Sofía jugaba alegremente con su pequeño hijo, Javier, en el extenso patio de la mansión que se ocultaba entre los árboles de las afueras de Capitalia. La risa de Javier, tan inocente y llena de vida, resonaba en el aire, proporcionando un contraste marcado con la tensión que Sofía sentía en su interior. A cada rato, su mirada se desviaba hacia los rincones oscuros del patio, hacia las sombras que se movían con el viento. Había una sensación constante, un cosquilleo en la nuca que le decía que estaban siendo observados. Cada vez que giraba la cabeza, esperaba ver una figura desconocida acechándolos desde la penumbra, pero siempre se encontraba con los rostros familiares de los guardias de seguridad. Se recordó a sí misma que estaban allí para protegerlos, que su presencia era necesaria dado el peligro que los acechaba. Pero no importaba cuánto intentara razonar consigo misma, no podía sacudirse esa sensación de inquietud. "Debo acostumbrarme a esto", se dijo a sí misma, intentando
César abrazó a Sofía, su cuerpo relajado después de la ardua sesión de amor. Con un movimiento fluido, la levantó en sus brazos y se dirigió a su habitación matrimonial. Entraron al baño, un espacio amplio y luminoso, perfecto para relajarse. Pero a pesar del ambiente tranquilo, César notó el silencio de Sofía. Ella parecía perdida en sus pensamientos, su mirada distante y preocupada. Conocía esa expresión, sabía que algo la estaba molestando. —¿Qué es, Sofi? —preguntó, su voz llena de preocupación—. ¿Te preocupa Javi? Fenicio está con ellos, le pedí expresamente que fuera el guardia de seguridad de nuestro hijo. No tienes que temer nada. Sofía negó con la cabeza, su expresión aún tensa. Todavía tratando de acordarse de dónde conocía a ese señor de la fotografía.—No se trata de eso, César —dijo finalmente—. Es una fotografía que vi en el álbum de tu mamá... hay un señor que creo reconocer. César parpadeó sorprendido. Tenía entendido que en ese álbum solo su mamá guardaba fotos fa
Mía parpadeó varias veces, intentando asimilar lo que veía. No podía creer que Fenicio estuviera allí, a su lado. Giró la cabeza como buscando algo o alguien, y se detuvo al escuchar sus palabras. —Ella está bien, en la habitación de al lado. Un médico la revisó y el viaje no le causó ningún problema. Lo que no sabía era por qué no despertabas. ¿Te sientes bien?—¿Mi mamá está bien? —preguntó Mía con voz temblorosa, sin apartar la mirada de él—. ¿Dónde estamos? ¿Qué ha pasado? Fenicio la miraba preocupado y bajó la mirada, antes de comenzar a contarle que Delia y Montenegro las habían encontrado en la clínica y habían intentado secuestrarla, pero que sus hombres las habían salvado. También le explicó, que cómo ella le había pedido que la llevara a vivir con él...—¿Esta es tu casa? —lo interrumpió Mía, ahora con un brillo de felicidad en sus ojos. Sin darle tiempo a Fenicio de reaccionar, ella se abalanzó sobre él y lo abrazó, llenándolo de besos mientras le expresaba su gratitud. F
El corazón de Elvira latía con una fuerza desenfrenada, cada latido resonando en sus oídos como un tambor de guerra. Luchaba por asimilar la realidad de lo que estaba viendo, su mente rechazando la posibilidad mientras sus ojos la confirmaban. El aire parecía más pesado, casi sofocante, mientras la figura continuaba allí, inmóvil y silenciosa. El mundo parecía haberse detenido, dejándola atrapada en este momento de revelación impactante. La realidad golpeó a Elvira con la fuerza de un tren en marcha. No podía ser él…, pero ahí estaba. El pasado había vuelto a la vida. Casi sin darse cuenta, la señora Elvira tocó el anillo en su dedo, bajando la mirada para confirmar su presencia. Cuando volvió a levantar la vista, la figura había desaparecido, oculta por la espesa niebla que ahora cubría todo el cementerio. El miedo y la sorpresa la obligaron a sentarse, luchando por recuperar el aliento mientras los guardias de seguridad se apresuraban hacia ella.—¿Se siente bien, señora? —pregun
