Después de secarnos y ponernos la ropa, entramos a la casa, hasta llegar a un comedor amplio. Me senté en uno de los ocho sillones blancos, disponibles frente a la mesa de madera. En el centro de ella había un hermoso ramo con rosas rojas.
Peter se sentó a mi lado y poco después entró al comedor un hombre alto, de cabello castaño claro y ojos cafés; usaba un uniforme blanco, como el de los chefs y traía una botella de vino tinto en la mano, junto con dos copas. Las llenó y la puso delante de nosotros.
—Gracias, Jahir —el hombre hizo una reverencia y se fue.
—Pruébala —pidió Peter. Acerqué la copa a mi rostro, caté el vino, como él me había enseñado, y luego disfruté del delicioso regusto que dejó en mi paladar—. Quiero saborearlo en tu boca —¿Fue una orden o un deseo?—. Ven
—Natalie, ¿dónde estuviste todo el día? —preguntó la voz chillona de Pattie.¿Cómo entró a mi apartamento?—Leo me llamó llorando. Dijo que tú... ¿qué es lo que te está pasando? —Odié su tono de reproche y quería estrangular a Leo por llamar a mi madre. No tenía derecho de involucrarla.—Escucha, mamá. Soy una mujer adulta, no una niña, y eso es algo que ambos tienen que entender.—¿Cómo puedes ser tan insensible? Tenías una relación sólida con él y lo dejas a un lado —exhalé exhausta por tener que seguir dando vueltas en círculos con respecto al mismo tema.¿Por qué no se pone de mi lado? Se supone que su hija soy yo, no él.Caminé a mi habitación y cerré la puerta con
Llamé a Leo de camino a mi apartamento, mientras viajaba en un taxi. Algo me dijo que ir a Suiza era lo correcto y pensé que estaba en deuda con él, que merecía la oportunidad, por haber dedicado su tiempo para encontrar una solución a mi pérdida de memoria. Le dije que me iría con él con una condición, Pattie no podía saberlo, no quería enfrentarla en ese momento. Quedamos en salir el lunes a primera hora, esperaba hablar con Peter antes de eso para darle la noticia en persona, de lo contrario, me tocaría decírselo por teléfono.—Dichoso los ojos que te ven —le dije a Ming. La encontré en la entrada del edificio con un chico.—Hola, Nat. Te presento a mi primo Aoi, llegó hoy de Nagoya y se va a quedar conmigo un tiempo.—Hola, Aoi.—No habla inglés, por eso lo enviaron, para que le enseñe.<
—Hola, soñadora. Espero que no hayas desayunado, Marie preparó un banquete para ti —su saludo llegó acompañado por un abrazo. Lo apreté fuerte contra mí, sabiendo que esa sería la última vez que nuestros cuerpos estarían tan cerca—. ¿Qué pasa? —preguntó, intuyendo que algo iba mal.El banquete de Marie no llegaría a ser servido luego de que contestara esa pregunta. La noche anterior, luego de botar a Leo casi a empujones de mi apartamento, me tumbé en la cama a pensar en mis posibilidades, que se resumieron en dos: mentir o decir la verdad.—Tengo que decirte algo. ¿Podemos sentarnos? —le pedí con nerviosismo.—Eso puede esperar, desayunemos primero —instó con ternura.—No puede esperar, tiene que ser ahora.—Es algo malo, lo siento en tu voz. Fue Henry, te dijo que
Cinco días, el mismo número de sesiones con el psicólogo Thomas Vincent, y el único avance que habíamos logrado era un título para mi estado severo de obcecación: Amnesia Disociativa Psicógena.Según Vincent, la experiencia que tuve en L.A. me originó un alto nivel de estrés que me llevó a bloquear mis recuerdos; porque él afirmaba que mis recuerdos seguían ahí, la dificultad estaba en el acceso consciente y la recuperación de ellos. Y a razón de mi insistente deseo de reprimirlos, seguían escondidos.Lo de mi estado de coma seguía siendo un misterio, los estudios que me hizo no revelaron nada que esclareciera ese hecho. Vincent estaba convencido de que, de forma inconsciente, me induje el coma, cosa que le fascinaba sobremanera.—Como usted misma ha mencionado, ha tenido dos episodios en presencia del señor C
Llegué a Ottawa a las ocho de la noche. Resultó que me equivoqué al comprar el pasaje y elegí un vuelo con escalas, por lo que tardé cuatro horas más en llegar.Mientras viajaba en el taxi que me llevaría a casa, se me ocurrió una idea bastante estúpida y desesperada que se materializó con una petición al chófer. ¡Le di la dirección de Peter!—Espéreme aquí, puede que no tarde mucho —le dije cuando llegamos al destino.—No hará lo que creo, ¿verdad?—¿Y qué cree que haré? —repliqué.—Meterse a robar en esa casa.—¿Tengo cara de ladrona? —le pregunté ofendida.—La cara no tanto, pero el aspecto… —miré boquiabierta al taxista y luego me di un vistazo rápido para corroborar la insinuació
Una semana después, mi vida volvía a la “normalidad”. Regresé a Bernie´s, a pesar de la renuencia de Peter. Él podía tener dinero y todo lo que le diera la gana, pero yo quería mantener mi independencia.Con el tema de las drogas, no habíamos avanzado en nada. Peter era muy bueno inventando excusas y sabía cómo distraerme. Él era una excelente tentación en la que siempre caía cuando se lo proponía. Y, como no quería hablarme de lo suyo, entonces yo tampoco le conté lo que pasó en Suiza. Tarde o temprano, alguno tenía que ceder, pero ninguno estaba realmente interesado en perder.Pasé dos días escondida en su casa antes de atreverme a volver a mi apartamento, aunque por él me hubiera quedado a vivir allá. Pero era muy pronto y teníamos muchas cosas que resolver antes.Cuando le cont&ea
Un silencio abrumador ocupaba la sala. Era tal la afonía que solo podía escuchar el tictac del reloj que colgaba en la pared delante de mí. Marcaba las 11:15, faltaba poco para medianoche.Concentré la mirada en mis dedos tembloroso. Tenía las uñas pintadas de lila y algunas comenzaban a desconcharse.No compraré de nuevo esa marca de esmalte, anoté en mi mente.—¿Nos va a decir o no qué hace aquí, señorita Williams? —preguntó el oficial Dawson, con ese nombre se había presentado cuando –no me pregunten cómo– llegué a la estación de policía.Mi nombre fue lo único que pude balbucear, estaba tan nerviosa que no podía concentrarme en formular una respuesta. El oficial Dawson me había trasladado a una sala, que se parecía mucho a las que salen en las pelis, esas donde interr
La Hummer no tardó en aparecer a mi lado, con Peter ocupando el puesto de acompañante. Ignoré su petición de subir con él y seguí caminando con la vista al frente. Él no sabía lo testaruda que podía llegar a ser si me lo proponía. Porque, aunque estaba casi muerta del cansancio, no iba a dar mi brazo a torcer.—¿Qué hice para merecer tu benevolencia? ¿Ya no merezco el exilio? —pregunté con altanería.—¡No se trata de eso!—replicó, alzando la voz.—¿No? ¿Qué fue entonces? ¡Ah, sí! No puedes decirme. ¡Tu puta mierda clasificada me mantiene a raya! No te esfuerces más, Peter. Pasemos página y olvidemos todo esto.—No quiero pasar página si en la siguiente no estás tú —pronunció con melancolía.Mi c