—¿Te sientes como si hubieras resucitado? ¿Crees que puedes ponerte de pie sin titubear?—La espada desapareció, Kyrios... No pude acabar con el último objetivo porque la espada volvió a ser el guardián de palo. El maldito palito.—Cabeza de fuego, estuviste al borde de cruzar al otro lado, ¿y eso es todo lo que te preocupa?—Ya te agradecí por salvarme la vida... —La pelirroja frunció el ceño—. Bueno, gracias por casi mandarme al más allá, porque fue tu magia la que lo causó.Kyrios bajó la mirada hacia la pelirroja en sus brazos, y lo que vio le encendió las mejillas hasta la raíz del cabello. Desde su posición, encima de ella, podía vislumbrar su escote y más allá.Maldita sea, está perdiendo la cabeza, apenas la mira y ya se siente como si estuviera en llamas. Tragó saliva con dificultad.—¿Por qué respiras tan agitado? —Beltaine se preocupó al notar que el hombre lobo estaba jadeando—. ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?El hombre lobo no respondió, pero se puso aún más rígido al sentir e
—No quiero que esto suceda aquí. ¡Déjame en paz! ¿Estás siquiera escuchándome?—Oh, parece que la situación se está poniendo interesante. Está bien, si así lo prefieres, buscaremos una alternativa.El tono que empleó para eso envió escalofríos por la columna de la pelirroja, haciendo que su corazón se acelerara.—¿Qué? ¿Qué diablos estás tramando? Antes de que...Las palabras de Beltaine se ahogaron cuando el Alfa se arrodilló empleando una sola rodilla y la puso boca para abajo sobre la rodilla que estaba levantada. La tenía en una posición de humillación y sumiso, como cuando su madre la ponía de esa manera para castigarla por las travesuras que cometía. La estaba a punto de doblegarla en sumisión total.—¡Ah! —gritó al sentirse forzada en esa posición, su mente trabajando a toda velocidad para entender lo que estaba sucediendo—. ¡Escúchame! ¿Qué demonios estás haciendo?¡El maldito lobo no está prestando atención!Un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando el hombre lobo le baj
—¡Gira aquí, por Mercurio y todos los dioses veloces! ¡A la derecha, en esta maldita rotonda! —exclamó la pelirroja con un tono que mezclaba urgencia y exasperación.Kyrios, con la figura de Beltaine colgando de su espalda, avanzaba con paso firme. La pobre no podía ni con su alma después del tute que le había dado el licántropo.—Lo siento… —balbuceó el Alfa, intentando por enésima vez desde que ella recobró la consciencia, encontrar las palabras para enmendar su error. Con voz ronca y temblorosa, intentaba romper el muro de silencio que se había erigido entre ellos. Sus ojos, profundos como abismos, suplicaban clemencia. Pero Beltaine no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente.Ella, aferrada a su orgullo y a la espalda de Kyrios, dejó escapar un suspiro que resonó en la noche como un lamento ancestral. El viento, cómplice de su tormento, agitó sus cabellos rojos como si quisiera arrancarle las palabras de la garganta. Replicó sin verle la cara:—Si vas a hablar, que te escuche hast
—Escucha, bribón, si se te ocurre volver a hacer esa locura, te aseguro que te convertirás en historia, en un susurro entre las sombras. Y yo, ¡ay de mí!, me arrastraré al infierno contigo, porque no descansaré hasta que mi acero baile la danza de la muerte en tu piel. ¿Comprendes la gravedad de mis palabras, o necesitas que te haga un dibujo?—Sí, sí, lo tengo más claro que el agua cristalina de un manantial —El Alfa exhaló un suspiro, uno que parecía llevarse consigo el peso del mundo.Pero entonces, ¿cuál era esa sensación que le invadía? Ese ardor en su pecho, como si un dragón despertara en su interior. No hay tiempo que perder, debe buscar remedio para esa herida que amenaza con silenciar el latido de su vida. Debe encontrar a un sanador, un médico de los antiguos, alguien que entienda de pócimas y conjuros para el alma. ¡Y debe ser ya!—¡Vamos, Kyrios! ¿Cómo anda el pequeño guardián de madera? ¿El bastoncito?—exclamó de repente, hurgando con ansias en el bolsillo de su abrigo p
