Pasaron dos días desde aquella tensa cena en la que Aria había visto a Dimitri besando a otra mujer. Desde entonces, no volvió a verlo, ni siquiera en los pasillos de la mansión. Cada vez que pensaba en él, su pecho se llenaba de una mezcla de enojo y algo más que no quería admitir. Sin embargo, la inquietud comenzó a carcomerla. Dimitri no era alguien que se mantuviera alejado por tanto tiempo, y algo dentro de ella la impulsó a buscarlo.Finalmente, aquella tarde, decidió enfrentar sus dudas y fue hasta su aposento. Golpeó la puerta varias veces, pero no recibió respuesta. La incertidumbre la llevó a girar el picaporte y entrar. Dentro, la habitación estaba sumida en una penumbra, a pesar de que afuera el sol aún brillaba con fuerza. Sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la oscuridad, pero pronto distinguió una silueta en el suelo.Dimitri estaba encogido en una esquina de la habitación, desnudo, temblando de manera violenta. Su respiración era pesada y errática, y el s
Para cuando Aria volvió a abrir los ojos, ya se encontraba en la cama de Dimitri, quien dormía a su lado. Se veía diferente a como lo había encontrado en la tarde: relajado, con los labios ligeramente separados y un poco inflamados, el cabello rubio desordenado y la barba apenas crecida, dándole esos rasgos varoniles que se completaban con la estructura perfecta de su nariz.Su brazo la rodeaba de manera protectora, manteniéndola firmemente apretada contra su torso. En ese momento, ambos estaban frente a frente, sintiendo el calor del otro. La poca luz de la noche se filtraba por la ventana, permitiéndole a Aria observarlo con detenimiento y llevándola a suponer que había dormido durante varias horas.Ni siquiera se dio cuenta de cuándo el alfa la había pasado a la cama, abandonando el suelo donde habían consumado su unión por primera vez. No pensó demasiado en lo ocurrido, solo que ahora estaba con Dimitri, desnuda y en su cama, tan cerca de él que sus mejillas se sonrojaron al senti
Cuando estuvieron dentro de la mansión, Aleckey la miró con una furia que no pudo ocultar. Sus ojos brillaban con ese dorado salvaje, y su mandíbula apretada mostraba la frustración que hervía dentro de él. Se acercó a Calia con pasos firmes, la distancia entre ellos se acortaba con cada segundo que pasaba. La tensión era palpable, y el aire a su alrededor parecía cargarse con electricidad.—¿Qué demonios pensabas, Calia? —rugió, su voz cargada de enojo—. ¿Qué clase de juego es este? No puedes coquetear con él.Calia no se movió, mantuvo la mirada fija en él, aunque sus manos temblaban ligeramente. Sabía que él estaba fuera de sí, pero se negaba a ceder ante el miedo, ella sabía que el alfa nunca la lastimaría. Se aprovecharía de esta situación, no hay vuelta atrás, ya había tardado demasiado para tener venganza.—¡No estábamos coqueteando, Aleckey! —respondió con firmeza, su tono firme y serio—. Laurent solo fue amable conmigo. Me contó algunas anécdotas sobre su manada, sobre cosas
—Te haré la pregunta una última vez —gruñó Aleckey, su voz grave reverberando en la celda de piedra—. ¿Dónde se esconden? —El cazador escupió sangre al suelo y sonrió con la misma arrogancia de antes.El hombre estaba cubierto de cortes y moretones, su cuerpo colgando pesadamente de las cadenas que lo sostenían en el aire.—Vas a matarme de todos modos, ¿por qué debería hablar? —El alfa no respondió con palabras. En su lugar, avanzó y le propinó un golpe brutal en el rostro, haciendo que la cabeza del cazador cayera hacia un lado. Su mandíbula crujió con el impacto, pero el hombre soltó una risa ahogada. —¿Es lo mejor que tienes? —murmuró entre dientes rotos.El rey alfa dejó escapar un gruñido bajo. Su lobo rugía dentro de él, exigiendo sangre, exigiendo destrucción. Y a pesar de que entre él y Calia todo estaba resuelto, la imagen de su sonrisa dirigida a otro macho no dejaba de atormentarlo. Era una imagen ardiente, grabada en su mente como una maldita burla que no podía ignorar. L
