El jardín de la mansión estaba en su punto más hermoso con la luz del atardecer filtrándose entre los árboles y las enredaderas trepando con elegancia por las columnas de mármol. El aroma a lavanda y rosas flotaba en el aire, pero nada de eso calmaba la tormenta que se cernía sobre las dos mujeres que se encontraban allí. Astrid observaba a Calia con el ceño fruncido, los brazos cruzados sobre el pecho en un claro gesto de desagrado. Calia, por su parte, fingía indiferencia, aunque en su interior ardía la rabia por lo que le había hecho a una de las monjas. —¿Sabes? Me arrepiento de haberte salvado —soltó Astrid con voz cortante. Calia ladeó la cabeza, fingiendo una expresión confundida. —¿De qué estás hablando? Astrid soltó una risa seca y llena de amargura. Dio un paso adelante, acercándose lo suficiente para que sus ojos dorados brillaran con la intensidad de sus emociones reprimidas. —Fui yo quien te sacó de aquella aldea cuando fue atacada —dijo con voz firme. —Yo te llevé
La mañana siguiente una carta llego a Calia, con la letra pulcra y delicada de la madre superiora. La luna enseguida sintió un mal presentimiento incluso antes de romper el sello de cera y leer el mensaje."Querida hija,Confiando en la protección de Dios, me permito escribirte con una inquietud que no me deja en paz. Dos de nuestras hermanas, Sor Kelaya y Sor Corinne, salieron la noche de la fiesta de vínculos para recolectar hierbas con las que preparamos infusiones y ungüentos medicinales. Sin embargo, aún no han regresado y la preocupación ha invadido el convento.Tememos que algo les haya sucedido, pues la noche era densa y el bosque no siempre es seguro, incluso bajo la protección de la manada. Ruego a Dios que ilumine su camino de regreso, pero si puedes interceder con el rey alfa, te agradecería cualquier ayuda para encontrarlas.Que Dios siempre te guíe, Madre Superiora Agatha"El corazón de Calia dio un vuelco.Las monjas no solían abandonar el convento de noche, pero Kelay
Calia, estaba sentada en el borde de la cama que compartía con el alfa, esperando a que Aleckey cruzara la puerta. Apenas lo vio entrar, sus ojos se clavaron en él con una mezcla de ansiedad y desesperación.—¿Han encontrado algo? —preguntó sin rodeos, su voz firme pero cargada de una preocupación apenas disimulada.Aleckey se detuvo en seco, sus ojos verdes reflejando un cansancio que no intentó ocultar, ya que incluso él ha estado uniéndose a la búsqueda de las monjas perdidas.—No —respondió con sequedad, quitándose la capa dejando su torso descubierto y dejándola sobre una silla—. Mis betas han rastreado toda la zona y no han hallado rastro de ellas.El silencio que siguió fue pesado, insoportable. La ira ardió en el pecho de Calia como una llama que llevaba años ardiendo sin cesar.—Quizás no eres un buen rey, Aleckey —dijo ella, poniéndose de pie de golpe. Su voz firme contrastaba con la tormenta de emociones en su interior—. Prometiste proteger a mis hermanas del convento, pero
Calia ingresó en la habitación cerrando la puerta con suavidad, sus pasos silenciosos sobre el suelo de piedra apenas producían sonido. Su mirada recorrió la estancia hasta detenerse en la gran tina de madera ubicada en el centro, donde Aleckey se sumergía en el agua tibia impregnada con aceites aromáticos de lavanda. Sus músculos brillaban bajo la luz tenue de las velas, cada gota resbalando por su piel resaltaba su poderosa complexión.Aleckey levantó la vista al percibir su presencia, su expresión era impasible, pero sus ojos dorados la examinaban con intensidad.—¿Dónde estabas? —preguntó con voz grave.Calia vaciló un segundo antes de responder con naturalidad:—Tomando aire fresco.No había mentira en sus palabras, pero tampoco toda la verdad. Se quedó de pie a unos pasos de él, sintiendo el calor envolvente del agua perfumada y la electricidad que siempre surgía entre ambos cuando estaban cerca. Observó cómo Aleckey se incorporaba dentro de la tina, dejando al descubierto su to
