Fuera, todo se estaba congelando: los árboles, la fuente e incluso el invernadero de la señora Liora. Sin embargo, dentro, Calia ardía de calor, atrapada bajo el cuerpo de Aleckey, con sus piernas envueltas en su cintura mientras él daba sus últimas embestidas, culminando con un bajo gruñido.Se mantuvo firme, con los brazos apoyados a cada lado de su cabeza. Ella suspiró pesadamente antes de mirarlo a los ojos, que brillaban en un intenso dorado.—Mmm… mi luna —gruñó antes de besarla.—Alfa… —Un gruñido de molestia escapó de sus labios.—¿Qué? —interrogó sin apartar la mirada de los ojos de Calia, quien intentó escabullirse de debajo de él. Aleckey, sin embargo, apoyó más su peso, haciéndolo imposible.—Nada de escapar, mi luna —advirtió, moviendo su cadera lentamente. Calia dejó escapar un bajo gemido.—Shh… el imbécil puede escuchar —murmuró antes de volver a besarla, tomando sus gemidos solo para él.—Los alfas del exterior han empezado a llegar —la voz de un guardia se escuchó a
Una semana después de que Aleckey le regalara a Calina la tiara esta decidió visitar el convento a travesando el viento gélido de la tarde que se arremolinaba entre los árboles desnudos, sacudiendo las ramas con un murmullo helado. Calia caminaba con paso firme por el sendero que conducía al convento, su largo abrigo negro ondeando a su alrededor como una sombra errante. A pesar del frío, no se detuvo ni una sola vez. Había esperado demasiado para este momento.La edificación se erguía imponente entre los campos cubiertos de escarcha, un refugio apartado del bullicio del reino. Aleckey había creado este convento para las monjas que la cuidaron, alejándolas de todos. Era un gesto que ella comprendía, pero que no podía agradecer del todo. Después de todo, sus emociones eran lanzadas al pozo negro donde se arremolinaba su deseo de venganza.Atravesó la verja de hierro y sintió que la paz del lugar la envolvía. Algunas monjas caminaban por los jardines, envueltas en sus hábitos oscuros, m
La noche era profunda y silenciosa cuando Aleckey sintió un tirón en su pecho. Abrió los ojos de golpe, jadeando, su cuerpo cubierto de una fina capa de sudor. No estaba en su habitación. No estaba en ningún lugar que reconociera.A su alrededor, un bosque denso se extendía bajo una luna enorme y sangrienta. Las sombras danzaban entre los árboles, moviéndose con un ritmo hipnótico. Un viento helado le erizó la piel, pero lo que verdaderamente lo hizo contener el aliento fue la figura frente a él.Calia.No era la misma mujer que conocía. No era la monja rebelde, ni la humana frágil que había tomado como su luna. Estaba de pie sobre una roca, sus ojos brillando con un tono dorado que rivalizaba con el suyo. Su cabello plateado se agitaba con el viento, y su piel parecía irradiar una energía vibrante, peligrosa.Pero lo más impactante era lo que se formaba a su alrededor.Su cuerpo tembló y, ante los ojos de Aleckey, su forma cambió. Su piel se desgarró, sus huesos se rompieron y acomod
No podía ser posible. Calia lo pensaba mientras el silencio se extendía como un manto espeso y sofocante después del reclamo de Dimitri.La monja Aria permanecía paralizada, con el rostro desencajado, observando cómo aquel hombre avanzaba con ojos brillantes de posesividad, su presencia emanando una autoridad feroz y salvaje.—¡No te le acerques! —bramó Calia, interponiéndose entre ambos con los brazos extendidos, como un escudo desesperado.Un gruñido profundo, gutural y primitivo emergió del pecho de Dimitri.—Es mi luna —gruñó con fiereza, sus colmillos apenas asomando entre sus labios.—No la vas a tocar —sentenció Calia, su ceño fruncido y su postura firme. No iba a permitir que su amiga sufriera el mismo destino que ella, o quizá algo mucho peor, a manos de aquel alfa salvaje. Aria había sido testigo de cómo Dimitri casi había asesinado a Aleckey; sabía que no se detendría si alguien intentaba oponerse a él.—Calia —la voz de Aleckey la obligó a volverse. Su mirada era una adver
