-odio. No nos podíamos soportar ni siquiera cinco minutos sin estarnos contestándonos el uno al otro. Su forma de ser autoritativo me tenía hasta la coronilla. Siempre déspota, grosero y todavía se quejaba que uno le contestara por su actitud. Nunca me he dejado de nadie, y mucho menos de él. Será muy dueño de la empresa, pero solo le aceptaba quejas hacia mi trabajo. Y hasta la fecha, mi trabajo es impecable.

     Comienza a sonar mi móvil que se encuentra en el interior de mi bolsa. Sinceramente la he tirado en algún lugar al entrar y no pienso levantarme.   Deja de sonar y cinco segundos después vuelve a sonar la canción de Adele.

     Termino por acomodarme a lo largo del sofá. No quiero hablar con nadie, mi humor ha bajado drásticamente a nulo. Demasiada tensión en todo el día.

     —Desconectada.

     Sigue sonando, pero lo ignoro. Me levanto y me voy directamente a la tina. Se termina de llenar con aroma a jazmín e inmediatamente mi cuerpo se relaja. El agua tibia y el olor es mi perdición.  Recuesto mi cabeza en la orilla y disfruto el baño.

Si fuese importante, sonaría mi teléfono de casa. Asiento en silencio. Cierro los ojos y disfruto el baño. Las palabras se repiten de nueva cuenta, intento enfocarme en buscar otro trabajo, en otra empresa, o de una vez por todas empezar a crear un proyecto personal, un proyecto que sea mío y que pueda mantenerme de ahí. Podía usar mis ahorros....

     El teléfono de la casa suena.

     Abro los ojos intrigada. Arrugo el entrecejo. Salgo de la bañera, agarro la toalla y me envuelvo en ella. Deja de sonar, y cuando me giro para regresar a la bañera, me hace brincar cuando suena de la nada.

     Camino hacia la mesa de noche donde se encuentra.

     — ¿Hola? —se escucha una respiración agitada del otro lado de la línea.

     —No entiendo a las personas que, si tienen un maldito móvil, no lo contestan...—me quedo congelada en mi lugar.

     —Señor Galloway—indudablemente es él. —Hay personas en este mundo que no viven pegados al móvil. Hay personas que tienen una vida. —No dice nada a mi queja—Humm, Estoy ocupada, señor Galloway. En primera, ¿Quién le ha dado mi número de casa?

     —Necesitamos hablar. —suelta tajante.

     —Mañana cuando vaya a recoger mis cosas de la que era mi oficina, puedo hacer un poco de tiempo para hablar. Además, no son horas laborables, ni para hacer llamadas al ex personal de su empresa y…—doy un brinco en mi lugar al escuchar el timbre.

     —Abra, estoy en la puerta—y cuelga.

     Mi corazón palpita rápido y sin tregua a tranquilizarse, dejo el teléfono en su lugar y mis manos se van a la orilla de la toalla para apretar más. Bajo mi mirada.

     —Toalla, Abby, toalla, ropa. ¡Apúrate!

     Entro a mi armario a toda prisa, encuentro unas mallas negras, mis zapatos deportivos, y una camiseta holgada de esas que dejan al descubierto un hombro. Pongo la toalla en mi cabello enroscada.

     —Qué glamur, Benson. —suena el timbre tres veces más. — ¡Ya voooooy! —me irrito en segundos al volver a escuchar de nuevo el timbre dos veces más. Abro la puerta bruscamente. — ¿Qué hace aquí? ¿Qué cosa no puede esperar mañana en la oficina, señor Galloway? —me hace señas que me haga a un lado y entra sin que yo se lo pida.

     «Ah que confiancitas con este»

     Le hago una señal de que, entre sarcásticamente, haciendo un movimiento como si yo fuese el torero agitando el capote de tela roja. El arquea una ceja y cierro la puerta a mi espalda.

     —Y no, no puede esperar a mañana. —espeta en una actitud arrogante.

     « ¿Qué? ¿Qué?»

