Capítulo 228
Cuando Isabel se mudó a Ciudad de México, me prohibió seguir yendo al asilo, diciendo que en lugar de atender a esas personas, debería quedarme en casa y atenderla a ella.

En ese entonces, para evitar que Hugo se sintiera atrapado en medio, cedí en todo. Ahora que lo pienso, qué tonta fui.

—¡Por supuesto! Mientras pueda venir, cualquier hora está bien —me dijo María con sonrisa.

—Nos vemos a las dos en el asilo —respondí.

Tras terminar la llamada, leí durante dos horas y luego salí a comprar algunos regalos.

A las dos en punto, llegué al asilo. El conductor del taxi me ayudó a sacar todos los regalos del maletero.

—Sofía, ¿por qué compraste tantas cosas?

María, que había llegado un poco antes que yo, se acercó sonriendo.

—Hace un tiempo que no los veo. Es un pequeño detalle de mi parte.

—Es cierto que hace tiempo que no vienes, pero cada mes les envías dinero. No tienes ningún vínculo de sangre con ellos, y aun así haces todo esto por ellos. Es realmente admirable.

María se acercó para
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