Capitalia era una ciudad moderna llena de rascacielos de vidrio y acero que brillaban bajo el sol. Los autos zumbaban a través de las amplias autopistas mientras la gente caminaba apresurada por las aceras. Pero más allá del centro de la ciudad, escondido entre los árboles y la maleza, se encontraba otro Capitalia. Un Capitalia de mansiones antiguas y deterioradas, rodeadas por jardines descuidados y rejas oxidadas. Detrás de esas puertas y ventanas tapiadas se escondían historias olvidadas. Los ecos de fiestas glamorosas y bailes de máscaras aún parecían resonar a través de los pasillos vacíos. Retratos de rostros sin nombre miraban desde las paredes, sus ojos siguiendo a los extraños que se aventuraban en sus dominios. Más allá de las mansiones, el bosque crecía espeso y salvaje. Los senderos serpenteaban entre los árboles, perdiéndose en la maleza. Capitalia era una ciudad de contrastes, modernidad versus decadencia, luz versus oscuridad. Entre los relucientes rascacielos se
En las afueras de Santa Mónica, el señor que siempre se encontraba inmerso en partidas de ajedrez, recibió un sobre de manos de su mayordomo. Lo abrió con cuidado, su rostro serio reflejando una concentración absoluta. Sin embargo, al leer el contenido de la página, una expresión de sorpresa e incredulidad se apoderó de sus rasgos. Incluso el mayordomo, que lo había servido durante años y que estaba acostumbrado a su estoicismo, se sorprendió por su reacción. La expresión en el rostro del señor cambió drásticamente, su semblante usualmente imperturbable se nubló y sus ojos se llenaron de una furia desesperada. Sin decir una palabra, desgarró el papel en mil pedazos, dejando caer los fragmentos al suelo como una lluvia de desilusión.—¡Malditos, malditos sean todos! —exclamó con rabia.—¿Qué sucede, Sir? ¿No es ella? —preguntó el mayordomo, pero su pregunta quedó sin respuesta. El mayordomo observó en silencio, consciente de que algo grave había ocurrido. Sabía que no era su lugar i
Delia entra corriendo en casa de Montenegro después de bajar del taxi con una nota en la mano. Busca desesperadamente por toda la casa hasta encontrar al dueño dormido en un sillón en la terraza. Al parecer, bebió mucho en la noche y se quedó allí.—Montenegro, despierta —lo llama sacudiéndolo con fuerza— ¡la encontraron, la encontraron! Montenegro, ante los gritos de Delia, abre los ojos con trabajo y la mira sin entender a quién encontraron. Delia le lanza una jarra de agua fría al tiempo que le grita que despierte.—¿Te volviste loca, mujer? —grita Montenegro poniéndose de pie— ¿De quién estás hablando, de Sofía? Delia niega con la cabeza, su corazón latiendo aceleradamente por la emoción y la venganza que se avecina. Aún no puede creer que haya encontrado a su medio hermana Mía y a su madre, quienes se atrevieron a escapar de su control. Sonríe con malicia, sabiendo que pronto les hará pagar por sus acciones.—No chico, Sofía aún no ha sido encontrada. Pero sí encontraron a Mía
Sofía no está segura de si deberían irse a pasear y dejar a su hijo con la señora Elvira, quien insiste en que quiere enseñarle algo especial a su nieto. Javier se ha encariñado mucho con su abuela y se ríe emocionado cuando ella le pregunta si quiere ir con ellos, corriendo hacia ella.—Vamos, Sofi, deja que el niño disfrute de su abuela—, le dice López, tirando de su mano después de hablar con Fenicio. —Te va a encantar el lago, seguro está lleno de flores de todos los tipos, incluso debe haber nenúfares. Y seguramente hay cisnes también.—¿Cisnes? ¿De verdad? ¿No crees que a Javi le gustarán?—Sofía se emociona ante la idea. López comprende que Sofía tiene miedo de dejar a su hijo solo con su suegra. Recuerda las palabras que le dijo su mamá anteriormente, que el miedo de Sofía había vuelto. Sin más, la abraza y la lleva con él, seguido de algunos hombres de seguridad. Avanzan por un hermoso sendero rumbo al lago. Sofía se pregunta si debería cambiar su ropa, pero López la tranqu
