En el aeropuerto, mi tío me advirtió con expresión aterradora:

—No metas las manos donde no debes.

Luego de unos años, regresé al país con una niña en brazos. Me miró con sorpresa.

—¿Es tu hija?

Sonreí y lo confirmé.

—Sí.

Cuando me encontraba en el avión, aún me sentía un poco aturdida. Nunca imaginé siquiera que, después de cinco años en el extranjero, tendría la oportunidad de regresar, sobre todo porque Matías me había dicho:

—Desparece de mi vida para siempre.

Pero fue él quien me compró precisamente el boleto de regreso.

Después de hacer dos escalas para asistir al aniversario de su boda con Emilia, finalmente aterricé. Durante el vuelo, Lucía estuvo durmiendo muy tranquila, pero en cuanto bajamos del avión, comenzó de una vez a llorar.

—¡Ay, mamá! ¡Me está matando el pie!

Al escuchar el llanto suave de Lucía, la tomé en brazos y comencé a caminar hacia la salida. Al llegar a la puerta, tomé mi celular para pedir un taxi. En ese momento, sonó mi celular. Al ver ese número familiar en la pantalla, me quedé en silencio y dudé si debía contestar. Al final, no lo hice, pero la segunda llamada llegó rápido. Suspiré y finalmente respondí.

La voz de Matías resonó con fuerza, después de años sin contacto, su voz sonaba igual.

—He mandado mi asistente a buscarte al aeropuerto.

Matías lo dijo con tono frío, como si no me conociera.

Sonreí con amargura.

—No hace falta. Puedo tomar un taxi.

Hubo un momento de silencio al otro lado de la línea. Matías no esperaba que respondiera de esa manera. Después de todo, hubo un momento en que me cuidó muy bien. Durante esos años a su lado, siempre había alguien que se encargaba de todo lo que necesitaba. No tenía que preocuparme por nada, ni hacer nada por mí misma.

Tras una breve pausa, Matías habló con tono casual.

—Mejor que vaya el asistente. Te ayudé a comprar un regalo para Milia, lo dejé en el maletero. Cuando vengas a cenar, puedes traerlo.