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Madre artificial

Al mediodía, Verónica ya estaba asistiendo al centro educativo de los empleados del hotel, que contaba con una ruta de transporte que la recogía, todos los días, a las ocho de la mañana y la dejaba en el hotel a las cuatro de la tarde. Ahora sí estaba muy animada y, tan pronto vio las instalaciones y a los niños jugando, ya no se quiso ir nunca.

—Yo tampoco, cariño. Todavía falta mucho para que nos vayamos. Te lo prometo.

Cuando regresamos al hotel, yo ya tenía afilado mi cuchillo de caza, engrasado el mango y limpiado el fusil con el que iba a matar a la hiena. Primero le dispararía en una pata, para dejarla inmovilizada, luego me acercaría con cuidado y plantaría mi bota encima de su cuello, asfixiándola. Entonces, apuntaría mi rifle entre sus ojos y

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