Las noches se habían vuelto más frías desde que Aleckey dejó de compartir la cama con ella. Calia, sola en la inmensa habitación del rey alfa, se removía entre las pieles sin poder encontrar descanso. El espacio a su lado, vacío, parecía cada vez más grande y más cruel. Ni siquiera Jezebel se atrevía a hablarle. Su loba interna seguía distante, silenciosa, resentida por las decisiones que Calia había tomado… o quizás por las que aún no era capaz de tomar.El viento soplaba con fuerza esa noche, colándose por los ventanales y meciendo las cortinas con un susurro que le hablaba a su soledad. Calia cerró los ojos con fuerza y apretó los puños contra su pecho. No era solo el frío, era el vacío. Uno que no había sentido ni siquiera en el convento, donde sus noches eran silenciosas, sí, pero nunca tristes. Nunca tan amargas como ahora.Se sentó sobre la cama y observó la luna llena que brillaba imponente en el cielo. Su corazón se aceleró con el pensamiento de que quizás… solo quizás… Aleck
El sol ya estaba alto cuando dieron con el rastro. La sangre humana, seca y oscura sobre las hojas caídas, les indicaba el camino. Darren, Alastair y Aleckey se movían con rapidez, sus sentidos agudos no perdían detalle entre la brisa cálida y los susurros del bosque.El sendero los llevó hasta una cabaña enorme, lejos del territorio de Aleckey, hecha de troncos envejecidos y paredes ennegrecidas por el tiempo. Estaba oculta entre los árboles más densos del bosque, como una herida podrida que la naturaleza no había logrado sanar. La pestilencia era clara: vampiros. Aleckey gruño molesto.—Están aquí —murmuró el rey alfa por el enlace—. Vivas.—Entonces vamos por ellas —dijo Darren, su voz seca como el suelo bajo sus patas de pelaje gris y marrón.Aleckey avanzó sin responder. El cambio fue rápido. Su cuerpo lobo dio paso al humano, alto y fuerte, se colocó una capa gruesa de piel de oso sobre sus hombros, ocultando su desnudez. Parecía un dios de la guerra primitivo bajo la luz del so
Luz despertó envuelta por una calidez que la hizo estremecerse ligeramente. Al abrir los ojos, lo primero que notó fue el suave roce de las respiraciones de dos cuerpos cerca de ella. Asher y Axel estaban a su lado, tan cerca como siempre, sus cuerpos presionando contra el suyo con una cercanía protectora.—¿No creen que hace mucho calor? —murmuró, buscando algo de frescura en medio de aquellos brazos que la rodeaban, manteniéndola a una temperatura bastante alta.—Somos calientes por naturaleza, cariño —susurró Axel, apretando su agarre en su cintura, manteniendo la espalda de Luz pegada a su torso, mientras ella tenía su cabeza recostada sobre el pecho de Asher.—Hoy está sofocante —intentó salir de los brazos de ambos, pero le gruñeron al unísono.—¿Podrían soltarme? —preguntó, alzando un poco el rostro para ver a Asher hacer una mueca divertida.—Lo haríamos, pero hueles tan bien… —ronroneó Axel, deslizando su nariz por el hombro de Luz, quien se estremeció con ese solo gesto—. ¿Q
El salón del consejo estaba cargado de tensión. Los ventanales altos dejaban pasar la luz fría del amanecer, proyectando sombras alargadas sobre las figuras reunidas alrededor de la mesa ovalada. Al centro, el alfa Laurent mantenía el rostro impasible, pero sus ojos eran dos centellas contenidas. A su izquierda, Morvan, el beta de voz grave y mirada dura, se incorporó con un gesto severo.—La situación ha cruzado un límite —declaró Morvan, su voz resonando en la piedra del recinto—. El rey alfa ha puesto en peligro a miembros de la manada y ha actuado sin pedir nuestra opinión en territorio de vampiros. Esta alianza es una farsa si el pilar principal actúa como un lobo sin manada. Es hora de romperla.Un murmullo se esparció entre los presentes. Algunos asintieron, otros intercambiaron miradas incómodas. Aleckey permanecía en pie, con la mandíbula apretada y la mirada clavada en los consejeros. Calia, hasta ese momento en silencio, se levantó de su asiento con una elegancia natural, a