     — ¿Disculpe? Pase, si ande, ¿Quiere algo de tomar? ¿No? Tome asiento, ¿No? Mejor espere mañana en su oficina para que firme mi hoja de renuncia, señor Galloway. Buenas noches. —Abro la puerta y hago el mismo gesto del capote. Pero ahí sigue sin decir nada. Tan atractivo con esa barba de días, su corbata gris aflojada y su aroma entra en mi sistema. Su quijada se tensa a mi sarcasmo.

     Vale, puede que me haga pasado.

     —Es rápido lo que diré. No quitará más de diez minutos, y aunque no lo creas, vengo en contra de mi voluntad.

     — ¿En contra de su voluntad? —cierro la puerta, y me cruzo de brazos.

     —Una pieza muy importante para mi empresa está a punto de renunciar...—en ese momento siento sonrojarme por sus palabras, suavizo sin querer mi rostro y el corazón se me acelera de la emoción que me considere...—Artur no puede renunciar. Y no estoy dispuesto a perderlo por usted, si tengo qué...

     Lo interrumpo saliendo de mi trance.

     — ¿Arthur? ¿Artur? —suelto sorprendida. ¿Por qué renunciaría por mí? En primera tu tonta por pensar que se trataba de ti, en segunda, ¿Y yo que tengo que ver en esto? Y es cuando entiendo...— ¿Cree que se está rebajando al venir a mi departamento?

     Su rostro muestra sorpresa a mi pregunta. Pero no me da una respuesta, y eso quiere decir que sí.  Ha venido en contra de su voluntad el mismo lo ha dicho.

     Le hago el gesto de que ya se puede ir. Eso ha dolido. Y simplemente me ignora. Toma asiento en el sillón de la sala como si mis palabras le importaran un comino.

     «Calma, Abby»

     —Artur, ha explicado el por qué no ha asistido a la junta, y... —se levanta como si lo que fuese a decir le costara respirar. Se vuelve hacia la ventana y se queda en silencio. Puedo ver como su espalda se tensa.

     ¿Va a disculparse? Vaya, vaya. El señor Galloway al final puede tener un poco de educación. No cantes victoria, Abby. Borro la sonrisa que ha aparecido en mis labios a ese pensamiento.

     — ¿Y? si es con respecto a la renuncia...—me interrumpe.

     —No estoy aquí para evitar que renuncies, en lo personal a mí me importa que Artur no lo haga. Y creo...—se vuelve hacia mí con las manos dentro de sus bolsillos—...que, si te importa Artur, ¿Vas a dejar que renuncie el a su trabajo por ti? Él es una pieza importante, desde que ayudó en los cimientos de mi empresa, él ha estado presente. A lo que quiero llegar es qué, no es justo tirar todo por la borda, por un malentendido.

     La ira corre por mis venas como nunca lo había hecho. ¿Y la disculpa?

—Si esta es una disculpa de su parte, déjeme decirle que es una disculpa de m****a. —maldigo entre dientes al no poder controlar mi boca.

     —Cuide su boca, Benson.

     — ¿Qué? —camino dos pasos antes de entrar a la sala, intento acomodar lo más rápido posible las palabras antes de que su mirada me enfríe.

     —No es agradable escuchar de la boca de una mujer, ese tipo de palabras. He dicho lo que tenía que decir, necesito su respuesta cuanto antes. Si es posible mañana a primera hora.

     —Oh, ¿Acaso me está aplicando algún tipo de juego psicológico? ¿Quién tomó la decisión de que pasara a personal a firmar mi renuncia sin saber el verdadero motivo de mi ausencia en la junta mensual? Usted.

     Mi dedo índice toca su pecho con fuerza al decir «Usted».

     —Yo...—levanto una mano para que no siga.

