Capítulo 2
Recogí apresurada el celular de Rodrigo y lo miré.

La pantalla mostraba su conversación con la esposa de Jaime Medina. Jaime era compañero de universidad de Rodrigo.

Yo había visto a la esposa de Jaime varias veces, incluso podría decir que éramos conocidas.

En el chat, la esposa de Jaime le decía a Rodrigo que yo estaba teniendo una amorosa aventura con su marido. Rodrigo al principio no lo creyó, hasta que ella le envió una foto. Era una foto de una ropa interior bastante reveladora.

Esa ropa me resultaba ser bastante familiar, la había usado la noche antes de que Rodrigo se fuera de viaje por trabajo.

Pensé por un momento que todo debía ser un malentendido.

Aterrada le dije:

—Rodrigo, esa no es mi ropa interior.

Al oír eso, él se enfureció aún más. Se acercó, me quitó el celular de las manos y busco en mis fotos. Luego me agarró del cabello y me puso el teléfono justo en los ojos.

—¡Míralo bien! Si no es tuya, ¿de quién es?

Vi rápido otra foto. En una de las esquinas de la prenda estaba bordado "Exclusiva de Rodrigo". Mi mente se nubló de repente, sentí que me puse pálida de golpe.

—¡No puede ser! Esa ropa la tiré a la basura después de mostrártela, ¿cómo es posible...?

En ese momento, recordé algo. Elena, mi suegra, tenía la costumbre de robarme ropa. Una vez llegué temprano a casa y, al abrir la puerta de mi habitación, la encontré desnuda despreocupada eligiendo algo de mi armario.

Le pregunté qué hacía, y me dijo que se había equivocado de cuarto. Después de que se fue, vi una de mis prendas de encaje tirada en el suelo. ¿Sería posible acaso, que Elena la hubiera usado?

Levanté instintiva la cabeza y le dije a Rodrigo:

—Sé quién la usó, fue tu mamá.

Rodrigo se volvió loco. Me pateó enfurecido y gritó:

—¿Cómo te atreves a culpar a mi mamá? ¡Ya está vieja, cómo va a usar tus porquerías!

Mis piernas flaquearon en ese instante y caí al suelo de rodillas.

Él levantó la mano y me dio varias bofetadas.

Mi mamá, que estaba cerca, se desesperó tanto y lo agarró del brazo suplicando:

—Rodrigo, por favor, ya no la golpees. Debe haber un terrible malentendido, hablemos con calma.

—¡Lárgate! —gritó Rodrigo, empujando con brusquedad a mi mamá, que también cayó al suelo.

—¡Mamá! —grité desesperada, mirando a Rodrigo con furia—. ¡Eres un maldito! Mi mamá tiene problemas en la espalda. Si la lastimas, mi papá no te lo va a perdonar. Mi papá es policía, y Rodrigo lo sabe muy bien. Pero en ese momento, estaba tan enceguecido por la ira que eso no le importó.

—Si tu mamá crió a una puta como tú, seguro que ella tampoco es ninguna santa. Quizás hasta tu papá me agradezca por darle una severa lección.

En ese momento, ya había una multitud de vecinos aglomerados afuera de mi casa.

—¿Qué está pasando?

—Parece que la hija de Pedro engañó a su esposo.

—No puede ser, Pedro es un hombre muy recto, ¿cómo va a tener una hija así?

La gente murmuraba entre ellos, hasta que alguien no aguantó más y se acercó con firmeza a Rodrigo:

—Joven, no deberías golpear de esa manera a una mujer, menos estando embarazada. Eso no está bien.

Rodrigo lo miró con furia y le gritó:

—¡Viejo entrometido! Cuando tu esposa te engañe, veamos si no la golpeas también.

Después de gritarle al vecino, se volvió hacia la multitud que observaba y gritó:

—Esto es un asunto de mi familia, aunque llamen a la policía, solo es violencia doméstica. Si alguien quiere meterse o llamar a las autoridades, esperen que termine aquí y luego iré a sus casas.

En cuanto dijo eso, la multitud temerosa comenzó a dispersarse, prefiriendo no meterse en problemas.

—Regina, ya no me importa que me hayas engañado, pero ¿también quieres que críe al hijo de otro? ¿Crees que soy idiota? —dijo Rodrigo, mirando fijamente mi vientre.

Nunca había visto a Rodrigo tan furioso. En sus ojos solo había odio, como si fuera una bestia.

Instintivamente, me cubrí el abdomen y suavicé el tono.

—Amor, de verdad no he hecho nada malo. Si no me crees, podemos llamar a Jaime y preguntarle. Él podrá decirte de quién era esa ropa interior.

Rodrigo soltó una risa sombría.

—¿Todavía quieres involucrar a Jaime? Parece que lo conoces muy bien. ¿Esperas que venga a salvarte? Pues te jodiste, su esposa ya fue a buscarlo con un grupo de gente, él tiene sus propios problemas ahora.

Rodrigo en ese momento vio el bate de béisbol que mi papá tenía colgado en la pared y lo tomó.

Lo sostuvo con fuerza y me preguntó:

—¿Cuándo empezaste a acostarte con Jaime?

Sacudí la cabeza con desesperación.

—¡No he hecho nada!

—¡Sigue mintiendo!

Rodrigo levantó enardecido el bate. Cerré los ojos y grité desesperada.

Escuché el sonido del bate golpeando, pero no sentí ningún dolor. Cuando abrí los ojos, vi a mi mamá, que se había puesto delante de mí para protegerme.

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