—¡Vas a lamentarlo si no me sueltas ya mismo! —gritó ella con una furia que hacía temblar el aire.—¡Tranquila, por favor! Déjame contarte lo que está sucediendo —Kyrios luchaba por mantenerse firme mientras la pelirroja se debatía sobre él.—¡Ya basta! ¡He dicho que me sueltes!—¡Escucha! Solo intento evitar que te desplomes desde aquí arriba. ¡No es mi intención retenerte contra tu voluntad!Bastian, sumido en la tranquilidad de su paseo vespertino, se detuvo en seco al presenciar una contienda en la calle. Beltaine, en un forcejeo desesperado con un hombre, luchaba por liberarse. Sin dudarlo, Bastian se abalanzó sobre el desconocido, sujetándolo con una mano férrea en el cuello de la camisa.—¿Acaso sabes quién soy? Eres un bastardo si estás obligando a una mujer—la voz de Bastian retumbó con autoridad.—¡Bastian! —exclamó Beltaine, su voz un canto de alivio al ver a su amigo del alma.Kyrios, con una mirada que cortaba como cuchillo, examinó al atrevido humano que osaba desafiarlo
La atmósfera se cargó de una electricidad que solo presagiaba la tormenta. Bastian, con su mano aún posada en la cintura de Beltaine, la guiaba con un cuidado meticuloso, como si fuera algo precioso y frágil. Beltaine, por su parte, se dejaba llevar por esa seguridad que le transmitía, aunque una parte de ella, la más salvaje, se retorcía inquieta ante la ira de su compañero lycan. La marca en su muslo le palpitó de manera horrible, haciéndola casi tropezar.Miró por encima del hombro solo para encontrar la cara furibunda y desencajada de Kyrios. Rápidamente volvió a mirar al frente. No quería tener nada que ver con ese alfa imbécil y arrogante que la hizo sentir tan humillada horas antes.Kyrios, desde la distancia, sentía cómo la ira y el deseo de protección se entrelazaban en su pecho, formando un nudo de emociones indomables. La provocación de Bastian, ese susurro cargado de intención, no era más que una chispa en un barril de pólvora.—¿Qué te parece si encontramos un lugar más t
La noche envolvía la ciudad con su manto oscuro, mientras los faros de los automóviles pintaban líneas luminosas en el asfalto. En medio de ese mar de luces y bocinas, una mujer se encontraba atrapada en el caos del tráfico nocturno.Su automóvil estaba inmóvil, atrapado entre un mar de vehículos que avanzaban a paso de tortuga. La radio sonaba con una mezcla de música suave y anuncios comerciales, intentando llenar el vacío en la cabina del auto. Sin embargo, el constante sonido de los claxons y el murmullo de las conversaciones de los conductores vecinos parecían ahogar cualquier intento de relajación.La mujer trató de mantener la calma, recordándose a sí misma que ponerse nerviosa no iba a hacer que el tráfico se acelerara. Pero sus dedos jugueteaban inquietos sobre el volante, y sus pies golpeteaban el suelo del auto en un intento de liberar la energía acumulada.Detestaba quedarse atrapada en los atascos de tráfico, esa sensación de estar inmovilizada mientras el tiempo pasaba l
Desde la camilla de un hospital, la mujer supuestamente sin vida abrió los ojos abruptamente y llevó sus manos a su cuello con un gesto teatral de horror, mientras el eco de una voz distante llenaba la sala.—¡Ay, por Dios, Segunda! —exclamó con voz rasgada, incorporándose como impulsada por resortes, y señalándose a sí misma con dramatismo—. ¿Te imaginas? Ese bastardo, después de haberme separado la cabeza del cuerpo, ¿sabes lo que tuvo el descaro de hacer?La otra, al colgar el teléfono, elevó sus hombros con una indiferencia casi aristocrática, mostrando su desinterés en la tragedia narrada.—Querida Sexta, serénate. La morbosidad de los detalles escapa a mi curiosidad, francamente.La doctora, arquitecta de este caótico concierto de copias, apretaba el teléfono muerto contra su frente, como si quisiera fusionar metal y piel.—Oh, cielos, esto es más allá de lo imaginable… —susurraba, mientras se daba suaves golpes en la cabeza, como si intentara activar recuerdos esquivos—. No pue