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La señora Haines acaba de abrir la puerta. Va vestida de negro y lleva una falda muy larga. Su

casa está tan impoluta como las vitrinas de los museos. Por esa razón también se dirige a ella Imi

con deferencia:

–Señora Haines, lamento muchísimo molestarla, pero esta noche damos una fiesta y nos hemos

quedado sin sal...

–¿Una fiesta? ¡Dios mío! ¿Otra? Y ¿a qué ahora acabaréis? ¿No será como la última vez? ¡A las

dos de la madrugada seguían oyéndose unas carcajadas de lo más grosero!

–¡No, señora Haines, esta noche los huéspedes serán más disciplinados y no la molestaremos! –

improvisa Imi.

–Hummm... tengo mis dudas; en todo caso, si puede saberse, ¿qué celebráis esta vez?

–Nada de particular.

–¡Pues sí que estamos bien! Ya hemos llegado a celebrar fiestas sin motivo, como el Sombrerero

loco. ¡Feliz no-cumpleaños a todos!

–Pero las fiestas son bonitas, señora Haines.

–Muchachito, las fiestas no son más que una ocasión de alboroto y de cotilleo. No te dejes

engañar por las apariencias. To
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