El sol ya estaba alto cuando dieron con el rastro. La sangre humana, seca y oscura sobre las hojas caídas, les indicaba el camino. Darren, Alastair y Aleckey se movían con rapidez, sus sentidos agudos no perdían detalle entre la brisa cálida y los susurros del bosque.El sendero los llevó hasta una cabaña enorme, lejos del territorio de Aleckey, hecha de troncos envejecidos y paredes ennegrecidas por el tiempo. Estaba oculta entre los árboles más densos del bosque, como una herida podrida que la naturaleza no había logrado sanar. La pestilencia era clara: vampiros. Aleckey gruño molesto.—Están aquí —murmuró el rey alfa por el enlace—. Vivas.—Entonces vamos por ellas —dijo Darren, su voz seca como el suelo bajo sus patas de pelaje gris y marrón.Aleckey avanzó sin responder. El cambio fue rápido. Su cuerpo lobo dio paso al humano, alto y fuerte, se colocó una capa gruesa de piel de oso sobre sus hombros, ocultando su desnudez. Parecía un dios de la guerra primitivo bajo la luz del so
Luz despertó envuelta por una calidez que la hizo estremecerse ligeramente. Al abrir los ojos, lo primero que notó fue el suave roce de las respiraciones de dos cuerpos cerca de ella. Asher y Axel estaban a su lado, tan cerca como siempre, sus cuerpos presionando contra el suyo con una cercanía protectora.—¿No creen que hace mucho calor? —murmuró, buscando algo de frescura en medio de aquellos brazos que la rodeaban, manteniéndola a una temperatura bastante alta.—Somos calientes por naturaleza, cariño —susurró Axel, apretando su agarre en su cintura, manteniendo la espalda de Luz pegada a su torso, mientras ella tenía su cabeza recostada sobre el pecho de Asher.—Hoy está sofocante —intentó salir de los brazos de ambos, pero le gruñeron al unísono.—¿Podrían soltarme? —preguntó, alzando un poco el rostro para ver a Asher hacer una mueca divertida.—Lo haríamos, pero hueles tan bien… —ronroneó Axel, deslizando su nariz por el hombro de Luz, quien se estremeció con ese solo gesto—. ¿Q
El salón del consejo estaba cargado de tensión. Los ventanales altos dejaban pasar la luz fría del amanecer, proyectando sombras alargadas sobre las figuras reunidas alrededor de la mesa ovalada. Al centro, el alfa Laurent mantenía el rostro impasible, pero sus ojos eran dos centellas contenidas. A su izquierda, Morvan, el beta de voz grave y mirada dura, se incorporó con un gesto severo.—La situación ha cruzado un límite —declaró Morvan, su voz resonando en la piedra del recinto—. El rey alfa ha puesto en peligro a miembros de la manada y ha actuado sin pedir nuestra opinión en territorio de vampiros. Esta alianza es una farsa si el pilar principal actúa como un lobo sin manada. Es hora de romperla.Un murmullo se esparció entre los presentes. Algunos asintieron, otros intercambiaron miradas incómodas. Aleckey permanecía en pie, con la mandíbula apretada y la mirada clavada en los consejeros. Calia, hasta ese momento en silencio, se levantó de su asiento con una elegancia natural, a
El rey alfa dejo un rastro de besos por el cuello de Calia, sacándola de su sueño. Suspiro y dejo salir un bajo gemido cuando Aleckey envolvió un pezón por encima de la seda que llevaba cubriendo su cuerpo. Lo escucho gruñir bajo, acaricio su cabello rojo y los ronroneos no se hicieron de esperar.Siguió descendiendo hasta quedar en medio de sus piernas, beso la cara interna de sus muslos y luego deslizo su lengua por el sexo de Calia arrancándole un gemido.—Ale —jadeo.Se abrió para él sin reservas, húmeda, temblando, sabiendo exactamente lo que venía. Él se acomodó mejor entre sus piernas con hambre, no de cuerpo, sino de ella. Cuando su lengua la tocó nuevamente, lo hizo sin piedad, lento al principio, saboreándola como si fuese un manjar prohibido.Calia soltó un gemido ahogado, y él lo tomó como una señal. Su lengua se volvió más firme, más atrevida, deslizándose entre sus pliegues con precisión, con maestría. La devoraba. No había otra palabra. La lamía sin prisa, sin vergüenza
