Capítulo 8
Juan Estaba furioso hasta la médula porque la conocía muy bien. Además, todavía era su primera vez que ella tuvo sexo con él.

En este momento en la oficina reinaba un silencio.

El director de relaciones públicas dijo secando el sudor: —Fue alguien que envió anónimamente el mensaje de la señora Suárez, y la señorita Fernández también dijo que protegería al señorito a toda costa...

Se lo confesó todo porque percibió que el estado de ánimo de Juan estaba alterado y no se atrevió a ocultar nada.

Los ojos de Juan se volvieron sombríos al instante. Dijo con un aspecto indiferente y desagradable:

—Vuelve y arregla tus cosas, te despediré.

Al oír eso, el director le pidió amargamente clemencia, pero en vano, y finalmente fue sacado a rastras por los guardias de seguridad.

Esta vez, Juan atribuyó a todo eso a su descuidado. Sintió las extrañas emociones por Lorena aún más y no pudo eliminarlas de su mente.

Durante varios días consecutivos, Lorena no recibió la llamada de ninguna persona del Grupo López. Una semana después, el hospital la llamó para recordarla que debería realizar un examen de embarazo. Simplemente en este momento recordó Lorena que había concebido una pequeña vida. Debería haberse sentido feliz por tener un vínculo inextricable con Juan en este mundo. No obstante, ahora realmente no podía sentirse feliz por el hijo ilegítimo de Juan, así que, ¿qué era su propio hijo comparado con este bastardo?

Al pensarlo, Lorena creía que el destino se estaba burlando de ella, y su hijo era una vida inesperada. Dudó si abortar, pero ya llegó la hora de tomar una decisión.

Al final, fue al hospital sin decírselo a nadie. El médico la examinó y, al ver que dudaba, le dijo con ternura:

—El feto se desarrolla saludablemente, todos los indicadores son normales, si no lo quieres, toma pronto tu decisión.

Lorena vaciló. Sonrió con el rostro pálido y le contestó:

—Gracias, lo consideraré.

Después de terminar la frase, se alzó de la silla, con los pensamientos revueltos, caminaba hacia la puerta. Bajó la cabeza, con la espalda delgada, y parecía un poco solitaria.

Cuando Lorena estaba aturdida, un niño pequeño que saltó de la nada le golpeó la pierna de pronto, y luego se cayó al suelo y lloró imperiosamente tapando la frente.

Lorena estaba a punto de agacharse para ayudarle, pero al ver la cara del niño se quedó ligeramente sorprendida.

Y entonces, no muy lejos, llegó la voz ansiosa y preocupada de Susana:

—Pedro ...

Susana corrió hacia allí, echó un vistazo a Lorena y, tuvo a Pedro en sus brazos y lloró desconsoladamente como si Lorena hubiera intimidado a su hijo.

Los llantos de un niño y una adulta llamaron la atención a una gran cantidad de gente.

Enseguida, Juan también corrió desde un lado, con las mangas subidas hasta sus antebrazos. Mostró un aspecto frío y severo. Cuando vio esta escena, su cara se volvió hosca instantáneamente. Luego miró a Lorena fijamente con su vista aguda.

En este momento Susana habló sollozando:

—Señorita Suárez, es mi culpa, no tienes por qué hacer el daño a mi niño, solamente tiene dos años, déjelo en paz.

Sus palabras la enmudecieron, y le parecían muy ridículas. Pensó: «¿acaso Susana era adicta a la actuación?» Ya estaba incluso un poco cansada de lidiar con las tácticas de Susana, lo que no le interesaba.

Juan cogió al niño sin hablar nada y lo acarició suavemente, con los ojos rebosantes de ternura y cariño.

Ese temperamento mezclado de frialdad y ternura se combinó excepcionalmente bien en él.

Miró a Lorena con la vista un poco aguda y dijo frunciendo ligeramente las cejas:

—¿Por qué estás aquí? ¿Nos estás siguiendo?

Era una pregunta interrogativa, impregnada de ira e indiferencia. Su interrogación hizo que le temblara el corazón a Lorena, así que se sintió peor. Entonces le preguntó riendo ligeramente:

—¿La gente que viene aquí tiene que estar relacionada contigo? ¿Tú crees quién eres?

Poco a poco, aquel niño dejó de llorar en los brazos de Juan. Parecía que era más dependiente de su padre. Esta escena le desagradó. Y pensando en la razón por la que vino aquí, se sintió aún más desagradable. Era como si un algodón le estuviera bloqueando el pecho y no pudiera respirar. Esta emoción reprimida profundamente le hizo sentir incluso un ligero dolor en el vientre.

Mientras tanto, Susana habló suavemente:

—Pedro tiene fiebre, Juan y yo le acompañamos a ver al médico, no esperábamos que el niño se hubiera ido en poco tiempo. ¡Qué casualidad! Está a tu lado, señorita Suárez, ¿qué quieres hacer?

Su implicación era como si ella estuviera acusando a Lorena de secuestrar al niño.
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