El silencio en el comedor era sofocante. Solo el sonido de la respiración acelerada de Luz y los gruñidos bajos de los gemelos llenaban el ambiente. Axel y Asher se mantenían inmóviles, atrapando a la humana entre sus cuerpos como si cualquier intento de apartarla fuera una amenaza directa.Aleckey frunció el ceño. No podía creer lo que veía.—No puede ser… —murmuró, su voz baja y tensa.Aleckey estaba incrédulo. Sabía que el destino era caprichoso, pero jamás imaginó que los gemelos encontrarían a su compañera en una simple humana. No solo era extraño, sino potencialmente peligroso.El miedo en los ojos de Luz era palpable. Su piel estaba pálida, y su cuerpo temblaba ligeramente. La joven no comprendía lo que estaba ocurriendo, pero su instinto le decía que cualquier movimiento en falso podría sellar su destino.Calia dio un paso al frente, con intención de intervenir.—Tenemos que sacarla de aquí antes de que…—No —la interrumpió Aleckey con voz firme.Ella lo miró con el ceño frunc
El sonido del viento azotando el campamento improvisado despertó a Calia. No hizo intento de moverse al sentir el calor del hombre detrás de ella, pero sí giró entre sus brazos para mirar su rostro. Los recuerdos del brutal asesinato golpearon su mente, y la furia la invadió al instante. Se odiaba por ser tan débil, por no poder acabar con él en ese mismo momento.Su venganza tenía que esperar, y aunque tardara años en tejer su plan de forma precisa para destruir al alfa, lo haría. Calia sabía que aquello la llevaría a la destrucción, pues no podía negar lo que sentía por el hombre de cabello rojo. Sin embargo, su deber era acabar con él, por su familia e incluso, por ella misma.—¿En qué piensas, monjita? —La voz ronca de Aleckey la sacó de sus pensamientos. Sus ojos azules se encontraron con los verdes de él.Un estremecimiento recorrió su cuerpo al sentir las callosas manos del alfa arrastrándose lentamente por su espalda, dejando un calor persistente en cada centímetro de piel que
Fuera, todo se estaba congelando: los árboles, la fuente e incluso el invernadero de la señora Liora. Sin embargo, dentro, Calia ardía de calor, atrapada bajo el cuerpo de Aleckey, con sus piernas envueltas en su cintura mientras él daba sus últimas embestidas, culminando con un bajo gruñido.Se mantuvo firme, con los brazos apoyados a cada lado de su cabeza. Ella suspiró pesadamente antes de mirarlo a los ojos, que brillaban en un intenso dorado.—Mmm… mi luna —gruñó antes de besarla.—Alfa… —Un gruñido de molestia escapó de sus labios.—¿Qué? —interrogó sin apartar la mirada de los ojos de Calia, quien intentó escabullirse de debajo de él. Aleckey, sin embargo, apoyó más su peso, haciéndolo imposible.—Nada de escapar, mi luna —advirtió, moviendo su cadera lentamente. Calia dejó escapar un bajo gemido.—Shh… el imbécil puede escuchar —murmuró antes de volver a besarla, tomando sus gemidos solo para él.—Los alfas del exterior han empezado a llegar —la voz de un guardia se escuchó a
Una semana después de que Aleckey le regalara a Calina la tiara esta decidió visitar el convento a travesando el viento gélido de la tarde que se arremolinaba entre los árboles desnudos, sacudiendo las ramas con un murmullo helado. Calia caminaba con paso firme por el sendero que conducía al convento, su largo abrigo negro ondeando a su alrededor como una sombra errante. A pesar del frío, no se detuvo ni una sola vez. Había esperado demasiado para este momento.La edificación se erguía imponente entre los campos cubiertos de escarcha, un refugio apartado del bullicio del reino. Aleckey había creado este convento para las monjas que la cuidaron, alejándolas de todos. Era un gesto que ella comprendía, pero que no podía agradecer del todo. Después de todo, sus emociones eran lanzadas al pozo negro donde se arremolinaba su deseo de venganza.Atravesó la verja de hierro y sintió que la paz del lugar la envolvía. Algunas monjas caminaban por los jardines, envueltas en sus hábitos oscuros, m
