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Damián me miró con asombro, sus ojos abiertos como platos. "No lo digas por lástima, por favor", murmuró, bajando la vista.

“De verdad te amo", dije con los ojos llorosos, y él suena. Me besó, y fue el beso más tierno que me habían dado en la vida. Nos separamos por falta de aire y volvimos a besarnos.

Pero mientras sentía que también me bajaba la blusa, escuchamos una voz en el pasillo.

“Puedo escucharlos”, comentó Lío, molesto, y siguió caminando por el pasillo. Reímos divertidos y nos abrazamos. Nos quedamos allí viendo televisión, porque había electricidad e incluso Wi—Fi, y nos reímos mientras nos mimábamos.

Cuando llegó la noche, tocaba la parte más incómoda: cenar los tres. Lío había preparado una comida y Damián lo miraba con desconfianza. Aunque Damián no ingería alimentos, ya que bebía sangre de animales, Lío también le preparó un plato y lo puso en la mesa.

“A comer”, comentó Lío, sentándose y dejando una gaseosa en medio de los dos.

“Gracias", dijo mientras se ponía de pie
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