Durante tres días enteros, Aleckey recorrió cada rincón del bosque, cada cueva, cada paso oculto en el territorio que había protegido con su vida. Su corazón, antes tan firme y salvaje, latía ahora con una desesperación que lo consumía desde adentro. —¡Calia! —rugía una y otra vez, con la voz quebrada, la mirada ausente, las garras extendidas. No comía, no dormía. Solo buscaba. Ebert, su lobo interior, clamaba por ella. Lo empujaba cada vez más hacia la locura, lo arrastraba a su forma lobuna, donde los sentimientos eran más intensos, más violentos. Al tercer día, Ebert tomó el control… y no lo soltó. El alfa del reino se transformó en una imponente bestia rojiza, de ojos dorados encendidos por la furia, y se adentró en los parajes más oscuros del bosque. Nadie volvió a verlo. No volvió a su forma humana. No volvió a su trono. Solo quedó el eco de un lobo aullando en la lejanía… con el alma rota. La manada quedó en un silencio sepulcral. Sin rey. Sin guía. Sin esperanza. Fue ent
Las nueve manadas recibieron la misiva marcada con el sello real. Un pergamino elegante, sellado con cera roja y la insignia de la nueva corona. Un lobo negro la había traído hasta la mansión de la manada de los Lobos de Hierro, y Dimitri la desenrolló frente al fuego, con Aria sentada en el diván a unos pasos, inquieta por la seriedad en su rostro.Sus ojos leían rápido, pero su ceño fruncido fue la primera alarma.—¿Qué dice? —preguntó Aria, incorporándose un poco—. ¿Es de Calia? —Dimitri no respondió al instante. Su mandíbula se tensó, sus dedos apretaron el pergamino como si quisiera romperlo. —Habla, Dimitri —insistió Aria, ahora de pie.Él alzó la vista hacia ella, su mirada cargada de peso.—Draven se proclama rey alfa —dijo finalmente.—¿Quién es ese? —interrogó confundida.—El hermano menor de Aleckey.—Eso no es todo, ¿verdad?Dimitri negó.—Ha asumido el trono con el respaldo del consejo y ha emitido un mandato oficial para todas las manadas.—¿Qué tipo de mandato?—Debemos
Oscuridad.Eso fue lo único que conoció durante días.Una negrura densa, pegajosa, como lodo cubriéndole el alma. No soñó. No pensó. Solo cayó… y siguió cayendo. Sin fin.Hasta que el dolor la trajo de vuelta.Un ardor punzante en la garganta. Una presión incómoda en el pecho. Y la sensación de que su cuerpo ya no le pertenecía.Calia abrió los ojos de golpe.La luz blanca del techo la cegó por un instante, y cuando intentó moverse, un pitido agudo estalló en sus oídos. Las máquinas que la rodeaban comenzaron a emitir alarmas rápidas, intermitentes. Una pantalla a su lado mostraba líneas irregulares y cifras que no entendía.Todo era nuevo para Calia, no reconocía nada de esos aparatos.Estaba conectada. Había agujas en su brazo izquierdo, y otra en su cuello…¡Una aguja en su cuello!—¡No, no, no…! —intentó gritar, pero apenas y salió un susurro ronco, doloroso.Su garganta estaba reseca, su lengua pastosa. Trató de arrancarse los cables, pero sus brazos estaban débiles, como si no l
Asher estaba boca abajo, inmóvil. Su espalda era un mapa del castigo, surcada por líneas rojas y negruzcas, algunas ya formando costras, otras aún frescas, abiertas, respirando dolor. Encima, las hojas impregnadas de ungüentos ardían como brasas vivas al contacto con su carne, pero él no decía nada. Ni un quejido, ni una maldición. Solo su respiración, pesada, irregular, era la prueba de que aún no se había rendido.Su compañera, Luz lo observaba desde el suelo, con las rodillas cubiertas de tierra seca y la mirada enrojecida por la falta de sueño. Había pasado la noche velándolo, limpiando su fiebre, cambiando los vendajes improvisados. Cada vez que lo tocaba, él se estremecía como si su cuerpo ya no supiera distinguir entre dolor y alivio.—Asher —murmuró, su voz era un susurro, pero cargada de urgencia—. Tenemos que irnos. Esta misma noche. Hay un paso hacia el este… uno de los vigías me debe un favor. Podemos cruzar antes de que amanezca. Nadie sabrá que escapamos.Él no respondió