La noche era profunda y silenciosa cuando Aleckey sintió un tirón en su pecho. Abrió los ojos de golpe, jadeando, su cuerpo cubierto de una fina capa de sudor. No estaba en su habitación. No estaba en ningún lugar que reconociera.A su alrededor, un bosque denso se extendía bajo una luna enorme y sangrienta. Las sombras danzaban entre los árboles, moviéndose con un ritmo hipnótico. Un viento helado le erizó la piel, pero lo que verdaderamente lo hizo contener el aliento fue la figura frente a él.Calia.No era la misma mujer que conocía. No era la monja rebelde, ni la humana frágil que había tomado como su luna. Estaba de pie sobre una roca, sus ojos brillando con un tono dorado que rivalizaba con el suyo. Su cabello plateado se agitaba con el viento, y su piel parecía irradiar una energía vibrante, peligrosa.Pero lo más impactante era lo que se formaba a su alrededor.Su cuerpo tembló y, ante los ojos de Aleckey, su forma cambió. Su piel se desgarró, sus huesos se rompieron y acomod
No podía ser posible. Calia lo pensaba mientras el silencio se extendía como un manto espeso y sofocante después del reclamo de Dimitri.La monja Aria permanecía paralizada, con el rostro desencajado, observando cómo aquel hombre avanzaba con ojos brillantes de posesividad, su presencia emanando una autoridad feroz y salvaje.—¡No te le acerques! —bramó Calia, interponiéndose entre ambos con los brazos extendidos, como un escudo desesperado.Un gruñido profundo, gutural y primitivo emergió del pecho de Dimitri.—Es mi luna —gruñó con fiereza, sus colmillos apenas asomando entre sus labios.—No la vas a tocar —sentenció Calia, su ceño fruncido y su postura firme. No iba a permitir que su amiga sufriera el mismo destino que ella, o quizá algo mucho peor, a manos de aquel alfa salvaje. Aria había sido testigo de cómo Dimitri casi había asesinado a Aleckey; sabía que no se detendría si alguien intentaba oponerse a él.—Calia —la voz de Aleckey la obligó a volverse. Su mirada era una adver
Calia despertó temprano y se arregló con rapidez para ir en busca de Aleckey, quien ni siquiera se dignó a presentarse anoche. La monja se desplazó con prisa, siguiendo el vínculo sin siquiera darse cuenta de que lo estaba utilizando.Ingresó a la oficina del alfa y lo encontró de espaldas, mirando por la ventana con el torso descubierto y aún vistiendo el pantalón de la noche anterior.Ella se permitió recorrer el lugar con la mirada, notando algunas pieles cerca de la chimenea. Al parecer, Aleckey las había utilizado como cama.—¿Sabes dónde están Dimitri y Aria? —preguntó, esperando al menos ver a su amiga. No se rendiría tan fácilmente. Calia pensaba que, quizás, si lograba llevar a Aria en secreto al convento, la madre superiora podría enviarla a otro lugar seguro. Pero esas esperanzas murieron con las siguientes palabras del rey alfa.—Probablemente llegando al territorio de Dimitri.—¿Qué? —susurró débilmente, sintiendo sus piernas igual de frágiles.—Dimitri cruzó los límites
Calia llevaba pantalones ajustados de cuero y una blusa sin mangas, su largo cabello recogido en una trenza. Frente a ella, un hombre de complexión fuerte, un compañero de entrenamiento y el que ha resaltado más en cada prueba.—Vamos, luna, muéstreme lo que tiene —provocó su oponente, un lobo llamado River.Calia apretó los dientes, sintiendo el temblor de sus músculos. No tenía idea de cómo pelear. Intentó imitar lo que había visto en los entrenamientos previos y lanzó un golpe torpe. River lo esquivó con facilidad y le dio un empujón que la hizo caer de espaldas contra el suelo terroso.Algunas risas surgieron entre los observadores, pero Aleckey no sonrió. Él la observaba en silencio con los brazos cruzados. Calia sintió el ardor de la humillación encenderse en su pecho y, sin pensarlo, se levantó de un salto. Demasiado rápido. Demasiado ágil.El murmullo entre los presentes se apagó. Calia parpadeó, sorprendida por su propia reacción. Su cuerpo no le dolía, su respiración no esta