     —La respuesta la tenía en su correo a primera hora del día, y no nomás por mí. Por Artur. Por su culpa Artur quiere renunciar, no por mi Galloway. He ahí la diferencia entre lo que quieres disfrazar en tus palabras anteriores y en lo que realmente es. Si vienes a pedir «Disculpas» hazlo correctamente. No me vengas a estas horas del día con una teoría malversada, y sinceramente eso es una gran falta de profesionalismo...—No deja que termine lo que quiero decir, se acerca un paso más intimidante a mí, tengo que levantar un poco la mirada para poder mirarlo bien.

     « ¡Ja! Cree que me intimida»

     —No es falta de profesionalismo, Benson.

     Puedo sentir el calor, el magnetismo que irradia su cuerpo cerca del mío, el ambiente se torna pesado, tenso y electrizante entre los dos. Mi respiración se altera cuando mi mirada se posa en sus labios húmedos. Su rostro muestra algo que no distingo.

     —Solo pido una disculpa sincera, Galloway. —susurro.

     Sus ojos se abren de la sorpresa a mis palabras. No dice nada, me observa detenidamente como si fuese la primera vez en dos años que me ha visto. Puedo ver como sus pupilas se dilatan formando un aro gris demasiado delgado. Puedo ver y sentir como su respiración se ha agitado en segundos.

     «Extraño, mi garganta se ha secado»

     — ¿Sabes qué? No necesito la disculpa, puede irse ahora...—balbuceo, nerviosa. El calor que me ha provocado es...extraño. Su alto y tornado cuerpo me hace imaginar cosas que no quiero, y que no debo. Trago saliva incómoda de nuestra cercanía. Sus ojos recorren todo mi rostro hasta posarse en mi hombro desnudo, aparece una pequeña arruga cuando frunce el ceño, supongo que es señal de concentración. Tomo aire de nuevo, sus labios se entreabren para hacer lo mismo que yo.

     Respirar.

     Y todo sucede en la siguiente fracción de segundo: Mi cuerpo reacciona al mismo tiempo que el suyo. Nuestros labios se encuentran de una forma brusca, caliente, necesitada. Sus manos se van a mi trasero levantándome de un movimiento y lanzándome contra la puerta. Mis piernas se enrollan en su cintura, y escucho un gruñido brutal que me enciende como nunca en mi vida ha pasado. Su lengua juega con la mía, sus manos aprietan mi trasero, me hace sentir un agradable dolor y placer. El calor se arremolina en el centro de mi vientre. Pero no me importa en este momento.

     «No quiero pensar, solo calmar el calor que ha provocado»

     Nos movemos, tropezamos con la mesa hasta caer sobre el sofá gigante. Sus besos son necesitados y siento como mi cuerpo empieza a temblar bajo sus caricias. En un abrir y cerrar de ojos estamos quitándonos nuestras ropas sin pedir permiso, sin detenernos, sin dejar nuestro beso posesivo.

     «No quiero pensar, solo calmar el calor que ha provocado»

     Se ha quitado el pantalón con dificultad y finalmente quedamos desnudos, su mano baja hasta mi sexo, y delicadamente toca mi clítoris. Levanto mi pelvis ansiosa. Su gruñido se hace presente, y eso me hace gemir. Nunca nadie había provocado de esta manera.

     Sé que debería de parar en estos momentos y decirle. Pero no quiero que pare.

     «Abby dile»

     Su respiración se acelera, se acomoda en mi entrada, pero es cuando tengo que reaccionar y parar.

     «Miente, miente, miente» No, dile qué eres virgen. No mientas…

     —Máximo...—se separa de mi pezón que ha metido en su boca. Pone un dedo en mis labios ya rojizos he hinchados.

     —Lo sé...— ¿Sabe? Oh mi Dios, Melani le ha dicho—...sé que he estado...estoy descontrolado...y tú...

     Sus palabras sensuales y roncas me atrapan.  Con un tirón lo beso desesperada, levanto mi pelvis para alentarlo a terminar el fuego que ha provocado.

     «Qué no duela. Qué no duela»

     Su miembro acaricia lentamente y pausada mi entrada, sintiendo como palpita contra mi piel sensible.

