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Capítulo 2: ¿¡Mi hermano es mi mate!?

Narra Chloë

Finalmente ha llegado la hora de transformarme, estoy super nerviosa la verdad.

Me encuentro en un campo abierto de césped verde, rodeado de arboledas, esperando a que la luna llegue hasta su punto más alto.

¿Y si no me transformo? ¿Qué tal si mi cuerpo muta a otra cosa que no sea un lobo? Me preocupa. Es que es mi primera transformación y no tengo ni una pizca de experiencia para saber como se sentiría.

Me comentaron que es doloroso, y hubo ocasiones donde alguien se transformaba y mutó a una especie de perro con tres colas y con cuernos. Es extraño, porque después de esa transformación ya no se volvió a saber de esa persona, solo se sabe que era una mujer.

—Chloë, ¿estás lista?— dijo de repente mi loba Alice.

—Oh, Alice... Creí que no vendrías —aparenté estar anonadada.

—Jajaja como crees—rió levemente—Claro que vendría querida, no me perdería ni un segundo de tu transformación. Es más, por obvias razones tengo que estar presente por si algo sale mal.

—Comprendo. Entonces... ¿te quedarás?—hice el puchero que cualquier niño malcriado haría para convencer a la otra persona.

—Obvio que sí cariño, en cada momento que tus huesos se compriman allí estaré.

—Está bien. Muchas gracias Alice—sonreí nerviosa, tomé un último suspiro.

La luna ya llegó a su punto más alto. Mis huesos se desviaban, crujían y retorciéndome del dolor a la par que daba leves aullidos, era tan doloroso, no lo soportaba. Mis aullidos cada vez eran más intensos y fragorosos, se me alargaban las uñas, me salían vellos por todo el cuerpo. Mi vista se ponía brumosa, mi pulso se aceleraba y tenía miedo de que muera del dolor.

Me retorcía en el suelo, parecía que estaba sufriendo de un episodio de epilepsia, veía estrellitas, mi vista se nublaba, cuando a lo lejos veía una silueta muy similar a la de mi hermano. Es Abel.

—Chloë, ya estoy aquí— me sostuvo y colocó mi cabeza sobre sus piernas dándome caricias para que lograra relajarme. Aún así era imposible. Mis huesos seguían acomodándose. La agonía cada vez hacía fuerza.

—Abel...—gruñí— ¡Aún me duele! ¡Duele mucho!

Di un último aullido estrepitoso y ensordecedor. Me di cuenta que ya había pasado el agobiante infierno de dolor, todo se puso negro. Me había desvanecido.

Había pasado un buen rato, despierto y me levanto del suelo, distingo que tengo patas con pelaje blanco, todo mi cuerpo lo tenía. Olfateo un ligero aroma de tierra húmeda del bosque, y una fragancia exquisita a frutilla, es delicioso.

—¿Y bien Chloë? ¿Qué tal te sientes?—cuestiona mi loba Alice.

—Creo que estoy bien, aunque algo mareada... ¿Y Abel? Él estaba aquí, ¿Dónde está?

—No tengo idea. No le presté mucha atención, pero igual deberías buscarlo. Ya que él...

—¿Ya que el qué...?

—Es tu mate. Abel es tu mate Chloë.

—¡¿Mi qué?!—digo exaltada.

Empiezo a otear desesperada a todas partes esperando ubicar a Abel. Súbitamente un lobo con pelaje negro y de ojos color carbón brillante aparece frente a mí; su estructura era gigante para mi gusto, me tenía acorralada con sus patas negras en el suelo.

Al poco tiempo, analicé bien su rostro, su nariz, su hocico, sus ojos y la forma en que sus orejas permanecían puntiagudas.

Me gruñía pícaro.

—¿Abel...?

Narra Abel

Sin duda alguna, Chloë se ve hermosa con aquél pelaje cual nieve blanca, un pelaje blanco que a simple vista cualquiera podría percatarse de lo suave y sedoso que es.

La acorralé con mis patas negras, gruñí pícaro.

—Sí Chloë, soy yo. Tu hermano, o más bien... tu mate. ¿Sabes por qué? Porque durante añares estuve buscando a mi mate, no sabía que tú lo eras. Vivíamos toda una vida juntos y no me daba cuenta, hasta que supe que tu loba había inhibido tu aroma todo este tiempo. Por eso debes aceptar estar conmigo. O es un sí o un sí—mis sospechas eran ciertas, y Matt tenía razón. Chloë es mi mate.

—Pe-pero... ¿por qué yo? Yo no puedo, es algo imposible, soy tu hermana—mencionó a la par que cristalizaban su ojos. No sé si sea de la emoción o por otro motivo, pero estoy seguro que es de la emoción.

—Aunque parezca algo imposible, esta es la realidad. Por más que seas mi hermana, ¡eres mi mate y punto! ¡¡Sólo mía y de nadie más!!—aún la tenía acorralada. Hubo una pausa, donde el silencio era el imperante. A Chloë se la notaba algo asustaba por la forma que la estaba hablando, es que yo soy así. Dominante.

—Está bien.—resopló— P-pero...

—¡¡Nada de peros!!— la interrumpí— Transfórmate en humana nuevamente, iremos a hablar con nuestros padres.—dije con autoridad.

—De acuerdo—señaló nerviosa.—Pero quítate de encima, me siento un poco incómoda. Además, no me gusta que me miren cuando me cambio, y lo sabes Abel.

—...—enarqué una ceja pero después desvié la mirada a otra parte.

Escuchaba como crujían sus huesos, volviendo a su forma normal. Se escuchaban jadeos, Chloë estaba tensa, comprendo, porque es algo complicado volver a transformarse en humano. Pero con el tiempo ya uno irá dominando su transformación, así como yo.

—Listo—me di vuelta y... ¡Okay! Mi hermana está prácticamente desnuda, no tenía nada de ropa, solo quedó su ropa interior. Me puse nervioso y sentí que mis mejillas empezaban a calentarse con solo mirarla.—Abel... tengo frío... mi ropa se deshizo durante la transformación—dijo tiritando.

—Vale, es tu día de suerte porque traje conmigo un abrigo por si las moscas—dije sin quitarle la mirada de encima.

Chloë tomó mi abrigo y se las puso. Le eché una mano para ayudarla pero obviamente tratando de no mirar lo que no debía mirar. Sin embargo, la tentación me ganó.

—Te queda muy sexy mi sudadera—mencioné lascivo.

—B-Basta...—adicionó.—Eres un pervertido Abel. Además... ¡TE DIJE QUE NO ME MIRES MUCHO!

—Pero así te gusto, ¿no?—argumenté

— Ya vámonos ¿no?...—remarcó el "no".

—Agh... Me encanta como tratas de hacerte la difícil—alego con una tonalidad pícara.

—Y a mí me encantaría que dejes de ser un idiota—se cruzó de brazos.

Sin dudas, mi hermana se ve tan sensual usando una ropa mía, de paso mis feromonas impregnadas en el abrigo se adhieren a ella.

Mientras íbamos caminando, sin importarme lo que pudiera hacerme, abracé su cintura para que a propósito se sintiera incómoda.

Todo el trayecto caminamos así, y como lo supuse, Chloë estaba incómoda. Lo podía notar, su respiración era acelerada. Es tan tierna.

—Abel, ¿Cómo se lo diremos a nuestros padres? ¿Crees que lo vayan a tomar mal?—mencionó levantando su mirada.

—Ni yo lo sé, cariño. Es probable que no, aunque las circunstancias pueden cambiar. Y eso lo averiguaremos una vez lleguemos a la manada.

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