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2-Armond, antes de la desaparición de Èhlian y la caída de Shainy

Los pancillos del castillo estaban desiertos, el viento pasaba a través de las ventanas y azotaba las cortinas rojas de terciopelo. Las puertas estaban cerradas, lo que significaba que todos estaban durmiendo. De vez en cuando, entre los pacillos se escuchaba el paso lento de los vigilantes que protegían el castillo de Armond, en la ciudad de Gosh, en el planeta siete, el planeta de los siebras, ubicado en la galaxia neutra.

Era de madrugada cuando una misteriosa presencia apareció de pronto dentro de los pacillos del desierto castillo. Estaba envuelta en una capa negra y encapuchada, no podía verse su rostro, tanto la oscuridad como la capa lo impedían. Pero estaba un poco abierta y podía vislumbrarse su atuendo. Llevaba un pantalón rojo ajustado y una especie de corsé rojo también ajustado al cuerpo, las botas rojas eran de tacón de aguja.

Estuvo caminando con lentitud para evitar hacer ruido, luego se detuvo frente a un pacillo que tenía dos caminos, uno hacia la izquierda y otro hacia la derecha. Lentamente la figura movió la cabeza de un lado a otro, parecía que buscaba algo, o intentaba descubrir algo a su alrededor. Tomó el camino de la izquierda mientras su capa ondeaba por el movimiento dejando ver sus botas y la vaina de una espada roja.

A su alrededor habían varias puertas talladas con extrañas imágenes, la figura, que era una mujer, paseaba la mirada por las puertas hasta detenerse frente a una puerta negra, sonrió y la abrió.

El lugar parecía ser un salón largo y casi al final había una mesa cuadrada con varias sillas a su alrededor. En frente había un ventanal que daba hacia el espacio, lo que le indicaba que se encontraba en una ciudad artificial. Entre la mesa y el ventanal, pegada a la pared había una vitrina llena de copas y platos de cristal. Ella caminó hasta detenerse frete a la vitrina y levantó la cabeza para mirarla con detalle. Ese movimiento dejó al descubierto su boca. Labios finos y rosados, y piel blanca.

Estuvo observando la vitrina durante unos segundos y luego sonrió, triunfante, como si hubiera encontrado lo que estaba buscando. Miró hacia ambos lados y luego, con lentitud abrió la vitrina. Metió una mano envuelta en un guante rojo y tomó un plato de cristal color blanco que estaba frente a ella y lo puso a un lado. Justo detrás había una pequeña cajita color negro. La mujer tardó un momento en reaccionar y luego la tomó, volvió a colocar el plato en la vitrina y cerró la puerta con cuidado para evitar hacer ruido. Se alejó de la vitrina  por unos segundos sin apartar la vista de la cajita que reposaba en su mano. Volvió a sonreír mientras la abría. Justo dentro había una pequeña piedra color azul con un extraño brillo en el centro, parecía estar encerrado dentro de la piedra, la cual tenía la forma de una pirámide. Era la reliquia del planeta siete, de los siebras, la pirámide de cristal. Volvió a sonreír, sacó la piedra y la levantó para dejar que la poca luz que se filtraba por las ventanas la traspasara mientras cerraba la cajita. Miró la piedra con más detalle y suspiró con alivio, luego volvió hacia la vitrina, colocó la caja donde estaba, y comenzó a caminar por el pacillo hacia la entrada con el mismo cuidado con el que había llegado, y antes de cruzar todo el pacillo ya se había desvanecido en el viento.

***

Mordana caminaba furiosa de un lado a otro frente a la entrada del castillo al descubrir que la Pirámide de Cristal, la reliquia de los Siebras había sido robada. Frente a ella estaban varias personas, sirvientes y guardias del castillo, recibiendo la reprimenda de Mordana.

- ¿A CASO NADIE ESTABA VIGILANDO? -  Dijo gritando. Nadie había descubierto a la intrusa hasta que uno de los vigías se percató de que la puerta del salón estaba abierta, rápidamente llamó a Mordana.

- Mi señora, no vimos a nadie, - Dijo uno de los hombres frente a ella – todas las entradas y los pacillos estaban siendo vigilados, era imposible que alguien pudiera entrar sin que lo supiéramos.  

- Y aún así la reliquia fue robada. Los burlaron a todos como a unos ineptos.

Un viento extraño y fuerte inundó el lugar, Mordana miró hacia arriba, hacia el cristal que protegía la ciudad de los rayos solares y un dejo de miedo se dibujó en su rostro. Los soldados que había reunido retrocedieron atemorizados y se alejaron corriendo. Una especie de neblina comenzó a condensarse y a hacerse más oscura. Repentinamente se desvaneció y una especie de pantalla se dibujó frente a ella. Era completamente negra y la forma de una persona encapuchada ocupaba casi toda su vista.

- ¿Como fue posible Mordana, que la reliquia de los siebras fuera robada? – Preguntó la mujer de la pantalla.

- No fue mi culpa mi señora. – Dijo Mordana con miedo en los ojos, hincándose ante El Emperador. – Fue algo imprevisto, nadie sabe cómo pudo entrar aquí quien quiera que haya sido.

- De modo que no sabes quién fue.

- No mi señora. No lo sé. – Mordana bajó la cabeza – Lo siento

Un trueno lejano se escuchó y Mordana se estremeció.

- Tu incompetencia está retrasando mis planes, Mordana.

- Mi señora,.. – Mordana trató de mirar la pantalla sin levantar la cabeza. – Le suplico por favor que no me castigue. Hago lo que puedo.

- No es suficiente. Estás cometiendo muchos errores que no me benefician en nada. – Dejo que el silencio inundara todo el entorno, lo que generaba mucha tensión y temor en Mordana - Te daré una última oportunidad Mordana. – Dijo El Emperador. – Termina tu trabajo aunque gastes tu vida en ello, o de lo contrario quien terminará con tu vida seré yo, y sabes muy bien que no tengo compasión. - Mordana asintió frenéticamente. - Si no quieres darme el placer de verte suplicarme por tu vida, dame lo que te estoy exigiendo. – Y sin esperar respuesta la

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