Casados o no

Los días siguientes fueron una rutina.

Leia llevaba a su hijo al colegio, Caleb lo recogía, pasaban la tarde juntos y por la noche lo llevaba a casa, cuando Leia ya estaba ahí. Él sólo se aseguraba que el entrara bien y después se iba, sin saludar o voltear atrás. Para la cobriza ya era común sentir esa presión en cuello y garganta cada que su hijo llegaba diciendo lo bien que se la había pasado y que su papá ya se había ido, que volvería el día siguiente.

Intentaba que no doliera, pero Caleb la estaba destrozando, se preguntaba cómo hacía él para no sentir lo que ella, ¿Qué tanto la odiaba? ¿Qué tanto pudo lastimarlo para que él lo hiciera de esa forma con ella?

El sábado Caleb tuvo demasiado trabajo como para poder pasar temprano por Edrick, el pequeño ya estaba listo y con mochila al hombro para cuando él llegó. Eran las cinco de la tarde y Leia estaba sentada con el niño en el escalón de la puerta, frente al jardín. Edrick había abierto la puerta de la calle para verlo llegar.

Cua
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