Capítulo 68

Calia se deslizaba entre los arbustos del laberinto sintiendo la brisa nocturna acariciar su piel, no había vuelto a ver a Aleckey desde la mañana intensa que habían tenido, pero albergaba la esperanza de estar con él esta noche.

Se detuvo en el centro del laberinto, donde una pequeña fuente de piedra dejaba caer el agua en un ritmo constante. Cerró los ojos, respiró profundo. Las flores que bordeaban el seto exhalaban un aroma dulce, casi hipnótico. Por primera vez en semanas, su pecho no dolía.

—Nunca imaginé encontrarte aquí sola —dijo una voz que congeló la sangre en sus venas.

Calia se giró lentamente.

Morvan.

Emergió de la penumbra con pasos suaves, vestido con un abrigo oscuro que se fundía con la noche. Su cabello, siempre algo desordenado, parecía aún más salvaje, y sus ojos, azules como el hielo reflejaban un brillo extraño bajo la luz de la luna.

—No estoy sola, consejero Morvan —respondió Calia con frialdad, aunque por dentro su corazón comenzó a latir con fuerza—. Este te
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