     Entra en mí, siento un leve tirón de dolor, pero lo recompensa el placer, el deseo y la sensación de tenerlo dentro de mí por primera vez. Un gemido ha salido de mis labios. Y un fuerte gruñido resuena en la habitación, corta el beso mientras mi cabeza la lanzo hacia atrás, y se detiene.

     —Abby...—abro los ojos lentamente y después me encuentro con su mirada.

     «Oh, Dios mío. Se ha dado cuenta»

     Intenta hablar, pero pongo un dedo en sus labios rojizos. Niego repetidamente.

     —Sigue, sigue Máximo—cierra sus ojos fuertemente y puedo ver como se está debatiendo. Abre los labios para soltar el aire y volver tomar más, y finalmente…comienza a moverse impecablemente.

     Nuestros gemidos y los gruñidos de él, inundan la sala. Mis uñas clavadas en su piel que sea a erizado. Un tornado de sensaciones se envuelve dentro de mí, el calor baja desde mi cabeza y golpea mi vientre hasta que unos movimientos más hacen que haga erupción como un volcán que ha estado dormido por años. Mi cuerpo tiembla, mi corazón está a punto de salir de mi pecho. Máximo embiste duro, y segundos después llega a su propio clímax gritando mi nombre contra mi cuello.

     El sudor cae en ambos. Agotados. Aunque no podría decir si estábamos totalmente saciados. Quería más, pero realmente me daba miedo en ese momento abrir mis ojos, él está encima de mí intentando tranquilizarse. No quiero saber de nuestras realidades, aún no.

     Sale con cuidado de mi interior, y puedo sentir la tensión. Trago saliva con dificultad.

Nos levantamos en silencio, yo aún con mis piernas temblando, agarro la frazada y me cubro con ella mi desnudez. La toalla de mi cabeza ha quedado a mis pies. El termina de arreglarse la camisa dentro de sus pantalones, puedo notar su nerviosismo.

     —Abby...—cierro los ojos al escuchar como dice mi nombre. Es raro que me llamara por mi nombre, siempre he sido Benson durante estos dos años. Tomo aire bruscamente y lo suelto. Lo miro decidida a no demostrarle mi vulnerabilidad.  Puedo con ello, puedo soportarlo.

     Su mirada cambia. Una línea se ha formado en sus labios.

     «Está enojado»

     —Di lo que vas a decir, en caso de no hacerlo, puedes irte. No es necesario decir algo, al igual que tú, estoy incómoda.

     —Yo...—calla y luego me mira—...no sé qué me ha pasado. Y no volverá ocurrir. Eres mi empleada y sería incómodo vernos en la oficina, así que...

     El nudo se forma en mi garganta al mismo tiempo que la sangre empieza a hervir, estoy a punto de... ¿Por qué no, Abby?

     Agarro el cojín y se lo tiro furiosa.

     — ¡Vete! —se conmociona a mi reacción. Agarro el otro cojín y se lo tiro cuando se cubre con un brazo para evitar ser golpeado.

     — ¡¿Qué te pasa?!—grita.

     — ¿Qué me pasa? ¡Si serás hombre! ¡Vete! ¡Vete! ¡Tomaste lo que querías! ¿No? ¡Vete! —me agarro al nudo de la frazada para evitar que se caiga. Abro la puerta y lo empujo con todas mis fuerzas. Al lograr que saliera, se vuelve hacia mí al mismo tiempo que le azoto la puerta en la cara. Me recargo en la puerta y me deslizo hacia el suelo, cubro mi rostro y comienzo a llorar.

     — ¡Abre la puerta! ¿Qué es lo que te pasa? ¡Abby, abre! —grita mientras golpea la puerta,

Pero lo ignoro. Como pienso ignorar lo que ha pasado. No bajaré la mirada ni me llenaré de vergüenza ante él.

     Pude haber detenido la situación, pero el deseo y la electricidad que nos envolvía había sido más fuerte que ambos. 

     Y no volvería a pasar...

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