Después de que Víctor me hubiera saludado, Anura me pidió que hablara con ella. Pensé que ya se había ido a sentar entre el público, así que cuando la volví a ver me acerqué rápido, porque ya estábamos por empezar.
—No tengo idea de qué las vayan a hacer preparar, pero como mi cocinera, es mi deber estar de tu lado, pese a la amistad que me une con Teressa —dijo la chef—. ¿Cómo vas con los cortes de jamón?
—Cerca a los cincuenta sobres, chef.
—Entonces procura preparar algo que implique cortes. Es mi consejo.
Incliné la cabeza, como hacíamos en la cocina.
—Te de
Consideré que, después del almuerzo con un corte de res, papas y arroz, hacía falta una sopa y un postre. Contaba, para la preparación, con una muy buena vaporera, en la que pondría las caballas, con cortes lo más ligeros posible, de manera que -y esto lo aprendí con Anura- consiguiera extraer el mejor umami al pescado, al que también añadí unas cuentas gotas de soya y limón, lo que extraería aún más su sabor. Para el caldo, puse a hervir agua con las tiras de piel de un pollo amarillo, a más grasiento mejor, junto con menudencias que saqué del refrigerador.Mientras se cocían los ingredientes de la sopa, comencé a preparar el bizcocho de soletilla que utilizaría para hacer un tiramisú. Cuando Teressa me vio haciendo el bizcocho, adivinó de inmediato lo qu
Primero pasé mi humilde y burda crema, servida también en bowls de cerámica. Dejé que las cabezas de las caballas asomaran por sobre el líquido, lo mismo que algunas de las verduras y una fina capa de canela que esparcí para realzar el sabor inicial -el primer impacto, como lo llamo- de la superficie. Las manos me sudaban y casi cometo el gravísimo error de dejar caer uno de los bowls sobre la mesa. No sé qué fuerza misericordiosa me salvó de hacerlo, porque hubo un instante en que me pareció ver que el contenido de la crema se regaba sobre las piernas de Massini, el crítico culinario.—Eso estuvo cerca —dijo Massini con una sonrisa que creo, se la debía a Teressa, que le había mejorado el buen genio a todos después de darles a probar su comida para dioses. La junta directiva aprobó, por unanimidad y sin apenas sugerir cambios, la realización del concurso de cocina. Sin embargo, eso no fue lo que más me emocionó ese día, sino saber que amaba a Esmeralda y haría todo lo que estuviera a mi alcance por ganarme su corazón.Cuando terminó la prueba, que tocó el alma de todos los presentes -a excepción de la de mi mamá que, igual creo, no había manera de que se la tocara porque no debe ni tener- intenté acercarme a Esmeralda para felicitarla, pero vi que alrededor suyo había una multitud reunida y eran tantos, que hasta se formó una fila para tomarse una foto con la nueva celebridad.—Creo que es mejor afianzar el voto de los miembros de la junta, señor —Me sugirió Gerardo.Espero que sea honorable
Todavía no comprendía cómo era posible que hubiera ganado, y de esa forma. Cuando me despedí de Teressa, nos prometimos seguir en contacto y el deseo de reencontrarnos muy pronto, en Las Bahamas. Esperaba que así fuera y al hablar con Gerardo, luego de que todas las personas del auditorio se hubieran ido, me contó que la junta directiva de la cadena hotelera estaba más que entusiasmada, así que confiaba en que la aprobación del concurso era un hecho. Estábamos ya también por irnos cuando vi entrar a Héctor que llegó para felicitarme y, después de sus amables palabras, me extrañó que me preguntara por Víctor.—Tuvo que salir apenas terminó la prueba —dije—. Fue el primero en venir a felicitarme, pero tenía un compromiso urgente al que no podía fa
Ahora sí lo había arruinado. ¿En qué estaba pensando cuando me lancé a besarla? Me pudo más la emoción, el impulso del momento, las circunstancias y una lectura, del todo errónea, de la situación y de Esmeralda. Fui un abusivo y así debí quedar frente a ella, que me abrió las puertas de su casa para que acostara a Verónica, nada más, solo era eso, pero yo, como un completo abusador, tenía que aprovecharme de la confianza de una mujer e intentar besarla, por el simple hecho de que había entrado a su casa, como si cada vez que una mujer te deja entrar en a su hogar, entonces lo más lógico es que, al menos, tienes que conseguir un beso de ella. Me sentía como un canalla absoluto.Como si eso no fuera ya suficiente atrevimiento, también tenía que intentar arruinar l
—¿Palermo? ¿En Sicilia? ¿En Italia? ¿En Europa? ¿Ese mismo Palermo? —pregunté sin poderlo creer, pese a las afirmaciones de Anura, que seguía insistiendo en que sí, me estaba ofreciendo dirigir el restaurante que estaba por abrir allí, en unos tres a cuatro meses.—En ese tiempo te capacitaría en la dirección de cocina y en los platos del menú con el que abriría el restaurante.Me tuve que coger de la mesa de escritorio de Anura, que me había citado, a primera hora, en su despacho.—Pero… si aquí solo me dedico a cortar y ni siquiera he completado los cien paquetes de jamón —dije, todavía abrumada y sin poder asimilar la oferta que Anura me estaba haciendo&
Salía de una reunión con el arquitecto del próximo hotel, al que ya solo le hacía falta ajustar el tamaño de la tercera piscina, cuando Efraín se presentó en mi oficina. Lo hice seguir de inmediato y, después de servirle un whisky, le conté sobre mi idea de llevar el proyecto a la televisión, y no dejarlo reducido solo a ser una serie web.—Es ambicioso, eso sí, pero no imposible —contestó, sentado frente a mi escritorio y con el whisky en la mano—. Pero para eso, necesitaríamos, sí o sí, de una coproductora que estuviera dispuesta no solo a financiar una parte del proyecto, sino que también tenga los medios para llevarlo a la televisión.—Me imagino que conoces a varias —dije, sentado en mi puesto.
Durante esa jornada, recibí un montón de felicitaciones y hasta regalos de mis compañeros de trabajo. No se habló de otra cosa que no fuera la sorpresa que todavía les generaba mi victoria y, como era de esperarse, tuve que explicarles cómo había conseguido dos platos tan perfectos.—Creo que el secreto estuvo en los cortes que le hice a la caballa —dije, a la hora de nuestro almuerzo, sentados en el comedor improvisado de la cocina—. Estaban tan finos que, al vaporizarlos, liberaron todo su umami sobre el caldo y la grasa fue la perfecta para que no resultara muy espeso, tampoco demasiado líquido.—Vaya, no puedo creer que solo unos cortes hayan tenido ese efecto —reconoció nuestro sous chef, quien, según los planes que me adelantó Anura, ser&