Calia se deslizaba entre los arbustos del laberinto sintiendo la brisa nocturna acariciar su piel, no había vuelto a ver a Aleckey desde la mañana intensa que habían tenido, pero albergaba la esperanza de estar con él esta noche.Se detuvo en el centro del laberinto, donde una pequeña fuente de piedra dejaba caer el agua en un ritmo constante. Cerró los ojos, respiró profundo. Las flores que bordeaban el seto exhalaban un aroma dulce, casi hipnótico. Por primera vez en semanas, su pecho no dolía.—Nunca imaginé encontrarte aquí sola —dijo una voz que congeló la sangre en sus venas.Calia se giró lentamente.Morvan.Emergió de la penumbra con pasos suaves, vestido con un abrigo oscuro que se fundía con la noche. Su cabello, siempre algo desordenado, parecía aún más salvaje, y sus ojos, azules como el hielo reflejaban un brillo extraño bajo la luz de la luna.—No estoy sola, consejero Morvan —respondió Calia con frialdad, aunque por dentro su corazón comenzó a latir con fuerza—. Este te
Durante tres días enteros, Aleckey recorrió cada rincón del bosque, cada cueva, cada paso oculto en el territorio que había protegido con su vida. Su corazón, antes tan firme y salvaje, latía ahora con una desesperación que lo consumía desde adentro. —¡Calia! —rugía una y otra vez, con la voz quebrada, la mirada ausente, las garras extendidas. No comía, no dormía. Solo buscaba. Ebert, su lobo interior, clamaba por ella. Lo empujaba cada vez más hacia la locura, lo arrastraba a su forma lobuna, donde los sentimientos eran más intensos, más violentos. Al tercer día, Ebert tomó el control… y no lo soltó. El alfa del reino se transformó en una imponente bestia rojiza, de ojos dorados encendidos por la furia, y se adentró en los parajes más oscuros del bosque. Nadie volvió a verlo. No volvió a su forma humana. No volvió a su trono. Solo quedó el eco de un lobo aullando en la lejanía… con el alma rota. La manada quedó en un silencio sepulcral. Sin rey. Sin guía. Sin esperanza. Fue ent
Las nueve manadas recibieron la misiva marcada con el sello real. Un pergamino elegante, sellado con cera roja y la insignia de la nueva corona. Un lobo negro la había traído hasta la mansión de la manada de los Lobos de Hierro, y Dimitri la desenrolló frente al fuego, con Aria sentada en el diván a unos pasos, inquieta por la seriedad en su rostro.Sus ojos leían rápido, pero su ceño fruncido fue la primera alarma.—¿Qué dice? —preguntó Aria, incorporándose un poco—. ¿Es de Calia? —Dimitri no respondió al instante. Su mandíbula se tensó, sus dedos apretaron el pergamino como si quisiera romperlo. —Habla, Dimitri —insistió Aria, ahora de pie.Él alzó la vista hacia ella, su mirada cargada de peso.—Draven se proclama rey alfa —dijo finalmente.—¿Quién es ese? —interrogó confundida.—El hermano menor de Aleckey.—Eso no es todo, ¿verdad?Dimitri negó.—Ha asumido el trono con el respaldo del consejo y ha emitido un mandato oficial para todas las manadas.—¿Qué tipo de mandato?—Debemos
Oscuridad.Eso fue lo único que conoció durante días.Una negrura densa, pegajosa, como lodo cubriéndole el alma. No soñó. No pensó. Solo cayó… y siguió cayendo. Sin fin.Hasta que el dolor la trajo de vuelta.Un ardor punzante en la garganta. Una presión incómoda en el pecho. Y la sensación de que su cuerpo ya no le pertenecía.Calia abrió los ojos de golpe.La luz blanca del techo la cegó por un instante, y cuando intentó moverse, un pitido agudo estalló en sus oídos. Las máquinas que la rodeaban comenzaron a emitir alarmas rápidas, intermitentes. Una pantalla a su lado mostraba líneas irregulares y cifras que no entendía.Todo era nuevo para Calia, no reconocía nada de esos aparatos.Estaba conectada. Había agujas en su brazo izquierdo, y otra en su cuello…¡Una aguja en su cuello!—¡No, no, no…! —intentó gritar, pero apenas y salió un susurro ronco, doloroso.Su garganta estaba reseca, su lengua pastosa. Trató de arrancarse los cables, pero sus brazos estaban débiles, como si no l