La pastillita angelical

—Prosigue —dice seriamente, cruzándose de brazos—, dónde está la sábana, ya que está limpia—le señalo a un lado de la cama, ahí está la sábana blanca junto con el edredón, ambos se mancharon de sangre y ahora no sé cómo lavarlos, ya que me da demasiada pena que lo vean.

—No quiero que nadie sepa, me da demasiada vergüenza —doy un fuerte suspiro—. Lucero, perdí mi virginidad y él se enteró cuando todo se había acabado, imagínate lo histérico que se puso, tal como si hubiese cometido un delito.

—¡Por Dios! —tose al sentir que se ahoga con su propia saliva y es lógico que esta confesión es para morirse.

—Perdí mi virginidad —muerdo mi labio inferior—, no voy a negar que tu jefe, que es mi esposo, se come solo y hoy disfrute de ese enorme animal—jadeo.

Mi piel se eriza al recordar ese momento inédito.

—¡Sucia!

Ella está disfrutando, y ahora estoy esperando que me diga, ¡te lo dije! También que me diga que no es pecado estar con un hombre y que no son del todo la distracción para obtener l
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