Fenicio, recibió una llamada urgente de uno de sus hombres en Santa Mónica. El hombre le informó que Delia y Montenegro habían llegado a la clínica, y que era necesario evacuar. Preocupado por la seguridad de Mía y su madre, rápidamente dio instrucciones a sus hombres para que se mantuvieran vigilantes en lo que organizaba como sacarlas de allí. Sin embargo, no podía imaginar que Delia ya se encontraba dentro de la clínica con los hombres de Montenegro. —Hola —saludó Delia junto a Montenegro a la recepcionista del hospital— venimos a ver a mi madre, Azucena Valverde, quien acaba de ser operada. La recepcionista buscó en la computadora, pero no encontró ningún registro con ese nombre. Esto provocó que Delia comenzara a formar un escándalo, a pesar de los intentos de Montenegro por mantenerla tranquila. Él ya había enviado a sus hombres a buscarlas por todo el hospital. Delia, con determinación en sus ojos, miró fijamente a la recepcionista mientras soltaba todo el aire y esboza
Sofía jugaba alegremente con su pequeño hijo, Javier, en el extenso patio de la mansión que se ocultaba entre los árboles de las afueras de Capitalia. La risa de Javier, tan inocente y llena de vida, resonaba en el aire, proporcionando un contraste marcado con la tensión que Sofía sentía en su interior. A cada rato, su mirada se desviaba hacia los rincones oscuros del patio, hacia las sombras que se movían con el viento. Había una sensación constante, un cosquilleo en la nuca que le decía que estaban siendo observados. Cada vez que giraba la cabeza, esperaba ver una figura desconocida acechándolos desde la penumbra, pero siempre se encontraba con los rostros familiares de los guardias de seguridad. Se recordó a sí misma que estaban allí para protegerlos, que su presencia era necesaria dado el peligro que los acechaba. Pero no importaba cuánto intentara razonar consigo misma, no podía sacudirse esa sensación de inquietud. "Debo acostumbrarme a esto", se dijo a sí misma, intentando
César abrazó a Sofía, su cuerpo relajado después de la ardua sesión de amor. Con un movimiento fluido, la levantó en sus brazos y se dirigió a su habitación matrimonial. Entraron al baño, un espacio amplio y luminoso, perfecto para relajarse. Pero a pesar del ambiente tranquilo, César notó el silencio de Sofía. Ella parecía perdida en sus pensamientos, su mirada distante y preocupada. Conocía esa expresión, sabía que algo la estaba molestando. —¿Qué es, Sofi? —preguntó, su voz llena de preocupación—. ¿Te preocupa Javi? Fenicio está con ellos, le pedí expresamente que fuera el guardia de seguridad de nuestro hijo. No tienes que temer nada. Sofía negó con la cabeza, su expresión aún tensa. Todavía tratando de acordarse de dónde conocía a ese señor de la fotografía.—No se trata de eso, César —dijo finalmente—. Es una fotografía que vi en el álbum de tu mamá... hay un señor que creo reconocer. César parpadeó sorprendido. Tenía entendido que en ese álbum solo su mamá guardaba fotos fa
Mía parpadeó varias veces, intentando asimilar lo que veía. No podía creer que Fenicio estuviera allí, a su lado. Giró la cabeza como buscando algo o alguien, y se detuvo al escuchar sus palabras. —Ella está bien, en la habitación de al lado. Un médico la revisó y el viaje no le causó ningún problema. Lo que no sabía era por qué no despertabas. ¿Te sientes bien?—¿Mi mamá está bien? —preguntó Mía con voz temblorosa, sin apartar la mirada de él—. ¿Dónde estamos? ¿Qué ha pasado? Fenicio la miraba preocupado y bajó la mirada, antes de comenzar a contarle que Delia y Montenegro las habían encontrado en la clínica y habían intentado secuestrarla, pero que sus hombres las habían salvado. También le explicó, que cómo ella le había pedido que la llevara a vivir con él...—¿Esta es tu casa? —lo interrumpió Mía, ahora con un brillo de felicidad en sus ojos. Sin darle tiempo a Fenicio de reaccionar, ella se abalanzó sobre él y lo abrazó, llenándolo de besos mientras le expresaba su gratitud. F