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Vicente Cooper.

Noté mi debilidad hacia Angélica cuando no podía pensar en otra cosa al llegar a casa que no fuera llamarla para ver una película, ofrecerle un libro u ofrecerle una copa de vino.

Nuestra dependencia fue aumentando día a día, que una mañana vi la luz del sol en mi rostro y descubrí que dormía en su casa.

Cuando eso sucedió y me di cuenta de que estábamos más cerca de lo que deberíamos haber estado, intentaría la abstinencia viajando, ignorando la mayoría de sus mensajes y no volviendo a llamar. Pero cada vez que llegaba de uno de esos viajes, sentía en el corazón una agonía que me ahogaba, como si no pudiera prescindir de esa pasión ardiente.

La llamo y le pregunto qué está haciendo en esta noche calurosa, sé que no está de turno, porque organicé minuciosamente su agenda para que ella estuviera libre cuando yo llegara de mi viaje.

- Estoy acostada en ropa interior leyendo un libro. Hace mucho calor, acabo de salir de la ducha.

- ¿Estás burlándote de mi?

- Solo respondí
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