Estábamos todos de lo más monos, recién bañaditos, cuando nos reunimos en la piscina. Al mirar a Teressa, a quien todavía escurría el pelo, también me fije en Filip y no pude dejar de imaginarlos en la ducha porque seguro y se habían bañado juntos. Cómo los envidiaba por poder hacer eso, mientras que a mí me tocaba suspirar y preguntarme dónde estaría mi amado, de quien no sabía ni el paradero. —Esma, Esma —susurró Rubí, a mi lado.—¿Uh?La miré, extrañada, mientras me hacía ojos en dirección a Michelle.—¡Ah! Lo siento, ¿me preguntaste algo? —dije, apenada.—¡Corten! —ordenó el director.Tuvimos que retomar la escena y Michelle repitió la pregunta. Era algo sobre mi experiencia como sous chef de Rubí y el hecho de que las dos trabajáramos en el mismo restaurante, de Anura Yaki. Luego hubo preguntas sobre los ingredientes, que por qué habíamos seleccionado la comida japonesa, que cómo creíamos que nos había ido, en fin, las típicas preguntas de introducción y, más que prestar atenció
Eran dos victorias, del todo inesperadas, para los junior. Estábamos felices, aunque todavía no podíamos sentirnos ganadores porque Anne, la francesa, seguía estando en el concurso y ella era la rival a la que considerábamos más difícil. —Chicas, chico, esto igual hay que celebrarlo —dijo Teressa cuando nos reunimos a brindar en el mismo bar en donde había visto, y hablado, con Héctor por última vez. Levantamos las copas de nuestros cocktails, Filip su botella de cerveza, y ellos, que eran solteros y no tenían hijos, se prepararon para una noche de borrachera. Yo me retiré cuando terminé mi piña colada, a estar con Verónica, que me estaba esperando en la habitación. —Pórtense bien, no vayan a hacer males y, mucho menos, algo de lo que después puedan arrepentirse. —Les dije cuando me fui. Después me enteraría de que mis palabras les entraron por un oído para salir por el otro, cuando el licor les jugó una mala pasada y comprometió nuestra ventajosa posición, pero eso lo contaré m
Entré al cuarto, me puse una blusa y un jean, y antes de salir, le avisé a Nicole que debía salir. Esperaba no demorarme. Con el ánimo de no ir a interrumpir el sueño de Verónica, acompañé a Regina a su habitación, en donde me contaría lo que había sucedido y el motivo que llevó a Héctor a tener que devolverse al país, sin siquiera haberme avisado. —Mi hijo recibió un mensaje de su asociado —dijo Regina cuando ya estábamos sentadas en la salita de su suite—, en el que le avisó que debía reunirse con él con carácter urgente. Héctor asistió a la reunión y allí se enteró que los productores habían recibido la noticia de su relación sentimental contigo. —¿Pero cómo se enteraron? ¿Cómo lo supieron? ¿Alguien les contó? —pregunté, con el corazón a mil pulsaciones por segundo. —No lo sé, niña, porque Héctor tampoco fue informado sobre el medio por el que los productores lo supieron, solo puedo decirte, como él me lo contó, que en ese momento le impusieron una única alternativa: debía dej
Esa noche no dormí, no pude hacerlo. Me daba vueltas en la cabeza la idea de que, quizá, alguno de mis amigos hubiera podido traicionarme. Cualquier de los tres habría podido hacerlo para acercarse, un paso, a la victoria porque quizá, después de Anne, yo era la rival más difícil. Aunque no podía estar segura de que hubiera sido alguno de ellos, porque quien me delató pudo haber sido cualquier otra persona, otro concursante, incluso una nota anónima de Bruma, enviada solo para desquitarse por lo que le había sucedido a ella. Eran tantas las opciones, que no podía contaminar mi corazón con sospechas hacia Teressa, Rubí o Filip, pese a que, de todos los concursantes, eran los únicos que sabían de mi relación con Héctor, al menos que yo supiera. Al salir el sol, me levanté y pasé a ducharme. Esa era, quizá, mi última mañana en el hotel y, al pensar en esa posibilidad, el llanto volvió a embargarme. ¡Cómo había sido de tonta! Había echado por la borda una oportunidad tan buena, única e
Al mediodía, Verónica ya estaba asistiendo al centro educativo de los empleados del hotel, que contaba con una ruta de transporte que la recogía, todos los días, a las ocho de la mañana y la dejaba en el hotel a las cuatro de la tarde. Ahora sí estaba muy animada y, tan pronto vio las instalaciones y a los niños jugando, ya no se quiso ir nunca.—Yo tampoco, cariño. Todavía falta mucho para que nos vayamos. Te lo prometo.Cuando regresamos al hotel, yo ya tenía afilado mi cuchillo de caza, engrasado el mango y limpiado el fusil con el que iba a matar a la hiena. Primero le dispararía en una pata, para dejarla inmovilizada, luego me acercaría con cuidado y plantaría mi bota encima de su cuello, asfixiándola. Entonces, apuntaría mi rifle entre sus ojos y
Cuando salí del restaurante, pasé por el Boca Canoa y vi, a través de los cristales, que Teressa estaba sentada, sola, con una bebida de vaso largo frente a ella. La pobre tenía una cara fatal, pese a que no parecía quedar rastro de la resaca. Entré y me senté a su lado, tomé su mano y me miró con ojos de perro abandonado.—Filip ahora está con ella —dijo después de un momento.—¿Qué? No, no puede ser. Rubí tiene un novio y no creo que…—¿Crees que eso le importa? Seguro que su pobre novio tiene la cornamenta de un… ¿cómo se llama?... Alce, eso. La cornamenta de un alce.—¿Por qué
Decidí ir a pasar el vendaval en mi habitación. La escena que Rubí y Teressa habían protagonizado en el restaurante me puso en el blanco de la prensa que, después de haber obtenido las imágenes de la pelea, se abalanzaron por obtener alguna respuesta u opinión de mi parte. Casi corrí hasta el ascensor y creo que nunca había presionado uno de sus botones con tanta insistencia como en ese momento. Cuando el ascensor se abrió de nuevo, en mi piso, agradecí que los periodistas tuvieran restringido el acceso. No pasó ni una hora antes de que Nicole me avisara que nos necesitaban, a todos los concursantes, en uno de los salones de conferencias del hotel. Mientras caminaba con ella por el pasillo que nos llevaba al que resultó ser un pequeño salón, me convencí de que las iban a echar a las dos y, cuando las vi sentadas en la mesa del frente, como si fuesen las dos protagonistas de una rueda de prensa, di por hecho que estaba a solo minutos de despedirme de mis dos amigas. Me senté al lado de
Los hoteles en la Costa Este de los Estados Unidos iban marchando sin contratiempos y mis citas con los gerentes fueron casi rutinarias. Todos preguntaron por el concurso y el estreno del programa, que muy pronto estaría también en la televisión estadounidense, cuando la programadora británica hubiera ultimado los detalles de transmisión con una cadena local. Todos estaban muy expectantes y debí decirles que, por mis obligaciones administrativas, estaba del todo ajeno al acontecer del concurso para que no insistieran en sacarme adelantos sobre los resultados, cuando la verdad era que acababa de enterarme de lo que le había ocurrido al equipo de Esmeralda y, aunque me sentí tentado a llamarla, sabía que no podría comunicarme con ella por el reservismo al que los participantes estaban sometidos. Tuve que recurrir a mi madre, en quien confiaba plenamente.—Fue escandaloso —dijo ella cuando le pregunté por lo que Gerardo me había conseguido comentar sobre la pelea entre Rubí y Teressa, l