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II. Los sentimientos nos vuelve estratégicos

Esteban de carácter poco amigable, siempre vestía pantalones vaqueros, su inseparable sombrero de cuero, cargaba con la responsabilidad del mantenimiento, administración del cafetal, recolección, despulpe del café el cual pasaba por la trilladora que habían instalado en medio del cafetal, esto les facilitaba el acarreo durante la cosecha, como también dentro de sus funciones; la exportación de café como la importación de fertilizantes y demás insumos, elaborar la planilla para el pago de los empleados. La relación familiar era distante entre hermanos, este corroído por los celos de como su padre a los varones los convirtió en sus máquinas de trabajo y su hermana tratada con todas las comodidades, que al igual ellos la tenían, pero con un pliego de responsabilidades diarias y Natalia con ninguna, eso le molestaba, pero se lo callaba, la mejor forma era estar distanciado y no expresar bajo ninguna circunstancia ese sentir. Alberto el hermano menor de los hermanos, alegre, extrovertido, a sus 5 lustros se mantenía soltero, como tampoco tenía prisa para el compromiso, a pesar de ser hijo de un hombre muy pudiente nunca trataba mal a los trabajadores, se confundía con los demás, y eso les molestaba al resto de la familia, era recriminado por no darse su lugar, eran de la creencia que cada oveja con su pareja; Y que, si el mundo es desigual, la culpa no tenía por qué cargarla la familia, ser ricos no es por el querer, sino poder, aunque existe la desigualdad de clases, no estamos para cambiar lo que la sociedad ya tiene establecido, cada cual que la construya desde la circunstancias que le toca enfrentar; era el pensar del patriarca de la familia Herrera. Pese a no convivir entre hermanos, eran muy celosos de algún admirador o pretendiente de su hermana Naty, ella no era accesible para nadie, por igual sus hermanos no lo eran cuando se trataba de ella. Alberto estaba al pendiente de la administración de la ganadería como de la caballeriza, desde muy joven no le gustó prepararse académicamente, estaba fascinado del cuidado del ganado vacuno y caballar, aunque logró con mucha dificultad terminar su sexto grado de primaria a los 16 años, tampoco su padre le exigió el estudio ante la necesidad de las labores diarias en la hacienda, a diferencia de Natalia que recibió todo el apoyo, el patriarca era de la convicción de que la mujer tenía que prepararse con estudio, porque si esta se enamora y se casa, pasa a ser dominada por el esposo, y si esta relación es efímera, queda al desamparo, el estudio le cambiaría la vida, tiene muchas opciones para enfrentarla de nuevo y no ser carga para nadie.

A pesar de que la mujer a inicios y mediados del siglo XIX no era considerada como alguien que se le debía preparar en los estudios, don Ricardo, aunque poco convencional en las ideas de su tiempo, estas las pudo materializar con su hija. Caída la tarde, las aves buscaban su refugio ante la espesura de los árboles que rodeaban el establo, se escuchaba el mugir del ganado y el trote de un caballo que se acercaba, el cual era su destino de regreso, cuando Naty salía a cabalgar esporádicamente por las tardes, el joven que había quedado prendido ante la escultural mujer, tenía una semana de estar pendiente y así repetir aquel inusual momento, con el pretexto de ofrecer de nuevo su ayuda, el momento llegó, se aproxima, el joven presto abre el pórtico, ella hace su entrada, baja de su yegua, vistiendo un pantalón blanco ajustado, botas negras ceñidas hasta la rodilla, su pelo bien recogido, de abundante cabellera que engalanaba aún más su escultural figura y que ganaba altura con su cabello de cola alta que se alzaba imponente en su cabeza, ella baja de su yegua, el joven ya había cerrado el pórtico, quedan frente a frente por unos segundos, cuando de repente escuchan un nombre gritar…

 — ¡Andrés! ¡Andrés! llevo varias horas de buscarte, que difícil me resultó encontrarte. Le dijo Alberto aproximándose a los dos que se encontraban a 7 metros de distancia del uno al otro y solo una mirada pudieron compartir en aquel instante.

— ¿A quién observas con tanta vehemencia? La mirada en tus ojos refleja algo diferente y poco habitual en ti. Le dijo Alberto al joven que había quedado extasiado por un momento que no pudo disimular.

— Las emociones tienen la capacidad de sacarnos el otro yo, poniéndonos en evidencia y en esencia de lo que realmente somos, el que no está en la misma frecuencia, nos mostramos como unos perfectos estúpidos, ante los supuestamente cuerdos que nos observan.

 —Si fueras menos complicado en tus palabras, lograría entenderte. Respondió Alberto.

 —No te afanes, “las razones del corazón ni la misma razón las entiende”.  Respondió Andrés. Después de alejarse varios metros del establo, a propósito:

— ¿Cuál era la razón de tu búsqueda? —Baña y cepilla bien a “Chispas” que vienen unos extranjeros a comprar caballos hoy por la tarde. Fue lo que le pidió Alberto al joven Agustín.