Draven había llegado al territorio de Dimitri, como ya lo había hecho en otras de las nueve manadas en los últimos quince días. Su presencia imponía, una mezcla de poder y amenaza que llenaba cada sala, cada pasillo, cada respiración.El alfa Dimitri lo recibió en su despacho, con una copa de licor oscuro entre los dedos y una sonrisa controlada. No era la primera vez que debía fingir cortesía. Además ya Dimitri era conocido como un lobo cruel y fuerte. Draven no era un alfa que dejaba cabos sueltos. Si aún no había encontrado a Aleckey, era por algo o alguien lo estaba escondiendo, ya que los lobos salvejes no se van lejos de las tierras que gobernaron o vivieron.—Confia en que, si yo lo hubiera encontrado —comentó Dimitri con una carcajada sin humor—, ya su cabeza estaría colgando sobre mi chimenea... y su piel de lobo adornando el tapiz de mi habitación.Aria, que estaba sentada al lado del fuego, frunció el ceño con disgusto. Las palabras le parecieron repulsivas, pero se obligó
Draven se había marchado hacía unas horas, y la mansión comenzaba a respirar con menos tensión. El silencio que dejó tras su partida era denso, pero nada comparado con el vendaval que estaba por llegar.Cuando el reloj marcó las cuatro de la tarde, Aria irrumpió en la oficina de Dimitri. Cerró la puerta con fuerza y lo miró con los ojos encendidos de rabia contenida.—¿Cómo pudiste? —espetó—. ¿Cómo te atreves a aliarte con ese monstruo?Dimitri alzó la mirada desde su escritorio, sin sorpresa. La había estado esperando, ya que escucho sus pasos furiosos venir a la oficina y por medio del lazo que los unes sentía su furia.—Cuidado con cómo me hablas —murmuró, aunque su tono carecía de verdadera amenaza.—Soy la luna de esta manada. Tu luna. No soy una adorno que puedes ignorar cada vez que tomas decisiones como si yo no importara —gruñó Aria, dando un paso hacia él.En su mente, Forest, su lobo, murmuró con voz grave:—Esa fiereza… me enorgullece. En un parpadeo, Dimitri se puso de p
Ha pasado un mes, y las paredes del refugio comenzaron a impregnarse con las risas tímidas de niños repitiendo salmos, con las voces suaves recitando oraciones. Calia los miraba como si pudiera salvarlos uno a uno. Como si hablarles de amor y bondad los blindara del infierno al que el mundo los había arrojado, pero llegaron los mareos. Las náuseas. El rechazo a ciertos olores, el cansancio repentino, la agitación constante en el pecho. Al principio pensó que era el encierro. La tensión acumulada, pero cuando la doctora la examinó con precisión y rostro grave, su mundo volvió a resquebrajarse. —Estás embarazada —dijo la mujer con un suspiro contenido—. De la bestia. —Calia tragó saliva, su cuerpo entumecido como si no le perteneciera. —Todavía estás a tiempo —añadió la doctora con un tono bajo—. Puedes deshacerte de él. Aquí nadie te juzgará. No necesitas cargar con eso. La ex monja levantó la mirada lentamente. Lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos, pero no eran de miedo. Er
Las cicatrices todavía marcaban la espalda de Asher como testimonio silencioso de su lealtad quebrantada. Aunque su condición de cambiaforma debió haber sanado aquellas heridas hace tiempo, la profundidad de los latigazos, y lo que representaban había dejado una huella más honda que la carne. Su lobo, en señal de resistencia, no permitía que desaparecieran por completo dándole un recuerdo de porque debían poner sus fauces en la garganta de Draven.Desde la caída de Aleckey, tanto Asher como Taylor, los únicos betas presentes en la manada habían cargado con el peso de los entrenamientos. Lo que antes era un programa voluntario y honorable para servir a la manada, ahora era una orden obligatoria dictada por Draven: todos los cambiaformas deben ser entrenados bajo disciplina de guerra. Mano dura. Sin excepciones. Sin clemencia.Taylor seguía cumpliendo esas órdenes… no por miedo a Draven, sino por proteger a quienes amaba. Isolde, quien ya no estaba embarazada: su cachorro había nacido h