El jardín de la mansión estaba en su punto más hermoso con la luz del atardecer filtrándose entre los árboles y las enredaderas trepando con elegancia por las columnas de mármol. El aroma a lavanda y rosas flotaba en el aire, pero nada de eso calmaba la tormenta que se cernía sobre las dos mujeres que se encontraban allí. Astrid observaba a Calia con el ceño fruncido, los brazos cruzados sobre el pecho en un claro gesto de desagrado. Calia, por su parte, fingía indiferencia, aunque en su interior ardía la rabia por lo que le había hecho a una de las monjas. —¿Sabes? Me arrepiento de haberte salvado —soltó Astrid con voz cortante. Calia ladeó la cabeza, fingiendo una expresión confundida. —¿De qué estás hablando? Astrid soltó una risa seca y llena de amargura. Dio un paso adelante, acercándose lo suficiente para que sus ojos dorados brillaran con la intensidad de sus emociones reprimidas. —Fui yo quien te sacó de aquella aldea cuando fue atacada —dijo con voz firme. —Yo te llevé
La mañana siguiente una carta llego a Calia, con la letra pulcra y delicada de la madre superiora. La luna enseguida sintió un mal presentimiento incluso antes de romper el sello de cera y leer el mensaje."Querida hija,Confiando en la protección de Dios, me permito escribirte con una inquietud que no me deja en paz. Dos de nuestras hermanas, Sor Kelaya y Sor Corinne, salieron la noche de la fiesta de vínculos para recolectar hierbas con las que preparamos infusiones y ungüentos medicinales. Sin embargo, aún no han regresado y la preocupación ha invadido el convento.Tememos que algo les haya sucedido, pues la noche era densa y el bosque no siempre es seguro, incluso bajo la protección de la manada. Ruego a Dios que ilumine su camino de regreso, pero si puedes interceder con el rey alfa, te agradecería cualquier ayuda para encontrarlas.Que Dios siempre te guíe, Madre Superiora Agatha"El corazón de Calia dio un vuelco.Las monjas no solían abandonar el convento de noche, pero Kelay
Calia, estaba sentada en el borde de la cama que compartía con el alfa, esperando a que Aleckey cruzara la puerta. Apenas lo vio entrar, sus ojos se clavaron en él con una mezcla de ansiedad y desesperación.—¿Han encontrado algo? —preguntó sin rodeos, su voz firme pero cargada de una preocupación apenas disimulada.Aleckey se detuvo en seco, sus ojos verdes reflejando un cansancio que no intentó ocultar, ya que incluso él ha estado uniéndose a la búsqueda de las monjas perdidas.—No —respondió con sequedad, quitándose la capa dejando su torso descubierto y dejándola sobre una silla—. Mis betas han rastreado toda la zona y no han hallado rastro de ellas.El silencio que siguió fue pesado, insoportable. La ira ardió en el pecho de Calia como una llama que llevaba años ardiendo sin cesar.—Quizás no eres un buen rey, Aleckey —dijo ella, poniéndose de pie de golpe. Su voz firme contrastaba con la tormenta de emociones en su interior—. Prometiste proteger a mis hermanas del convento, pero
Calia ingresó en la habitación cerrando la puerta con suavidad, sus pasos silenciosos sobre el suelo de piedra apenas producían sonido. Su mirada recorrió la estancia hasta detenerse en la gran tina de madera ubicada en el centro, donde Aleckey se sumergía en el agua tibia impregnada con aceites aromáticos de lavanda. Sus músculos brillaban bajo la luz tenue de las velas, cada gota resbalando por su piel resaltaba su poderosa complexión.Aleckey levantó la vista al percibir su presencia, su expresión era impasible, pero sus ojos dorados la examinaban con intensidad.—¿Dónde estabas? —preguntó con voz grave.Calia vaciló un segundo antes de responder con naturalidad:—Tomando aire fresco.No había mentira en sus palabras, pero tampoco toda la verdad. Se quedó de pie a unos pasos de él, sintiendo el calor envolvente del agua perfumada y la electricidad que siempre surgía entre ambos cuando estaban cerca. Observó cómo Aleckey se incorporaba dentro de la tina, dejando al descubierto su to