César López y Sofía se encontraban en su habitación, hojeando el álbum de fotos familiar de la señora Elvira. Se sorprendieron al descubrir que no solo existía la fotografía que Sofía había visto de Sir, sino que en un sobre muy escondido, había una serie de ellas de su madre Elvira y Sir cuando eran jóvenes. Se veían radiantes, llenos de felicidad y amor.—Parece que él es el gran amor de tu mamá, César —comentó Sofía, observando el brillo y el amor en los ojos de los jóvenes en las viejas fotos—. ¿Cómo terminó casada con tu padre si estaba tan enamorada de ese hombre? César también había notado cómo su madre parecía apagada en las fotos posteriores junto a su padre, como un cuerpo sin alma. Solo volvió a recuperar algo del brillo y la felicidad cuando él nació. Pero por más que buscó en el álbum, nunca volvió a ver ese brillo en los ojos de su madre. ¿Qué historia oculta había en la vida de ella? Los golpes apresurados en la puerta los sacaron de su ensimismamiento. Dejaron las fo
El silencio que siguió a la revelación fue ensordecedor. César miró el documento, las palabras “no concordancia genética” resonando en su cabeza. Miró a Sir Cavendish, luego a su madre, y finalmente a la puerta cerrada donde sabía que su esposa estaba esperando noticias y un miedo se apoderó de su corazón. La verdad había sido revelada, pero en lugar de proporcionar respuestas, solo parecía haber generado más preguntas. ¿Quién era entonces el padre de Sofía? Y lo que era más importante, ¿era su abuelo o su papá? Sin hacer más preguntas, López se despidió y dejó a su madre conversando con Sir Cavendish. Salió al patio de su casa, sintiendo como si no pudiera respirar. Llamó a Bee, desahogando todas sus sospechas y descubrimientos de las últimas horas.—Ya me sospechaba yo que ese Sir tenía algo que ver con ustedes—, dijo Bee.—¿Por qué dices eso?— preguntó César.—Todo se interrumpía cuando llegaba a él. Creo que el espía trabaja para él, César.—¿Lo crees?—No estoy segura, pero a
El Sir tomó una profunda respiración, sus ojos nunca abandonando los de Elvira. No podía creer que ella hubiera hecho eso por él. La miró a los ojos viendo en ellos, que los sentimientos por él habían sido siempre genuinos. Ahora, enfrentaba el desafío de demostrarle que su amor también lo era.—Gracias Elvi, muchas gracias. ¿Cómo pude ser tan tonto y perderte? Ahora, entiendo las consecuencias de mi cobardía —dijo acariciando la mano de Elvira. — Y por eso, Elvi, estoy verdaderamente arrepentido.—No, no lo entiendes Ale —dijo Elvira con lágrimas en los ojos— ¿Sabes lo que me hiciste vivir toda mi vida sin ti? ¿Lo sabes? Alexander sintió un nudo en la garganta al ver las lágrimas en los ojos de Elvira. La angustia en su voz era como un puñal que le atravesaba el corazón. Sabía que su silencio había causado un gran daño, pero no había comprendido completamente el alcance de ese dolor hasta ahora.—No... No lo sé—, admitió con voz ronca, su mirada fija en la de Elvira. —Tuve ese acci
Teresa Vivaldi miró a Matías con ojos duros. En su casa, el periodista parecía nervioso, como si estuviera esperando un golpe. Teresa sabía que había estado evitando su encuentro, después de no haber cumplido con su parte del trato de enamorar a Sofía.—Me tuve que ir a África—, dijo Matías, su rostro serio. —¿Qué querías que hiciera? Se desató la guerra y tenía que ir, es mi trabajo. Sabes muy bien lo que me costó llegar a tener todo lo que tengo, soy el reportero número uno, no puedo perder lo que he logrado por tu venganza. El tono de Matías era desafiante, pero Teresa podía ver algo más en sus ojos. Sabía que él estaba atrapado entre su lealtad a la agencia y su acuerdo con ella. Pero eso no le importaba. Ella tenía un plan y estaba decidida a llevarlo a cabo, con o sin la ayuda de Matías.—Lo que tú hagas con tu carrera es tu problema, Matías—, dijo Teresa fríamente. —Pero recuerda, tú te comprometiste conmigo. Y espero que cumplas tu parte del trato. Matías tragó saliva, habí