Calia despertó temprano y se arregló con rapidez para ir en busca de Aleckey, quien ni siquiera se dignó a presentarse anoche. La monja se desplazó con prisa, siguiendo el vínculo sin siquiera darse cuenta de que lo estaba utilizando.Ingresó a la oficina del alfa y lo encontró de espaldas, mirando por la ventana con el torso descubierto y aún vistiendo el pantalón de la noche anterior.Ella se permitió recorrer el lugar con la mirada, notando algunas pieles cerca de la chimenea. Al parecer, Aleckey las había utilizado como cama.—¿Sabes dónde están Dimitri y Aria? —preguntó, esperando al menos ver a su amiga. No se rendiría tan fácilmente. Calia pensaba que, quizás, si lograba llevar a Aria en secreto al convento, la madre superiora podría enviarla a otro lugar seguro. Pero esas esperanzas murieron con las siguientes palabras del rey alfa.—Probablemente llegando al territorio de Dimitri.—¿Qué? —susurró débilmente, sintiendo sus piernas igual de frágiles.—Dimitri cruzó los límites
Calia llevaba pantalones ajustados de cuero y una blusa sin mangas, su largo cabello recogido en una trenza. Frente a ella, un hombre de complexión fuerte, un compañero de entrenamiento y el que ha resaltado más en cada prueba.—Vamos, luna, muéstreme lo que tiene —provocó su oponente, un lobo llamado River.Calia apretó los dientes, sintiendo el temblor de sus músculos. No tenía idea de cómo pelear. Intentó imitar lo que había visto en los entrenamientos previos y lanzó un golpe torpe. River lo esquivó con facilidad y le dio un empujón que la hizo caer de espaldas contra el suelo terroso.Algunas risas surgieron entre los observadores, pero Aleckey no sonrió. Él la observaba en silencio con los brazos cruzados. Calia sintió el ardor de la humillación encenderse en su pecho y, sin pensarlo, se levantó de un salto. Demasiado rápido. Demasiado ágil.El murmullo entre los presentes se apagó. Calia parpadeó, sorprendida por su propia reacción. Su cuerpo no le dolía, su respiración no esta
Al principio, Calia pensó que se estaba volviendo loca, pero la voz la guio con precisión, y sus instintos la llevaron a superar cada obstáculo con una facilidad sobrehumana.Ahora, sentada en la habitación que ha estado compartiendo con el rey alfa, con los dedos entrelazados y la mente revuelta, sabía que tenía que hablar con Aleckey. Respiró profundo antes de ponerse de pie y dirigirse hacia la oficina del alfa.Al entrar, lo encontró con la mirada fija en un mapa sobre la mesa, su torso desnudo iluminado por la luz de la chimenea. Su presencia era imponente, pero en cuanto alzó la vista y la vio, su expresión se suavizó.—Calia —dijo con calma, notando su rostro tenso—. ¿Qué sucede?Ella tragó saliva y cerró la puerta tras de sí.—Hay algo que necesito contarte —murmuró, jugando con sus manos—. Algo extraño me está ocurriendo. Cuando termine de entrenar anoche, me fui al bosque. Sentí que me llamaba, cerré mis ojos conectando con algo en mi cabeza —la mirada de Aleckey seguía pues
Dimitri ajustó el abrigo alrededor de los hombros de Aria con una precisión casi ensayada, asegurándose de que estuviera bien cubierta. Sus dedos rozaron la piel de la joven por un breve instante, provocándole un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío.La monja apartó la vista con rapidez, pero no pudo evitar notar lo cerca que él estaba. A pesar de su imponente presencia y del aura dominante que lo envolvía, había en él una calidez inesperada. La fragancia que emanaba de su piel, rocío de lluvia y bosque recién llovida, se filtró en sus sentidos, dejándola momentáneamente atrapada en su esencia. Era el tipo de aroma que evocaba algo primitivo, algo que despertaba la naturaleza dormida en lo más profundo del alma.—¿Lista? —preguntó Dimitri, con una sonrisa apenas perceptible en los labios.Aria asintió, reprimiendo el impulso de retroceder cuando él extendió un brazo, indicándole que avanzara primero. Caminaban a paso lento, sin prisa, recorriendo el corazón de la manada. A