Después de varios días de estar pensando el joven Andrés, como lograr hablar con Naty y ganarse su amistad o confianza, lo difícil era el medio, no la forma. Ningún empleado tenía autorización de entrar aquella casa de 700 metros cuadrados de construcción, con una fachada frontal de 8 arcos y una lateral de 6 en forma triangular, adornada con maceteras colgantes de diversas plantas florales en cada arco, 7 habitaciones ligeramente espaciosas. El aposento de Natalia constaba de tres ventanales de vidrio arqueadas en la parte superior, de color rojizo tenue que de forma traslúcida se reflejaban en las paredes por el color rojo escarlata cuando la luz luchaba por hacer su entrada en aquella estancia. Cortinas con bordados geométricos que se apreciaban en su caída y adornadas de extremo a extremo de un bello tergal plisado y arqueado haciendo contraste de colores con las incrustaciones doradas en relieve en la cortina, entre el encuentro de las dos cortinas que formaban un triángulo, una hermosa imagen, era el cuadro de un caballo blanco que se levantaba imponente en dos patas y la albura de su crin de dos metros, por nadie podía quedar desapercibido tal retrato; pocos sabían que detrás de ese cuadro habían empotrado una caja fuerte que solo la joven dama sabía su combinación.

La estancia en esa morada era sobria, de poco adorno, solo le bastaba lo necesario, pero muy delicado lo que en él se instalaba. Pocos días después de aquella abrupta interrupción provocada por su hermano, avanza hasta un casillero de madera especialmente diseñado para ella, la parte frontal de la puerta tenía tallado un caballo en relieve, se apresta abrir dicho compartimento donde guardaba sus pequeños accesorios y enseres personales para sus prácticas de equitación, ve como un pequeño papel doblado en cuatro partes, yacía en el suelo, junto a sus pies, lo levanta sin prisa alguna, pero este tenía un dobles muy particular, denotaba mucha delicadeza y creatividad al ser elaborado, esto le llamó la atención y prefirió depositarla en la bolsa trasera de su pantalón, se marcha a su casa, al entrar, la servidumbre estaba atenta a ofrecerle siempre agua y una toalla blanca perfumada con olor a flores producto del detergente usado especialmente para su ropa. Se desviste, para luego vestirse con ropa ligera, se recuesta un rato a descansar en su diván, después de media hora de descanso, toma el libro de turno que lee llamado: “Marianela” del escritor español Benito Pérez Galdós, su lectura iba por la página 86, en su avanzada lectura esta es interrumpida por la llamada a su puerta, era Paquita que pedía permiso para llevarse la ropa para ser lavada, el permiso fue concedido, la mucama lleva lo que tiene que lavar, solo ella tiene el permiso de entrar y asear la estancia de la joven.

Al día siguiente, llegada la hora del almuerzo donde los tres hermanos como pocas veces coinciden en el almuerzo para degustar a esa hora, pero en esta ocasión sí, por las diversas actividades en particular que cada uno desempeñaba, durante las pocas veces que convergían se respiraba un ambiente funesto, tenso, poco familiar, no eran tan afables, a pesar de la aparente unidad familiar que estaba integrada, pero no se comportaban como tal, servida la mesa, la sirvienta se acerca a Naty, ella le habla al oído, como diciéndole un secreto y por debajo de la mesa en donde los demás no pudieron darse cuenta del pequeño papel entregado a la dama.

—¿Es de buenos modales hablar en secreto con la servidumbre Natalia, además de interrumpir dicho lugar?  Interrogante lanzada por don Ricardo.

— Pues para mí no lo es, tampoco es que lo propicie, sin pretender que sea ambigua mi respuesta, es algo que no tiene mérito alguno prestarle importancia.   Replicó la joven determinada.

 — Si así fuera, ¿cómo puedes demostrar y probar lo contrario a la sospecha aquí pensada? — Toda suposición sin justificación, afirmación manifiesta. Inquirió así de nuevo su padre.

— Aunque se manifieste y si esta no es probada, ante tal acusación no es necesaria la justificación. Respondió su hija. Terminado el almuerzo, pide permiso y se levanta de la mesa y se dirige a su habitación. Empieza a inquietarle lo del papel, aún sin saber que era, restándole importancia lo que sucedió en el almuerzo con su padre. Se acuesta en la cama, dicho papel lo habían tratado muy bien, estaba intacto tal cual fue recogido inicialmente, procede a desdoblarlo, este estaba simétricamente elaborado, como logrando cierta seguridad, que de tal manera no fuera abierto a la ligera, sino con delicadeza para no estropear dicho contenido, efectivamente este fue extendiéndose completamente y con sumo cuidado procede a leer...

Hacienda San Cristóbal, noviembre 16 de 199…

Distinguida señorita Natalia

Muchos ofrecen bajar la luna, 

ofrecer con tal premura,

pretensión ante su figura;

no se compara con ninguna.

Sin buscar ni preguntar,

y no pasar inadvertido,

bastó un instante apreciar;

bello ser consentido.

Por la naturaleza en su estatura,

creo haber sido bendecido,

pero estoy bien agradecido;

aunque sea mi desventura.

Me place con mucha dulzura,

que lea mi atrevida escritura;

tan solo hablar con usted quisiera,

 si usted un día me lo permitiera.

A. de la Fuente

Al día siguiente, un poco inquieta, pero dispuesta, no muy motivada, pero cautivada por la curiosidad de saber quién era, por su particular manera de comunicación de igual la intención, es por ello que echó manos a la acción, empezando por la abreviación de la rubricación. Sin tener un panorama claro, más solo la primera letra del alfabeto, era todo lo que tenía como punto de partida, tampoco tenía la plena libertad de pregonar sus intenciones por encima de sus intereses, se sentía limitada, eso no la atormentaba, pero si la intrigaba. Después de leer siete veces aquel poema, terminaba haciéndose la misma pregunta, quien podría ser y solo tenía una “A” de referencia y con sutileza y secretamente había averiguado aquel apellido, pero todo había sido fallido.

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